A medida que transcurran las semanas o los meses, conoceremos cuáles fueron las verdaderas razones que llevaron a Nancy Pelosi a imaginar que su viaje a Taiwan podría ser de alguna utilidad para sí misma, para su partido, para su país, o para los 23.000.000 de personas que habitan en la isla que tras su visita comenzará una nueva e impredecible etapa de su historia. .
Poco importará si se trataron de razones puramente personales y la empujó el saber que, a partir de noviembre, a consecuencia de una derrota electoral de su partido que hubiera sido impredecible 18 meses atrás pero hoy parece inevitable, deberá dejar el cargo que ocupa con más pena que gloria.
Poco importará si lo que aparentó ser una decisión tomada sin el total acuerdo de la Casa Blanca y del ejército de su país no fue en realidad un paso más de la misma estrategia que llevó a Joe Biden a realizar en mayo de este mismo año un viaje muy similar -que incluyó también a Corea del Sur y a Japón- y que tuvo idénticos motivos. Si el propio presidente se había movilizado en mayo con el fin expreso de generar una línea de contención a la influencia de China en la región, y si un mes después, a fines de junio, tanto el G7 como la OTAN decidieron redefinir sus objetivos colocando a China en el punto de mira ¿por qué habría de sorprender que en julio, la presidenta del Congreso provocara a sabiendas un serio incidente diplomático cruzando ella también otra línea roja?
Que una semana después de la vista el portal Bloomberg, uno de los medios de prensa que mejor expresa los puntos de vista del establishment norteamericano plantee que: «Pelosi Trip Sets Back Biden’s Effort to Woo Asia Against China.» es apenas una muestra del deconcierto generado por la visita. Porque aunque pueda parecer que lo ocurrido en estos días es algo novedoso, no lo es tanto. Y no es posible abordarlo a partir un planteamiento ingenuo como ¿no tiene una congresista estadounidense o de cualquier otra nación la libertad de visitar el país que desee en el momento en que se le ocurra? No es así y veamos por qué.
Los países no son personas
Para que las personas o los países coexistan, es necesario que exista previsibilidad y reglas que lo hagan posible. Al interior de cada sociedad, los individuos se someten a (y se benefician de) leyes basadas en lo que consideran justo y admisible. Entre países soberanos, en cambio, no existen leyes sino tratados o declaraciones conjuntas, refrendadas en ocasiones por terceros países o por organizaciones internacionales. Esos tratados buscan definir con claridad los puntos en que existe acuerdo y a resolver posibles disputas de modo pacífico.
De ese modo, cuando existen disputas territoriales (pensemos en el caso de las Islas Malvinas, el Peñón de Gibraltar, o el territorio de Esequibo) en las que dos partes reclaman con mayor o menor razón un derecho adquirido, lo que regula el conflicto para que no derive en una guerra, son los tratados.
En lo que tiene que ver con la situación de Taiwán, las reglas que EEUU y la República Popular China han acordado seguir son las que están expresadas en un conjunto de documentos de los que estos días hemos escuchado hablar, los “Tres Comunicados”, firmados a principios de la década de los ‘70 en ocasión del re-establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países.
Brevemente, un poco de historia
Hasta los primeros años de la década del ’70 del pasado siglo (después de que en 1949 el ejército del Kuomintang, acuadillado por el General Chiang Kai Shek huyera y se refugiara en la isla de Taiwán tras su derrota ante las fuerzas de Mao Tse Tung) los EEUU habían reconocido a su gobierno como el gobierno legal de toda China, y se habían opuesto a que la República Popular ocupara un lugar en las Naciones Unidas o que fuera reconocida su existencia por los países del Hemisferio Occidental.
Sin embargo, en aquel momento se estaba procesando una situación conflictiva en las fronteras de China y la Unión Soviética por lo que el entonces todopoderoso Secretario de Estado de Richard Nixon, Henry Kissinger, tuvo una idea que pareció brillante. Que un reconocimiento y un acercamiento de su país a China y una previsible guerra entre ambos países podría dar como resultado el aniquilamiento -o el menos el debilitamiento- mutuo. Eran tiempos de Guerra Fría, los aprendices de brujo hacían su agosto, y dejar a Taiwán en una especie de limbo de irrealidad parecía un buen precio a pagar. Ya se encargaría el tiempo de que el régimen comunista chino cayera por su propio peso.
De ese proceso de reconocimiento surgieron los acuerdos marco que han regulado las relaciones entre los EEUU y China desde entonces y de los cuales tanto hemos escuchado hablar en estos días.
