Después de ti no hay nada, ni sol ni madrugada /
Ni lluvia ni tormenta, ni amigos ni esperanza /
Después de ti no hay nada, ni vida hay en el alma /
Ni paz que me consuele, no hay nada si tu faltas. .
Nostalgia y oscuridad
La estrofa anterior es el estribillo de una vieja y lloriqueante balada de José Feliciano, «Después de ti no hay nada», pero sintetiza bien el contenido argumentativo-emocional de quienes en Chile están a un paso de lograr que se frustre un sueño. El sueño de dejar atrás una constitución emanada de una dictadura sangrienta pero que funcionó hasta octubre de 2019 como molde rígido y como espejismo. Un espejismo en el que la desigualdad se presentaba como libertad, y el despojo como oportunidades.
No fue un paseo aquella dictadura, ni fue sólo un detalle aquella constitución que si bien fue modificada en 2005 durante la presidencia de Ricardo Lagos, conservó hasta hoy su esencia. Una esencia que, como ocurre con el amor ausente en la canción de Feliciano, la hace insustituible para quienes, por una razón u otra, sienten que no habrá vida sin ella. Porque el neoliberalismo tiene la virtud de apasionar a sus víctimas.
“Genera injusticias, crea chilenos y chilenas de segunda clase, y no tiene en cuenta los auténticos deseos de la gente”, se dice del contenido del proyecto que ha presentado la Convención Constituyente después de un año de trabajo y después de que su articulado fuera aprobado por más de ⅔ del total de sus miembros. «La mujeres somos poderosas y debemos ser libres“ grita en una publicidad del Rechazo una joven disfrazada de feminista sin que importe que sean precisamente los promotores de esa opción quienes se han opuesto siempre a que las mujeres tengan la libertad de decidir sobre sus cuerpos. Estamos ante la posibilidad de que el país se fracture y se fragmente. Reconocer la plurinacionalidad podría hacer que los pueblos originarios reclamen soberanía sobre medio Chile”, dicen otros, que se llenan la boca con la deuda que Chile tiene con “nuestros indígenas”, pero se oponen a que el respeto a su identidad y su cultura tenga rango constitucional. “Se desconoce la propiedad privada y la sana competencia y se hundirá nuestra economía en un desenfreno fiscal”, argumentan otros, que se niegan a que se nacionalicen recursos como el litio, porque no conciben que algo de valor deje de estar en manos privadas y ajenas. “Es un mal proyecto -demasiado corto o demasiado largo-, redactado por gente que no sabe cómo debe ser una constitución que conforme a todos y en especial a quienes, como nosotros, nunca nos habíamos sentido molestos con la que nos habían impuesto”, parecen decir quienes desde el centro del espectro político sienten que ha llegado el momento de volver a existir aunque sea sólo por algunos días. ¿Y si nos quisiéramos más? se pregunta una imaginaria víctima de violencia en una de las publicidades en contra del proyecto de nueva constitución (está aquí y valdría la pena dedicarle una nota entera) colocando su aceptación «amorosa»de la violencia sufrida como ejemplo de buen vivir. “¡El Apruebo nos hará ser parte de un experimento!”, advierte por último el economista conservador Sebastián Edwards, ubicándose mentalmente en el rol protagónico de un film de Ciencia Ficción de clase B.
En realidad, si deseamos entender el meollo de lo que hay detrás de tanto pánico televisivo y tanta derecha mimetizada con lo que siempre despreció, y para evitarnos el disgusto de seguir ahondando en ese sentimiento oscuramente nostálgico y catastrofista del “Después de ti no hay nada”, vale hacer foco en el Artículo 1º del proyecto de la nueva constitución chilena:
1. Chile es un Estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico.
2. Se constituye como una república solidaria. Su democracia es inclusiva y paritaria. Reconoce como valores intrínsecos e irrenunciables la dignidad, la libertad, la igualdad sustantiva de los seres humanos y su relación indisoluble con la naturaleza.
3. La protección y garantía de los derechos humanos individuales y colectivos son el fundamento del Estado y orientan toda su actividad. Es deber del Estado generar las condiciones necesarias y proveer los bienes y servicios para asegurar el igual goce de los derechos y la integración de las personas en la vida política, económica, social y cultural para su pleno desarrollo.
Todo lo que viene a continuación, en un articulado quizás excesivo, que contiene lo muy bueno, lo aceptable, y también lo mediocre o lo dudoso -que por cierto lo hay-, surge de ese postulado, que implica nada menos que el fin del Estado subsidiario y prescindente planteado hace 4 décadas por la constitución de inspiración pinochetista.
Todo, en última instancia, se remite a algo tan simple como cuál será en Chile el rol del Estado y su obligación de promover y asegurar derechos. Y si tanto escozor causa la nueva propuesta es porque ese es el tema en debate en todo el mundo. La cuestión de nuestra época. Una cuestión en que se nos va la vida y quizás también la existencia misma del planeta.
Pero a pesar de eso, a pesar de lo mucho de absurdo y lo mucho de histeria que puede advertirse en los propagandistas y victimistas del Rechazo, las encuestas los presentan como seguros triunfadores, con entre 9 y 11 puntos por delante de quienes votarán Apruebo… y algo de razón parecen tener.
La decepción y el atrincheramiento
Las constituciones son marcos amplios en los cuales debe inscribirse parte del cuerpo legal ya existente, y todo lo que se legisle una vez que ese marco se ha constituido. Son construcciones imperfectas y perfectibles, que una vez adoptadas se modifican cada vez que es necesario, a condición de que se tengan las mayorías necesarias. Como se dice habitualmente, las constituciones no están escritas en piedra.
