Argentina: Los baobabs comienzan por ser pequeños. ¿Cristina es el límite?

Esta nota (que fue hasta ayer otra, relativamente diferente, moderada y dialogante) se preguntaba, desde su título, si en la Argentina los cultores de una república excluyente y los propagandistas de la “grieta” habrían tocado fondo y alcanzado un punto de no retorno el 22 de agosto. .

 

Ese día un fiscal bastante torpe y demasiado entusiasta pidió para Cristina Fernández de Kirchner 12 años de prisión y la inhabilitación de por vida para ejercer cargos públicos como castigo por delitos que jamás se han podido probar de modo razonable y fehaciente.

Esta nota volvió a sufrir cambios y adoptó un tono diferente el sábado 27, cuando comenzaron a ocurrir incidentes (no necesariamente graves pero sí premonitorios) delante de la residencia misma de la ex-presidenta. Ese día el gobernador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no tuvo mejor idea que vallar la zona y saturarla de fuerzas antimotines para impedir que los partidarios de Cristina Fernández transformaran la entrada del edificio en lo que alguien definió bien como un “santuario de la resistencia”.

Quienes no hemos olvidado a aquel diputado de triste recuerdo que caracterizó a la muchedumbre peronista como «aluvión zoológico» podemos adivinar lo que muchos vecinos sintieron cuando los bombos atronaban la noche. Y si recordamos además aquellas pintadas que celebraban hace 70 años el cáncer que estaba matando a Eva Duarte, podemos entender que esa repulsa no es nueva. Nos llega desde lo más profundo de la noche. Late y se multiplica como los baobabs en los planetas pequeños. (*)

La muchedumbre y el orden

Policías y manifestantes que se enfrentan por un rato no es precisamente un suceso extraordinario. Ocurren enfrentamientos similares en todo momento en cualquier parte del mundo, pero como enseñaba bien el Principito, “los baobabs comienzan por ser pequeños” y cuando se trata de la realidad argentina, cualquier falta de cuidado pude dar lugar a que mucho de lo que aún se conserva de una sociedad que alguna vez aspiró a la integración y la inclusión (que no es poco) se resquebraje y se destruya.

Por eso, si en esta tercera versión de una nota que ha ido cambiando con el correr de los días ya no queda nada de aquella primera, y apenas se mantiene en pie el espíritu de la segunda, no es solamente porque estamos hablando de un país en el que todo fluye a un ritmo de vértigo. Un país en el que la escalada inflacionaria, el empobrecimiento galopante de los que ya son pobres, la puja de la clase media por no perder sus no pocos privilegios, el juego continuo del “campo” y los “empresarios” siempre dispuestos a devorarlo todo, la creciente debilidad y la evidente inoperancia presidencial, las renuncias nada gloriosas de quienes se habían encargado de la economía del país, como Martín Guzmán, o de quienes ni siquiera llegaron a hacerlo, como Silvina Batakis, el irresistible ascenso de Sergio Masa a una función de cuasi-cogobierno sin que haya estado claro para qué, las condicionantes impuestas por un Fondo Monetario Internacional que quiere recuperar ahora lo que desperdició ayer, el lawfare desembozado y todopoderoso, o la prensa dominante capaz de superarse día tras día en su capacidad de generar resentimiento, idiotez, y odio, marcan un día a día imposible de seguir.

Lo que hace que hayamos borrado lo que habíamos escrito y estemos intentando decirlo de manera abreviada y diferente, es que finalmente ocurrió, y alguien, de quien poco sabemos todavía, intentó balear en la sien a la mujer que ha demostrado ser el límite más allá del cual todo podría ser incertidumbre y caos. La mujer que a pesar de no ser ella misma el mejor ejemplo de equidistancia y desapacionamiento (¿quién en política lo es o debería serlo?), es sí (porque así lo han decidido y lo sienten muchos millones de personas) el límite. Como debería ser, en un escenario ideal, la vida de cualquier ser humano.

Y vale anotar aquí que el caso de Cristina Fernández es especial y que el intento de asesinato del que fue víctima tiene aristas particulares que lo agravan. No sólo por el valor simbólico de que quien intentó matarla haya evidenciado antes un resentimiento aporofóbico y contrario a la inmigración, o porque tuviera, como es de estilo en nuestros días, tatuajes que lo vinculan al submundo neonazi, sino porque su acting, por solitario que parezca, es la continuación lógica de una prédica continuada de misoginia apenas disfrazada de republicanismo.

