El regreso de Lula y el peligro de situarnos, frívolamente, al borde del desastre

Si un triunfo holgado de Lula en las elecciones del 2 de octubre en Brasil fue algo que tantos, en el mundo entero, dimos por supuesto -porque era justo, porque era deseable, porque sería hermoso y porque todas las encuestas lo anunciaban-, el ajustado resultado final, con algo más de un 5% de votos a su favor, es algo más que una decepción -de las que hemos tenido ya tantas que pocas nos asustan. . Es un nuevo dato que anuncia que los tiempos han cambiado y que no estamos lejos del borde del desastre.

 

Y del desastre es de lo que importa hablar ahora, aunque la palabra desastre pueda parecer demasiado apocalíptica, y aunque el desastre al que aludimos no sea necesariamente inminente, ni ineluctable.

Importa que hablemos del desastre hoy, y será necesario que sigamos ocupándonos de este desastre en el tiempo por venir, porque no se circunscribe a Brasil y porque es un dato más que marca una tendencia: una parte cada día más importante de nuestras sociedades no rechaza lo injusto, lo desagradable, lo moralmente censurable, o lo que carezca de cualquier sustento lógico. Por el contrario, lo premia. Quizás, sin saberlo, lo busca.

Un brevísimo repaso a los datos fríos

Lula casi con seguridad obtendrá el 30 de octubre el 1.5 de votos que lo separan del triunfo. En la historia del Brasil post-dictadura nunca se dio un resultado de primera vuelta tan ajustado como el de esta vez, es cierto, pero nunca quien estuvo en el segundo lugar logró revertir ese resultado en la votación decisiva. Y en el mundo son muy raros los casos en los que quienes han tenido porcentajes mayores al 45% en una primera vuelta no consiguen superar el 50% en la segunda.

En realidad, el comportamiento del electorado brasileño el 2 de octubre se correspondió con el escenario de una segunda vuelta y “anticipó” -esperemos que así sea- sus resultados. Esto sucede con frecuencia creciente en todos los países que han adoptado el sistema de elección presidencial por balotage y posiblemente se trata de un efecto secundario de las encuestas de opinión, que contribuyen a visibilizar aún más a los candidatos que muestran mayores posibilidades de alcanzar el primer lugar, y de ese modo potencian sus chances.

Pero no está en una más que improbable derrota el 30 de octubre el peligro. Ni para él -que ese día seguramente será ungido por tercera vez presidente de su país-, ni para los y las brasileñas que tanto han esperado este momento durante los últimos años de ridículo, desprecios, desastres ambientales y miserias. Y tampoco para quienes podríamos estar mirando lo que allí pase como si nos fuera ajeno.

Son otros los peligros que acercarán al Brasil -y que nos están acercando a todos- al borde del desastre.

Uno de ellos tiene que ver con el resultado mismo de esta primera vuelta electoral. La composición del congreso que de ella se deriva dificultará que Lula y la laxa coalición que lo respalda puedan revertir el profundo retroceso social, político, jurídico, y ambiental que produjeron los 4 años de bolsonarismo desatado.

Que el ex-juez Moro y el fiscal que lo acompañó, hundidos en el descrédito después que se comprobó que las pruebas con las que habían condenado a Lula a la cárcel eran falsas, hayan sido elegidos para ocupar bancas en el Senado, es apenas un síntoma.

Personajes que se han dedicado en cuerpo y alma a la destrucción de la Amazonía y a la desaparición de quienes la habitan, o que han asegurado hablar con Cristo desde las ramas de un árbol y creen que las niñas deben vestirse de rosado, o que están convictos por haber hecho negocios con medicamentos falsos durante la pandemia, han sido validados y estarán ocupando sus lugares en un Congreso que si ya era famoso por el la cantidad de corruptos que albergaba, a partir de ahora será una vergüenza.

El PT creció de 54 a 80 diputados federales, el Partido Socialismo y Libertad tendrá la mayor bancada de su historia, y por primera vez habrá representantes de pueblos indígenas y de minorías sexuales. Pero el parlamento estará más polarizado, seguirá teniendo una mayoría decididamente conservadora, y el fundamentalismo religioso será más fuerte. Que apenas comenzada la fase de búsqueda de los acuerdos que asegurarán la presidencia de Lula ya se haya anunciado desde su entorno que está dispuesto a renunciar a la liberalización del aborto, lo dice todo. Moderación y debilidad serán palabras a las que deberemos habituarnos en esta nueva oleada de gobiernos progresistas, nos gusten o no.