Los «Tres Comunicados» conjuntos
El primer documento, el Comunicado de Shanghai, se firmó en febrero de 1972, durante el histórico viaje del presidente Richard Nixon a China. En él se dejó establecido que la República Popular China es una entidad única, que Taiwan es una parte indisoluble de ella, y que la re-unificación de ambos territorios sería un tema que habrían de resolver pacíficamente, en un futuro indeterminado, los habitantes de ambos territorios.
El segundo comunicado, referido al establecimiento de relaciones diplomáticas, entró en vigor el 1º de enero de 1979. En él, EEUU reiteraba el reconocimiento de la República Popular China como único gobierno legítimo de China, y se admitía que su relación con Taiwán, mientras no se completara el proceso de reunificación, sería «no oficial» y se llevaría a cabo dentro de este contexto.
El tercer comunicado, el Comunicado Conjunto sobre Venta de Armas a Taiwán, entró en vigor el 17 de agosto de 1982 y en él se reconocía que aunque Estados Unidos podría suministrarle armas a la isla, eso no implicaría una admisión tácita de la existencia de «dos Chinas» o «una China, y un Taiwán».
Esos acuerdos son la base de la coexistencia entre los intereses de EEUU y de la República Popular China en el este de Asia. Han configurado una situación de “equilibrio ambiguo” mutuamente aceptada, refrendada por la existencia de un sólo lugar para China en las Naciones Unidas y por el hecho de que sólo 13 pequeños países consideran que Taiwán sea una entidad independiente, lo que durante varias décadas le ha dado una cierta estabilidad a la región.
La estabilidad inestable
Sin embargo, y como suele ocurrir con las predicciones de todo aprendiz de brujo, nada de lo que había estado en la base de los cálculos de Henry Kissinger y sus sucesores se cumplió. La Unión Soviética implosionó sin necesidad de una guerra con China y muchas de las tensiones que parecían normales dejaron de serlo, pero mientras tanto China fue transformando sus estructuras económicas y políticas, llegando a ser no sólo potencia global, sino el principal socio comercial de la mayor parte del mundo desarrollado y del mundo en desarrollo. Eso, por supesto, no sólo está alejado de lo previsto en 1971, sino que representa hoy, para los EEUU, la posibilidad cierta de perder su lugar como potencia hegemónica. Y para sus aliados de la región (pensemos sólo en Japón y en Corea del Sur) el temor de ser, tarde o temprano, abandonados a su suerte.
Por esa razón, la estabilidad basada en aquellos Tres Comunicados ha sido periódicamente cuestionada por declaraciones o por actitudes con las que EEUU (en particular durante las administraciones de Barak Obama, Donald Trump y Joe Biden), desconoce más o menos abiertamente, la vigencia de lo acordado. En lo que tiene que ver con la política internacional Joe Biden ha sido algo así como un Donald Trump sin twitter, y éste último fue un Obama sin charme y sin buenas maneras, pero ninguno de ellos se ha destacado por una actitud cuidadosa con respecto al Este asiático y sus complejidades. Y que el actual presidente, que desembarcó anunciando «America is Back» tenga en este momento los índices de aprobación más bajos que se hayan registrado, no ayuda a pensar que sus tomas de decisiones sean las más adecuadas.
La visita oficial a Taiwán de la figura que ocupa el tercer lugar en importancia dentro del gobierno de los EEUU, el lenguaje que habitualmente utiliza y en el que tácitamente se reconoce a la isla no como una parte de China sino como una identidad independiente, y la falta de claridad de las declaraciones del propio Joe Biden al respecto, no son la mejor garantía de que el conflicto se detenga una vez que la demostración de fuerza realizada por China alrededor del territorio en disputa finalice. Y si tenemos en cuenta que más del 60% de la economía de la isla depende de sus relaciones comerciales con la China “mainland” y que todo su territorio está a un misil de distancia de la costa, el riesgo de que la visita tenga resultados diferentes a los esperados es indudable.
Como decíamos antes, no correspondía argumentar que Nancy Pelosi tiene el derecho a ir donde le plazca como si de una turista se tratara, así como no fue un buen argumento sostener que Ucrania tenía el mismo derecho a integrar la OTAN que cualquier otra nación. Las relaciones entre los países se regulan en base a acuerdos recíprocos y no se trata de “derechos” asimilables a los derechos de las personas al interior de la sociedad que integran.
Será inevitable volver sobre este tema, aunque en otra de las notas de esta misma edición, podemos encontrar un punto de vista (estadounidense y conservador pero franco y razonable) que nos ayudará a entender la complejidad del tema.