El mundo está al borde de una catástrofe nuclear en buena medida debido a que los líderes políticos occidentales no han sido honestos acerca de las causas de la escalada de los conflictos a nivel global. La constante narrativa occidental de que Occidente es noble mientras que Rusia y China son malvados es ingenua y extraordinariamente peligrosa. . No se propone llevar adelante una diplomacia realista sino manipular la opinión pública.
Jeffrey David Sachs is an American economist, academic, public policy analyst and former director of The Earth Institute at Columbia University, where he holds the title of University Professor. He is known as an expert on sustainable development, economic development, and the fight against poverty.
Traducción: Latin@s en Toronto
La narrativa esencial de Occidente está integrada en la estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos. La idea central es que China y Rusia son enemigos implacables que “intentan erosionar la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos”. Estos países están, según EE. UU., «decididos a hacer que las economías sean menos libres y menos justas, a aumentar sus fuerzas armadas y a controlar la información y los datos para reprimir a sus sociedades y expandir su influencia».
President Joe Biden has promoted this narrative, declaring that the greatest challenge of our time is the competition with the autocracies, which “seek to advance their own power, export and expand their influence around the world, and justify their repressive policies and practices as a more efficient way to address today’s challenges.” US security strategy is not the work of any single US president but of the US security establishment, which is largely autonomous, and operates behind a wall of secrecy.
La ironía es que, desde 1980, EE. UU. ha iniciado al menos 15 guerras voluntariamente en el extranjero (Afganistán, Irak, Libia, Panamá, Serbia, Siria y Yemen, solo por nombrar algunas), mientras que China no ha participado en ninguna, y Rusia solo en una (Siria) más allá de los territorios de la ex Unión Soviética. Estados Unidos tiene bases militares en 85 países, China en 3, y Rusia (fuera del territorio de la antigua URSS) sólo en Siria.
President Joe Biden has promoted this narrative, declaring that the greatest challenge of our time is the competition with the autocracies, which “seek to advance their own power, export and expand their influence around the world, and justify their repressive policies and practices as a more efficient way to address today’s challenges.” US security strategy is not the work of any single US president but of the US security establishment, which is largely autonomous, and operates behind a wall of secrecy.
El presidente Joe Biden ha promovido esta narrativa, declarando que el mayor desafío de nuestro tiempo es la competencia con las autocracias, que “buscan promover su propio poder, exportar y expandir su influencia en todo el mundo, y justificar sus políticas y prácticas represivas como un manera más eficiente de abordar los desafíos actuales”. Pero esa estrategia no es obra de un solo presidente sino del aparato institucional y extrainstitucional de seguridad de EE. UU. que es, en gran medida, autónomo y opera detrás de un muro de secreto.
El miedo exagerado a China y Rusia se vende al público occidental mediante la manipulación de los hechos. Una generación atrás, George W. Bush Jr. vendió al público la idea de que la mayor amenaza de Estados Unidos era el fundamentalismo islámico, sin mencionar que fue la CIA, junto con Arabia Saudita y otros países, quienes crearon, financiaron y desplegaron a los yihadistas en Afganistán, Siria y otros lugares para que se encargaran de impulsar guerras en nombre de Estados Unidos.
Podemos considerar, por ejemplo, la invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética en 1980, que fue pintada en los los medios de prensa occidentales como un acto de perfidia no provocada. Recién años más tarde supimos que la invasión soviética en realidad fue precedida por una operación de la CIA diseñada para provocar esa misma invasión! La misma desinformación ocurrió con respecto a Siria. La prensa occidental está llena de recriminaciones contra la asistencia militar de Putin a Bashar al-Assad de Siria a partir de 2015, sin mencionar que los EEUU habían promovido el derrocamiento de al-Assad en 2011, cuando la CIA financió la operación Timber Sycamore cuatro años antes de que Rusia entrara en escena.
Un ejemplo más reciente lo vimos hace pocos días. Cuando la presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, voló imprudentemente a Taiwán a pesar de las advertencias de China, ningún ministro de Relaciones Exteriores del G7 criticó la provocación de Pelosi, pero sin embargo criticaron duramente la “reacción exagerada” de China al viaje de Pelosi.