Pero si bien no se puede desconocer lo negativo que podría ser tanto para Brasil como para el resto de América Latina que una futura gestión de Lula estuviera maniatada en lo interno y en lo externo, o que las expectativas de cambio y progreso que aún genera su llegada al gobierno se vean amenazadas y frustradas, y si bien el mapa resultante de la elección del 2 de octubre, con un país dividido claramente en dos debe preocupar, no son esos los únicos peligros a los que aludíamos cuando nos referíamos al desastre.

Basta mirar alrededor y no cerrar los ojos

Basta mirar alrededor…

Basta ver lo que acaba de suceder en Chile donde un proyecto de constitución que se presentó como “progresista e incluyente” ha sido rechazado por una mayoría aplastante, y donde un nuevo gobierno que había llegado para protagonizar cambios profundos, hasta ahora no ha sido capaz de afirmar los pies sobre la tierra que pisa.

Basta ver lo que sucede en la República Argentina donde cerca de un 50% de la población no cree que el intento de asesinato de su vicepresidenta haya sido cierto, al tiempo que un presidente ausente y abrumado no hace demasiado para que alguien vuelva a mirarlo con respeto, y mientras la oposición y sus medios compiten en adoptar el extremismo más audaz sabiendo que la crispación y el odio rinden.

Basta ver lo que se hace cada día más patente en «la cuna de las libertades», resignada a debatirse entre un presidente anciano, militarista, y con dificultades cognitivas, y un ex-presidente que amenaza ser peor de lo que fue y no tiene ningún empacho en destruir la pobre institucionalidad democrática que aún les queda.

Basta ver que en España la mesa parece estar servida para un próximo gobierno que incluirá a la derecha “radical” de Vox (franquista, anti-feminista y anti-inmigrante) al tiempo que en Italia acaba de llegar al poder Giorgia Meloni, recién salida del cascarón del neofascismo más rancio. Y no están solos, por supuesto… En aquella Suecia de la socialdemocracia ejemplar los neonazis salen del anonimato y desembarcan en el gobierno por primera vez desde la Segunda Guerra, justo a tiempo para incribirse en la Tercera.

Basta ver, sin ir más lejos, lo que está sucediendo en la provincia de Ontario y lo que todo anuncia que sucederá a nivel federal si el populismo elemental, agresivo y de pocas luces de Pierre Poilievre sigue recogiendo el favor de los votantes de dentro y de fuera del Partido Conservador.

Sin ayuda de nadie

En la pospandemia soplan vientos de derechización en todas partes -para no hablar de las guerras declaradas o larvadas que nos amenazan con un holocausto nuclear- y no hay otra forma de verlo que mirarlo a los ojos. Es un desastre que deberíamos esforzarnos en evitar a toda costa aunque parece claro que no sabemos cómo.

La primera vez que Luis Inácio da Silva se presentó a las elecciones brasileñas tras haberse destacado como dirigiente sindical metalúrgico durante la dictadura militar y durante las campañas por las elecciones directas, gobernaban Mijail Gorbachov en la Unión Soviética y Ronald Regan en los EEUU. Era 1989 y tenía ya 44 años. Sólo resultó vencedor en su cuarto intento y posteriormente, durante sus dos períodos de gobierno, salieron de la pobreza 40.000.000 de personas y Brasil se posicionó en el escenario mundial como el actor de peso que hoy es. Era un tiempo diferente y muchas cosas han cambiado desde entonces… Una de ellas, la que más duele, es ver de qué forma frívola y desprovista de toda pasión se arrían las banderas, que quedan muchas veces arrumbadas a un lado del camino.

Lula fue y sigue siendo una excepción formidable. Pero no está bien que tanta responsabilidad pese sobre los hombros de alquien que ya cargó tanto.

La mañana siguiente a su ajustado triunfo sobre el bolsonarismo, Eric Nepomuceno confesaba en Página 12 que en su vida ya han habido dos exilios, y que ya no se siente con fuerzas para atravesar otro. Y de eso se trata. Acabó el tiempo que quienes hoy somos mayores conocimos. Y lo hayamos hecho bien o mal, ha dado comienzo un nuevo ciclo que quienes son más jóvenes deberán enfrentar. Sin ayuda de nadie.

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