Un tal Alipio Jaramillo Giraldo

Hace unas semanas recibí una llamada inusual de una de mis nuevas amigas en Canadá. Inusual porque la moda del whatsapp ha desgastado la costumbre de las llamadas de voz. “Eva te llamo porque quiero pedirte que escribas un artículo sobre mi tío” fue el mensaje. “Ajá” fue mi respuesta. Y a partir de ese momento todo fueron sorpresas. .

 

“Resulta que mi tío Alipio Jaramillo Giraldo fue un pintor muy recocnocido a mediados del siglo XX en Colombia, incluso en Latinoamerica y dejó una obra pictórica bellísima que mi hermano y yo estamos empeñados en dar a conocer y creemos que este es el momento”, prosiguió mi amiga.

“Aja” fue mi nueva-creativa reacción. “Su obra es muy política, para la época incluso avanzada, él era un hombre politico, crítico y bien formado, eso lo verás en sus pinturas. Te voy a enviar un link de la página web que yo misma cree para que leas, veas sus pinturas, lo piensas y me dices que opines”, agregó. “Ok”, fue la expresión que usé para cambiar de monosílabo.

Minutos más tarde me di a la tarea de entrar al link que ella me envió, ver las pinturas que estaban publicadas y empezar a navegar en otra docena de links. Ese primer día pasé tres horas navegando en la obra de Alipio Jaramillo. Fascinante! Ya tenía una respuesta a su proposición. Así que a la usanza actual al día siguiente le envié mi “sí, acepto” -qué aventura-, fueron dos semanas de lectura, investigación e imaginación.

El tejar – Ca. 1950

Un compromiso de vida hecho arte

La Molienda, Revolución, 9 de abril, Batalla libertadora, Mineros, Jorge Elieser Gaitán, Desplazados, Mujer baharequera, Recolectores de café, Tiranos y dictadores, Quijote leyendo, Zafra, Ronda con niño, Explosión de volcán, Toros, Músico, … son palabras que no dicen mucho, pero si al lado de cada una ponemos el lienzo o el retablo en el que fueron pintadas, todas ellas empiezan a gritar por sus trazos plasmados con pinceles de muchos calibres y colores diversos que denunciaron y denuncian la injusticia.

Alipio Jaramillo Giraldo (nacido en 1913) desde temprana edad descubrió su vocación artística, obtuvo el grado como maestro de dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, recibiendo su diploma de grado del ministro de educación Jorge Eliecer Gaitán, de quien años más tarde haría un lienzo del trágico día en que fue asesinado. ¿Cuándo pensó Alipo Jaramillo que asistiría al asesinato de quien con mano propia le entregara su diploma de gradución? Esas cosas no se piensan ni se pronostican; se viven y quedan grabadas como experiencias inesperadas. Pero Alipio se encargó de plasmarlas para la memoria colectiva.

Sus trazos firmes de sensibilidad lo llevaron a pintar la historia de la patria injusta que por años ha sido Colombia, la exclusión de los más pobres y de los perseguidos está grabada sobre lienzos con formas bañadas de cruel humanidad, no cayó en el perfeccionismo que el estilo burgués quiso conceder a la pintura en alguna época para alejarla de la realidad. Alipio pintó el sufrimiento y la injusticia, pintó las voces de aquellos a quienes la opresión les quiso quitar la voz, pintó la muerte en la batalla libertadora y en los campos olvidados a los que solo llegaban los ejércitos y las balas. Pintó la aberrante guerra y pintó también la muerte en muchos tonos y en muchos rostros.

Con su obra, le rindió honor permanente a la clase campesina y obrera de manos callosas, rostros cansados, hombres de espalda gruesa, mujeres de dedos curtidos por los fogones y de niños y niñas con pies descalzos. La estética de su arte está bañada por el amor al prójimo y por su deseo de justicia. El mejor retrato que hizo Alipio fue el del dolor y el tesón, el dolor de la mujer campesina que trabaja largas jornadas, el de los mineros buscando fortuna en la profunda tierra, el de las familias desplazadas huyendo para salvar sus vidas, el retrato del dolor del pueblo adolorido y desesperado, e incluso el dolor de un toro acribillado con sevicia aupada por gritos insolentes.

Pintó también la rebeldía del pueblo ante la injusticia, pintó la frustración, el enojo y el grito de resistencia ante la opresión de quienes usan ordenar la muerte para silenciar las consciencias, pero la consciencia del pueblo en cada persona, incluso después de caída se resiste a callar. Alipio murió en 1999 y su obra todavía grita.

