Hace apenas algunas semanas en Chile todo parecía ser incertidumbre y oscuros presagios. Las posibilidades de que en el plebiscito del 4 de septiembre en el que se aprobará o no la propuesta de nueva Constitución elaborada trabajosamente a lo largo de meses triunfara la opción Rechazo eran, según todas las encuestas, mucho más altas de lo que nadie hubiera soñado un año atrás. .
Un resultado desfavorable significará un revés posiblemente irreversible a todas las expectativas de cambios en el país porque, para colmo de males, las evaluaciones del gobierno de Gabriel Boric, iniciado hace apenas cuatro meses en medio de un clima de esperanza y entusiasmo, pero enfrentado desde su primer día a varias crisis heredadas, son sorprendente (y en alguna medida también justificadamente), bajas.
La propuesta de nueva constitución había llegado acompañada de una carga no menor de desaciertos de algunos de los integrantes de la Convención Constitucional, que no sólo no contribuyeron a la generación de confianza y aprobación, sino que desnudaron algo que desde el momento de la elección de convencionales ya aparecía claro: la “nueva política” no sólo no es el remedio a todos los males sino que, en dosis no controladas, los agrava sin remedio.
Por otro lado, se hizo evidente algo que no podía sorprender. Los medios de prensa, crecientemente concentrados y ligados casi en su totalidad a los sectores más conservadores de la sociedad, (algo que por supuesto no ocurre sólo en Chile), han estado jugando desde el comienzo un rol central en la presentación del proyecto de nueva constitución con los tintes más negativos, deformando sus contenidos en algunas ocasiones y mintiendo desvergonzadamente en otras.
Cabe añadir un elemento más ligado al anterior. Algunas de las novedades del proyecto en el terreno de la plurinacionalidad, no hacen más que darle rasgo constitucional a temas que el país ya ha debatido, y recogen recomendaciones de organismos como Naciones Unidas. Sin embargo parecen ser inasumibles para sectores amplios de una sociedad que siempre se ha negado a reconocer sus fallas en el tratamiento de los derechos de los pueblos originarios, y eso los hace especialmente vulnerables a las campañas de desinformación que se trasmiten por las redes.
Frente a ese panorama, los personajes más representativos de la derecha chilena, que son a su vez los más comprometidos con el gobierno anterior, evitan hacer apariciones públicas respaldando el Rechazo, sospechando con buen criterio que su sola presencia fortalecería las posibilidades del Apruebo. Casi el 50% de los ministros de Sebastián Piñera incluyéndolo a él mismo se han abstenido de hacer manifestaciones públicas, mientras que Antonio Kast el candidato de la derecha en las últimas elecciones lo hizo sólo una vez, y a continuación fue llamado desde sus propias filas a silencio.
En los últimos días, sin embargo, y cuando la partida parecía estar ya decidida, la situación ha cambiado. La tendencia a apoyar el proyecto de nueva constitución se ha fortalecido notoriamente y quienes estaban cómodamente instalados en el Rechazo comienzan a sentir que no alcanza con sembrar temor a los cambios, o presagiar nuevas Venezuelas, o augurar que los mapuches independizarán todo el sur del territorio nacional para recoger un resultado favorable.
Y vale destacar dos factores que, entre muchos otros, están incidiendo en ese cambio y ponen en evidencia el valor insustituíble de la política.
En primer lugar, el retorno de Michelle Bachelet, que después de haber sido ampliamente criticada (casi siempre con razón) por las y los principales promotores de la nueva constitución y por las figuras centrales del nuevo gobierno, supo encontrar, en el momento preciso, las palabras exactas que le dieron una nueva vida y una nueva vitalidad al apruebo. No necesitó Bachelet elaborar demasiado ni hacer discursos altisonantes; le bastó recordar aquella hermosísima canción de Pablo Milanés, El breve instante en que no estás.
“No es perfecta, mas se acerca a lo que yo simplemente soñé”, dijo y en esa lúcida y casi imperceptible comparación de la nueva constitución con la mujer libre de la que habla aquella canción que marcó una época, algo parece haber saltado y haberse traducido en luz en la memoria colectiva de varias generaciones. No son muchas las personas capaces de hacer esa síntesis y siempre es bueno que estén de nuestro lado cuando se las necesita.
El otro factor que está resultando decisivo es el propio Gabriel Boric. Acorralado por las encuestas y los ataques de una prensa que comienza a mostrar los dientes, disminuído su radio de acción por los errores menores pero constantes de un equipo ministerial que no parece conocer otra estrategia que la del ensayo y el error, atrapado en la difícil situación de estar gobernando con dos coaliciones ninguna de las cuales le es totalmente fiel, comprometido por situaciones como la violencia en la Araucanía, que no por heredadas son menos acuciantes, y encorsetado por las reglas de su cargo, que le impiden hacer campaña, ha encontrado la forma de promover reformas, como la del sistema de salud que, aún cuando se implementan dentro del marco de la actual constitución, prefiguran, anticipan, los beneficios que se derivarían de la nueva. Y eso, que no es más ni menos que la politización (en el mejor sentido del término) de las expectativas, no es un elemento menor de cara a la definición del 4 de septiembre.
Hoy es imposible calibrar si los avances del gobierno en la solución de las varias crisis que enfrenta serán suficientes como para inclinar la balanza hacia el Apruebo, y es imposible saber si la estrecha senda de “aprobar para reformar” planteada por Gabriel Boric, le quita o le suma incertidumbre al proceso en su último tramo de poco más de 30 días.
Estamos en ese momento tan apasionante de la política en el que los dados están en el aire y todo puede ser. En Diálogos, cuando suceden estas cosas, solemos cruzar los dedos.