La narrativa occidental sobre la guerra de Ucrania es que es un ataque no provocado de Putin en la búsqueda de recrear el imperio ruso. Sin embargo, la verdadera historia comienza con la promesa occidental al presidente soviético Mikhail Gorbachev de que la OTAN no se ampliaría hacia el Este, seguida de cuatro oleadas de ampliación de la OTAN: en 1999, incorporando tres países de Europa Central; en 2004, incorporando 7 más, incluso en el Mar Negro y los Estados Bálticos; en 2008, comprometiéndose a ampliar a Ucrania y Georgia; y en 2022, invitando a cuatro líderes de Asia-Pacífico a la OTAN para cercar a China.
Los medios occidentales tampoco mencionan el papel de Estados Unidos en el derrocamiento en 2014 del presidente prorruso de Ucrania, Viktor Yanukovych, ni la incapacidad de los Gobiernos de Francia y Alemania, garantes del acuerdo de Minsk II, de presionar a Ucrania para que cumpliera los compromisos adquiridos. No tienen en cuenta el volumen enorme del armamento estadounidenses enviado a Ucrania durante las administraciones de Trump y Biden en el período previo a la guerra, ni la negativa de EEUU a negociar con Putin la integración de Ucrania a la OTAN.
Por supuesto, la OTAN aduce que se trata de un tratado puramente defensivo y que la integración de nuevos países a la organización es voluntaria, por lo que Putin no debería tener nada que temer. En otras palabras, Putin no debería haber prestado atención a las operaciones de la CIA en Afganistán y Siria, ni recordar el bombardeo de la OTAN a Serbia en 1999, ni el derrocamiento de Muamar Gadafi por parte de la OTAN en 2011, la ocupación de Afganistán por la OTAN durante 15 años. No debería preocuparle el “error” cometido por Joe Biden al reclamar la destitución de Putin (que, por supuesto, no fue un error en absoluto); ni las declaraciones del secretario de Defensa de EEUU, Lloyd Austin, admitiendo que el objetivo de la guerra que se libra en Ucrania es el debilitamiento de Rusia.
En el centro de todo esto está el intento de Estados Unidos de seguir siendo la potencia hegemónica, aumentando sus alianzas militares en todo el mundo para contener o derrotar a China y Rusia. Es una idea peligrosa, delirante y anticuada. Estados Unidos tiene solo el 4,2% de la población mundial y ahora solo el 16% del PIB mundial (medido a precios internacionales). De hecho, el PIB combinado del G7 ahora es menor que el de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), mientras que la población del G7 es solo el 6 por ciento del mundo en comparación con el 41 por ciento en los BRICS.
Solo hay un país cuya fantasía autodeclarada es ser la potencia dominante del mundo: Estados Unidos. Ya es hora de que Estados Unidos reconozca las verdaderas fuentes de la seguridad: la cohesión social interna y la cooperación responsable con el resto del mundo, en lugar de la ilusión hegemónica. Con una política exterior capaz de revisar sus objetivos, EE. UU. y sus aliados podrían evitar la guerra con China y Rusia, y permitirían que el mundo enfrentara la multitud de desafíos que tiene delante: la crisis ambiental, energética, alimentaria y social.
En este momento de peligro extremo, los líderes europeos deberían buscar la verdadera fuente de la seguridad en la región, que no coincide con los intereses hegemónicos estadounidenses, sino que requiere acuerdos que respeten los intereses de seguridad legítimos de todas las naciones europeas, incluyendo por supuesto a Ucrania, pero también a Rusia, que seqgurá resistiéndose a la ampliación de la OTAN hacia el Mar Negro. Europa debería reflexionar sobre el hecho de que la no ampliación de la OTAN y la implementación de los acuerdos de Minsk II habrían evitado esta terrible guerra en Ucrania. En esta etapa, es la diplomacia, no la escalada militar, el verdadero camino hacia la seguridad europea y mundial.