Un recorrido por la obra de Alipio Jaramillo Giraldo

Tiranos y salvadores

Las primeras obras las realizó como estudiante de bellas artes en Manizales y Bogotá, y luego salío del país con ansía de aprendizaje conjugada con deseo de conocer mejor la historia y con ella la realidad de los pueblos del sur de América.  Profundizar sus estudios y buscar otras visiones del mundo era una anhelo del joven pintor en la búsqueda de su propio estilo.

Viajó a Ecuador, de allí a Perú, Argentina, Uruguay y Chile, residiendo en todos como estudiante por tiempo breve. En Chile colaboró en la realización de distintos frescos, uno de ellos con el mexicano David Alvaro Siqueros en una representación de la historia de Chile y México. Realizó murales en témpera en la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires, Argentina, con Alfredo Guido. Een ese país su estadía fue aún más breve dadas la represión y controles militares que experimentaban estudiantes y maestros universitarios. En Brasil realizó una exhibición de varios oleos en Río de Janeiro.
Los expertos lo catalogan como «heredero del muralismo mexicano» porque su obra se caracteriza por la viveza de los colores y la fuerza del campesinado. Repasando la obra de Alipio puede conocerse su sensibilidad como observador de las muchas realidades rurales y urbanas.

Fue ante todo un observador de la vida cotidiana y por la época en la que vivió, marcada por una terrible violencia, era imposible para un observador sensible como él, pasar por encima de la tragedia sin reflejarla en sus creaciones. Era costumbrista dicen otros, un costumbrista denunciante. Observaba las usanzas de la gente cuando se reunía, disfrutaba, dialogaba, se organizaba para resistir y para luchar, y también leía los anhelos colectivos y los pintaba con gritos de resistencia, con carteles de paz y con balanzas de justicia. También dicen que exageraba las formas de los cuerpos y los rostros; sin tener en cuenta su vocación de fiel observador de los acontecimientos y de sus protagonistas con fisonomías diversas étnica y culturalmente.

Inició en 1939, una activa vida de participación en exposiciones, salones de artistas, exhibiciones dentro y fuera de Colombia, hasta 1999 cuando realizó su última exhibición de pinturas sobre el «Arte y la Violencia» en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Fue merecedor de premios en 1939, 1942, 1948 en Colombia y, en 1943 en Chile por frescos que pintó en el Ministerio de Educación en la ciudad de Santiago.

Aunque el óleo y los murales ocuparon un lugar importante y amplio dentro de la obra de Alipio Jaramillo, la presencia de acuarelas, dibujos en tinta, frescos y grabados estuvieron también presentes, ocupando lugares importantes en algunas obras casi únicas en su producción y estilo. La colección titulada «Aguafuertes», por ejemplo, representa la época de la violencia bipartidista colombiana que dio origen a las posteriores guerrillas campesinas y de trabajadores. Es material de gran valía que recoge casi como archivo cronológico elementos trascendentales de la historia colombiana; pero además está elaborado en un proceso de grabado raro en sí mismo y casi olvidado que se identifica como «huecograbado», el cual consiste en retener la tinta haciendo coincidir las áreas que se graban con ácido sobre una placa de metal. Lo extraordinario de esta colección es que contiene tanto los grabados como las placas con las que fueron impresos; dadas las condiciones de almacenamiento para lograr su conservación en el ambiente y por tiempo prolongado, esta colección constituye un tesoro artístico guardado magistralmente.

Remarcables son muchas de sus obras, pero hubo una que llamó mi atención, se trata de los murals que efectuó en 1946 en la facultad de derecho de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, en ellos representó -dicen- de manera magistral la problemática social de la época. Permanecieron pintados por casi 9 años, durante los cuales los estudiantes de la facultad de leyes podían observar en medio de la ciudad la tragedia nacional, se encontraban de frente con la realidad de las regiones apartadas en las que deseaban impartir ley y justicia. No podía pensarse en un elmento más motivante que el retrato vívido de la realidad para estos jóvenes aprendices. Y, tal vez por eso mismo, en 1955 fueron borrados por orden del rector Manuel Agudelo, un coronel nombrado (en Julio de 1954) por el también militar presidente Gustavo Rojas Pinilla. Imponer el orden que consideraban correcto era la misión de estos dos hombres formados en la vida castrense, para ello el control y la represión sobre librepensadores era un mandato, los dibujos denunciantes de Alipio se convirtieron en parte de la ofensa, hacían coro con los gritos de protesta que no estaban dispuestos a tolerar. Borrar los dibujos fue una manera de silenciar la denuncia, no obstante los estudiantes y maestros crearían sus propias estrategias, aunque ahora con muros blancos como imponía el orden marcial.