Hay, en quienes han azuzado a los suyos lo suficiente como para que esto ocurriera, un llamado incesante a la eliminación de la histérica, la que no merece estar ahí donde está, la que debe haber robado todo lo que tiene y lo esconde en bóvedas secretas en la inmensidad de la Patagonia, la enferma, la loca que los enfrenta y no los respeta. La manipuladora. La malvada. La yegua.

Que después de tanta prédica destituyente y de eliminación moral, un personaje secundario haya decidido transformarse en héroe vengador, es simplemente un lógico desenlace. Era cuestión de tiempo o de que apareciera la oportunidad.

Quienes hacemos Diálogos y no somos argentinos pero podríamos serlo porque compartimos una latinoamericaneidad muchas veces indefinible y elusiva pero que por fortuna nos hermana, sentimos lo que está sucediendo como algo que nos atraviesa y nos lastima. Sin tomar partido, porque no hace falta, pero sin eludir lo que viene de adentro. Porque si se han pasado ya tantas barreras Cristina es, Cristina debería ser, un límite.

 


 

(*) EL PRINCIPITO – ANTOINE DE SAINT-EXUPERY – CAPÍTULO V

Cada día aprendía algo sobre el planeta, sobre la partida, sobre el viaje; muy pausadamente, al azar de las reflexiones. Es así como el tercer día conocí el drama de los baobabs.
Fue de nuevo gracias al cordero, porque bruscamente el principito me preguntó, como asaltado por una grave duda:
– Es bien seguro, verdad, que los corderos comen arbustos?
– Si, es cierto.
– Ah! Me alegro.
No entendí por qué era tan importan- te que los corderos comiesen arbustos.
Pero el principito agregó:
– Entonces comen también baobabs ?
Le hice notar al principito que los baobabs no son arbustos sino árboles grandes como iglesias y que aunque se llevara toda una manada de elefantes, la manada no acabaría ni con un solo baobab.
La idea de la manada de elefantes hizo reír al principito:
– Habría que ponerlos unos sobre otros…
Pero señaló sabiamente:
– Antes de crecer, los baobabs comienzan siendo pequeños.
– Es verdad ! Pero por qué quieres que tus corderos coman los pequeños baobabs ?
Me respondió: «Bueno! Vamos!» como si fuera algo evidente. Y necesité un gran esfuerzo mental para comprender por mí mismo el problema.
Resulta que en el planeta del principito había, como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas. Por lo tanto buenas semillas de hierbas buenas y malas semillas de hierbas malas. Pero las semillas son invisibles. Duermen en el secreto de la tierra hasta que a una se le antoja despertarse. Entonces se estira, y extiende tímidamente hacia el sol una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de
una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar crecer como quiera. Pero si se trata de una maleza, hay que arrancarla en seguida, en cuanto se la pudo reconocer. Ahora bien, había unas semillas terribles en el planeta del principito… eran las semillas de baobab.
El suelo del planeta estaba plagado de ellas. Y de un baobab, si uno se deja estar, no es posible desembarazarse nunca más. Obstruye todo el planeta.
Lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño, y si los baobabs son numerosos, lo hacen estallar.
«Es cuestión de disciplina, me decía más tarde el principito. Después de terminar la higiene matinal, hay que hacer con cuidado la limpieza del planeta. Hay que obligarse regularmente a arrancar los baobabs en cuanto se los distingue de los rosales, a los que se parecen mucho cuando son muy jóvenes. Es un trabajo muy fastidioso,
pero muy fácil.»
Y un día me aconsejó esforzarme en lograr un buen dibujo, para meter bien
esto en la cabeza de los niños de mi tierra. «Si algún día viajan, me decía, esto les puede servir. A veces no hay problema en dejar el trabajo para después. Pero en caso de tratarse de baobabs, es siempre catastrófico.
Conocí un planeta habitado por un perezoso. Había ignorado tres arbustos…»
Y con las indicaciones del principito, dibujé el planeta en cuestión. No me gusta adoptar un tono moralista. Pero el peligro de los baobabs es tan poco conocido, y los riesgos a correr por quien se pudiera perder en un asteroi- de tan considerables, que por una vez
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