Que el arrepentimiento fuera necesario, lo hace (por el momento) suficiente

Todos los sistemas contienen mecanismos internos de obturación que aseguran su continuidad. Que lo aislan y lo resguardan. Que se oponen al ingreso y la circulación de lo que es extraño y potencialmente peligroso. Canadá funciona en base a un mecanismo similar, y lo ocurrido con la visita papal es un magnífico ejemplo. . Un ejemplo de cómo ante la aparición de una herida identitaria o una certeza que lastima y duele, las instituciones y la prensa se encargan de cancelar lo no deseado, para tranquilidad de una sociedad ávida de conservar su autocomplaciente idea de sí misma. .

 

Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, seguramente estaba advertido de eso porque no ha llegado hasta el lugar que ocupa viviendo en una burbuja de cristal, pero quizás no calibró hasta qué punto las y los formadores de opinión del país que visitaba, desde el periodismo mainstream de lengua inglesa hasta las máximas autoridades, se mostrarían obsesionados por desnudar la insuficiencia de sus pedidos de disculpas, realizadas en nombre de una iglesia que (dicho sea con franqueza), no se caracteriza por la frecuencia con que se arrepiente.

Un hombre viejo, en el límite de sus fuerzas y con visibles signos de cansancio en el cuerpo y en el rostro (y seguramente también en el alma si ésta existiera), llega dispuesto a recorrer comunidades y territorios indígenas durante una semana pidiendo perdón por cosas que no hizo pero de las que es lógico que, como cabeza de su iglesia, se sienta responsable y eso, al parecer, no nos alcanza. No nos resulta suficiente.

– Porque se ve que aquí estamos acostumbrados a más. Porque parecería que es más inteligente comentar lo que el visitante no dijo que hacerce cargo del mensaje que nos trajo. Porque decidió hablar en español (¿a quién se le ocurre?!) y los traductores parecen no ponerse en total acuerdo acerca de lo que ha dicho en esa extraña lengua. Porque no ha dejado en claro qué día se abrirán los archivos del Vaticano para que sea posible encontrar el rastro de los crímenes que nuestro propio gobierno ha escondido hasta hoy y no investiga. Porque el primer día había transcurrido sin que hubiera pronunciado la palabra genocidio o porque cuando la dijo ya no parecía oportuno.

– Porque al recordar que la Iglesia Católica fue responsable del 60% de las más de 300 escuelas residenciales que funcionaron entre 1831 y 1998, parece haber insinuado que las iglesias, también cristianas, que se encargaron de administar el restante 40% quizás debieran seguir su ejemplo y peregrinar mostrando públicamente su cuota parte de arrepentimiento.

– Porque al referirse a que “haber establecido un sistema como el de las escuelas residenciales fue un error inadmisible y catastrófico” hizo inevitable recordar que el sistema del que hablaba fue establecido (es decir ideado, diseñado, puesto en práctica, financiado, y sostenido a lo largo de casi un siglo y medio) por el estado canadiense y por instituciones creadas en Canadá específicamente para deshacerse de una población originaria indeseable, incómoda y prescindible, apropiándose y quitándole la identidad, la cultura, e infinidad de veces la vida, a sus niños.

– Porque en su crítica al colonialismo no se detuvo en el colonialismo del pasado, sino que extendió el concepto al modo en que los organismos internacionales de crédito y los países del norte desarrollado condicionan y ahogan al mundo en desarrollo. Un modo de abordar el tema que aquí, en Canadá, no está bien visto.

– Porque no lagrimeó exculpándose con un “nosotros no somos eso” como hizo Justin Trudeau en junio de 2021, pocos días después del hallazgo de los primeros pequeños cuerpos (apenas una muestra de los varios miles que aún quedan por desenterrar) y pocas horas antes de faltar a una cita con líderes indígenas para ir con su familia de vacaciones.

Y porque no abjuró de una bula papal del siglo XV que declaraba “terra nullius», o tierra de nadie los territorios que se «descubrieran», un concepto que ha sido refutado y negado por la propia iglesia, desde los inicios de la ocupación y colonización europea de América hasta nuestros días. Vale repasar, para contextualizar este tema, el siguiente documento: “Doctrine of Discovery”: Terra Nullius: A Catholic Response.

El valor de las palabras y gestos

Todo lo anterior, que implica en los hechos la pretensión de que ese que llega a pedir perdón desde afuera se haga cargo de la totalidad de la culpa de los de dentro, para que el sistema de pretendida supremacía moral propia no se tambalee, deja un sabor amargo incluso entre quienes no somos ni católicos ni cristianos ni olvidamos el papel que sus instituciones han tenido en nuestras historias.

Por supuesto, no desconocemos que la Iglesia Católica, si quisiera, podría hacer mucho más por resarcir a sus víctimas. No sólo a las de aquí, que son muchísimas, sino también a las de allá, y las todas partes, que se cuentan por millones. Somos concientes de que no lo hace y sabemos que, a no ser que ocurra un milagro, no lo hará. Porque la Iglesia funciona como todo poder establecido sobre el sojuzgamiento ajeno ¿o alguien en Canadá le exige a la Corona Británica que su cabeza visible o sus herederos ya mayorcitos peregrinen de mar a mar pidiendo disculpas, besando víctimas, y anulando los tratados infames que aseguraron el despojo y los asesinatos que los enriquecieron durante generaciones?

Mientras esas cosas no sucedan, mientras no se ofrezca alguien a hacerlo mejor que Jorge Bergoglio, quienes ni creemos ni hemos creído en iglesias ni en la santidad de nadie, quienes hemos repetido más de una vez aquellas palabras que el poeta español León Felipe le dedicó al Papa Pio XI al enrostrarle su connivencia con el nazismo y el fascismo: “sobre el vacío de tu cáscara hueca y sobre los escombros de tu iglesia podrida levantaremos un día nuestra casa, nuestra ciudad y nuestro vuelo”, quienes hemos estado siempre apartados del rebaño como las ovejas negras, miraremos a este hombre con respeto.

Y celebraremos el valor personal del anciano que en el límite de sus fuerzas, en una silla de ruedas, llega con la cabeza gacha, hace penitencia, atraviesa un continente, y le pide perdón a los vencidos.

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