Su obra en sus propias palabras

Violencia en el campo

En entrevistas registradas Alipio expresó su compromiso con la realidad de Colombia, pero también con la realidad de América Latina, la cual pudo recorrer en parte, viviéndola y conociéndola desde adentro. Su sensibilidad social y su compromiso con quienes más sufrían, lo hizo un hábil observador de la injusticia y la violencia, la desigualdad, el sufrimiento, la exclusión, pero también de las manifestaciones de rebeldía que se vestía de esperanza para enprender la lucha en búsqueda de la anhelada justicia.

Alipio no pintó cuerpos, rostros, formas estéticamente llamativas o hermosas; sus rostros son los rostros de la diversidad de Colombia y de America Latina, los cuerpos son robustos por la fuerza del trabajo, las caras son rudas por el peso del sufrimiento, las miradas son esquivas como podía ser esquiva la esperanza. Su obra principal no está ocupada por elegantes o poderosas personalidades; su obra, como su vida, la ocupan las personas del día a día que con dignidad resisten y resistían la exclusión. Personas y grupos marginados de costumbres tranquilas -no extravagantes-; grupos humildes de las regiones y los campos.

Cuando empezó a dar clases como maestro de artes, algunos pensaron que había dejado de pintar. Sin embargo, como bien lo expresó él mismo, nunca dejó de hacerlo, lo hizo siempre en la intimidad de su hogar, lo hizo para sí mismo y para las personas más cercanas a quienes les firmó cada obra que vendió o regaló. Su labor como maestro ocupó importantes años de su vida. Fue en el salón seguramente, donde encontró espacio para expresar, para contar, para contagiar, para enseñar a leer y plasmar la vida y su crueldad, como quiso hacerlo y como pudo hacerlo en medio de la libertad de consciencia que creo para sí mismo.

Sus familiares sobrevivientes cuentan que era su costumbre firmar las obras en el momento en que las vendía, donaba o regalaba, por esa razón varias de ellas se encuentran aún sin título y no tienen fecha cierta de terminación. Podría pensarse que como artista consideraba culminada su obra solo en el momento en que era valorada por el observador, quien la tomaba para sí con la decisión de mostrarla-llevarla a otros.

Epílogo

Poniendo el punto final al artículo que me encomendaron inicialmente, pude imaginar cómo me hubiera gustado conocer a Alipio: en una conversación tomando un café en su casa y rodeados por sus cuadros, esos pintados en la intimidad del hogar y en la paciencia que brinda la tranquila soledad. Casi que tendría que entrevistarlo para que me contara lo que quisiera saber; al final tendria que entender, escuchar y concluir más de sus silencios que de su voz. Me mostraría su obra y me permitiría revisarla a solas. Sí el era el tipo de persona que sabía brindar espacio y tendría la confianza para dejarme sola unas horas viendo sus dibujos y sus cuadros, porque la confianza es propia de las personas honestas y sensibles, como ahora sé era Alipio.

 

Eva María Rodríguez Díaz – Trabajadora Social – U. de La Salle, Col. Postgrado en Ciencias Políticas – CLACSO, Master Economía Social – U de Barcelona. Inició estudios de fotografía en la Escuela Francesa de Fotografía teniendo que parar a mitad de formación. Aficionada a la literature, lectora Perdida de las historias que nadie quiere leer, escritora por cuenta de historias de la vida cotidiana.

[1] Alipio Jaramillo Giraldo. https://alipiojaramillogiraldo.weebly.com/

EVA RODRÍGUEZ-DÍAZ
EVA RODRÍGUEZ-DÍAZ
Eva Rodríguez-Díaz ha trabajado durante 20 años con víctimas de la violencia, en defensa de derechos territoriales, étnicos, y de las mujeres rurales en Colombia. Trabajadora Social - U. de La Salle, Col. Postgrado en Ciencias Políticas - CLACSO, Master Economía Social - U de Barcelona.