Sin embargo, que se haya llegado al absurdo de que el mejor argumento a favor del Apruebo sea en este momento “Aprueba para reformar”, es una incongruencia de proporciones históricas. No debe haber otro caso en los anales de los procesos constitucionales en los que el proyecto que se pone a consideración de la ciudadanía sea tan débil desde el punto de vista de su capacidad para consitar acuerdos, que deban anunciarse reformas antes aún de que se lo haya aprobado. Y que sea necesario que los partidos políticos que impulsan el proyecto se vean en la necesidad de firmar un documento especificando cuáles será los puntos a reformar, porque la sola afirmación de que lo harán, podría no ser creíble.
No podemos entrar aquí en el detalle de todas las instancias previas que le dieron a este proceso mayorías reiteradas y abrumadoras, y expectativas que sobrepasaron todo lo esperado. Y tampoco es necesario insistir en lo auspicioso que fue para el trabajo de la Convención Constituyente que las fuerzas mayoritarias en su seno hayan accedido poco después al gobierno del país.
Pero todo eso no hace más que agudizar el desconcierto… ¿cómo fue posible que el apoyo al proyecto presentado, que algunos analistas situaban en cifras cercanas al 80%, se desplomara del modo en que lo ha hecho?
Se ha hablado de la gestualidad exagerada e innecesaria de algunos constituyentes más ocupados en visibilizar sus temas de preferencia que en alcanzar un texto constitucional coherente. Se ha mencionado el empecinamiento de algunas fuerzas en incorporar al articulado del proyecto demasiados detalles en torno a temas que correspondía legislar luego de alcanzada la aprobación. Y se han buscado explicaciones en el bajo nivel de aprobación de los gobiernos en todo el mundo en la post-pandemia, algo que, no por cierto, explica bien lo que sucede.
Las razones pueden ser muchas y reforzarse unas con otras. Pero quizás la palabra precisa, la que mejor expresa el “pecado” o la falla esencial de la Convención Constituyente ha sido utilizada por el presidente Gabriel Boric en entrevista de Chilevisión, y por su vocera Camila Vallejo, el día 21 de agosto en el programa Tolerancia 0: atrincheramiento.
Los sectores de izquierda o vinculados a la izquierda, quizás demasiado permeados por quienes se presentaban como herederos del estallido y en nombre de las “nuevas políticas extrapartidarias” se atrincheraron en sus ⅔ de la convención y en la seguridad de que el proyecto estaba aprobado antes aún de que se hubiera redactado, descuidando la dimensión política por excelencia, la búsqueda de consensos toda vez que sea posible.
Y si era imposible obtener esos consensos con las fuerzas de la derecha –como suele serlo- se debieron haber buscado con las de centro. Aunque parecieran irrelevantes y aunque esos acuerdos hubieran “rebajado” el potencial transformador de la nueva constitución. No se puede estropear una oportunidad como la que se dio a sí mismo el pueblo chileno en nombre de la pureza ideológica de nadie.
De cualquier modo, lo hecho hecho está y ahora, quienes están cómodamente atrincherados en la posibilidad de que todo se frustre, son los promotores del Rechazo.
La esperanza y el hilo del que pende
Todos quienes analizan el devenir político chileno coinciden en afirmar que el 4 de septiembre no concluye un proceso sino que se inicia otro, por ahora imprevisible. Sobre todo porque quienes auspician el Rechazo, a diferencia de quienes proponen «aprobar para reformar», se niegan a dejar en claro cuáles son sus intenciones en caso de que esa opción resulte triunfante. No sabemos si pretenderán que quede firme la constitución hoy vigente, o si aceptarán reformarla. Y tampoco podemos saber, en el caso de que aceptaran reformarla, cuál sería el mecanismo para hacerlo. Todo eso se discutirá una vez que se conozcan los resultados y seguramente dependerá de cuáles sean los números finales.
De la sinceridad que los anima, sólo cabe dudar. Porque como en aquel poema de Borges, no los une el amor sino el espanto.
De todos modos, no está perdida toda esperanza aunque penda de un hilo. Porque si bien las encuestas parecen ser contundentes, no se sabe si son capaces de captar en su radar a quienes tradicionalmente no han votado (en especial los jóvenes y los sectores de bajos recursos), ya que en esta ocasión, en la que el voto será obligatorio, deberían hacerlo.
Si el Apruebo llegara a ser la opción más votada, algo hasta ahora improbable, ese resultado se le deberá a los pobres y a los jóvenes. Y en particular a los jóvenes pobres. A los que han estado por fuera del sistema. Los que estallaron en octubre de 2019. Los que sienten que sobran (como recuerda la canción de Los Prisioneros que se tranasformó en himno de las revueltas juveniles tanto en Chile como en Colombia).
Deberemos entonces, tanto chilenos y chilenas como quienes no lo somos, aprender algo de todo esto independientemente de cuál sea el resultado del 4 de septiembre. A uno de esos aprendizajes nos referiremos en una próxima nota: en la post-pandemia y a partir de la emergencia de las nuevas derechas, las coaliciones que aspiren a competir por el poder con posibilidades de éxito, deberán abarcar desde la izquierda hasta el centro. Incluir todo. Por polémica que pueda resultar esta afirmación, cuando eso no se logra, sólo se cosecha debilidad y se frustran esperanzas.