Alemania : ¿automutilación de un sueño o el ingreso a una nueva pesadilla?

Pegarse un tiro en el pie, la imagen usada habitualmente para describir daños autoinfligidos por impericia o por mala suerte, es demasiado frívola pero quizás aplica a lo que ha estado haciendo Alemania desde el principio de la guerra. Lo que estamos presenciando ¿es la automutilación de un sueño o el preámbulo de nueva una pesadilla? .

 

Que en una guerra, pasado el tiempo, casi todas las partes involucradas pierden, es algo bien sabido desde siempre. Pero no solemos prestar atención a lo que pierden quienes no participan o participan subsidiariamente de un conflicto. Quienes aparentemente no lo sufren pero deberían ser los primeros en querer que se detenga. Por eso, no será mala idea mirar hacia un país que está viendo naufragar muchos de sus principales proyectos: Alemania. Y preguntarnos por qué ha dejado que esto le suceda.

Un gasoducto en la ruta de la seda

Recordábamos en nuestra nota anterior, “¿Alguien tendrá interés en reconstruir Ucrania?”, que cuando faltaban aún pocos meses para que se iniciara la Guerra de Ucrania comenzó a ser nota de tapa de los principales medios de prensa del mundo la denodada oposición de los EEUU a que se finalizara e inaugurara el gasoducto Nord Stream 2, que llevaría gas desde la localidad de Ust-Luga, en el territorio de la Federación Rusa, directamente hacia Greisfwald, en Alemania.

Nord Stream 2, clausurado en el mismo momento en que se finalizaba su contrucción -y vale recordarlo, el 22 de febrero, es decir apenas dos días antes del comienzo de la invasión rusa a Ucrania- corre a través del Mar Báltico casi paralelamente al Nord Stream 1 y había despertado ya las iras de la administración Trump. Luego, como ocurrió con varias de sus ocurrencias, la iniciativa fue asumida y continuada con entusiasmo por el nuevo gobierno de Joe Biden que no sólo sancionó a las empresas alemanas y rusas que estaban participando de la construcción del gasoducto, sino que adelantó que también estaba dispuesto a sancionar a la propia Alemania.

El argumento principal de los EEUU en aquel momento parecía ser de recibo, o al menos lo fue para la prensa occidental. El nuevo gasoducto, aducía el gobierno estadounidense, podía generarle a Alemania una dependencia excesiva e inconveniente respecto del gas ruso, y eso no sólo pondría en riesgo su desarrollo y el del resto de Europa, sino que derivaba en un peligro para todo el mundo libre.

Vale recordar, sin embargo cuáles eran las premisas sobre las cuales el gobierno de Angela Merkel, con la anuencia de toda la Unión Europea, había tomado la decisión de respaldar y financiar la construcción del Nord Stream 2.

En primer lugar, Alemania, la principal potencia industrial occidental por detrás sólo de los EEUU, no sólo es (¿deberíamos decir era?) el motor económico de la Unión Europea desde hacía ya décadas, sino que estaba en camino de ser -y transformar a toda la región-, en abastecedora de bienes y servicios de alta tecnología para las economías de toda el área del Pacífico, China entre ellas.

Como consecuencia de lo anterior Alemania necesitaba contar con un abastecimiento energético cuyo volumen y precios estuvieran asegurados, pero no existían en aquel momento (lo que ha quedado ratificado con creces hoy) fuentes de energía confiables (fueran tradicionales o formaran parte de las denominadas verdes) capaces de competir con el gas proveniente de la Federación Rusa.

Paralelamente, Alemania se aseguraba con el Nord Stream 2 dos objetivos de primer orden. Uno, obvio e innegable, en línea con la búsqueda de ventajas comerciales. El otro de una importancia geopolítica superlativa, e imposible de pasar por alto si de verdad se quieren comprender los entretelones de esta guerra.

El primero de esos objetivos era incrementar el volumen de gas proveniente de Rusia que llegaba a Alemania directamente. Se reducía así su dependencia del que pasa a través de países potencialmente conflictivos, como Polonia o Ucrania (lo que nos ayuda a comprender el rápido respaldo de éstos dos últimos países al reclamo norteamericano para que el Nord Stream 2 no se pusiera en funcionamiento).

El segundo, sin dudas el más importante, era afianzar las relaciones de intercambio con un país históricamente europeo (Rusia) que tiene una riqueza excepcional de materias primas que Alemania y Europa necesitan para, a través suyo, conformar un polo geoeconómico y geoestratégico con la que será, en menos de 10 años, la principal potencia económica global, China.

Alemania se transformaba de ese modo en la cabecera europea de las Ruta de la Seda. Y con la creación ya anunciada de una fuerza militar exclusivamente continental, pasaba a ser la cabeza de una Unión Europea totalmente diferente a la de la post guerra: independiente de la tutela norteamericana y dispuesta a ocupar un lugar propio en un mundo multipolar.

Como recuerda Marco D’Eramo en The New Left Review, el sueño de una Alemania integradora a nivel euroasiático no era nuevo. En 2005 ya estaba delineado ese escenario:

The natural consequence of this process is the formation of a Eurasian economic zone, a real necessity for China both because of its need for Russian raw materials, and because of growing nodes of railway infrastructure that cross Russia, Kazakhstan and Ukraine. In the last decade, the first convoys of freight trains departed China for Dortmund and the Netherlands, news which was even reported by the Financial Times. The Germans had, at least in industrial circles, the intention of creating synergies between China, Russia, Kazakhstan, Ukraine, and thereby Europe and Germany. In other words, the aim was to integrate states bringing together logistical, productive and energy exporting zones (Russia, Ukraine, Kazakhstan) and imports of industrial goods both from China and Germany.

Guerras, subsidiariedad, y pesadillas

La guerra de Ucrania responde a una multiplicidad de factores que en Diálogos hemos tratado de enfocar desde diferentes perspectivas. El desafío geopolítico que representaban una Alemania y una Europa capaces de asociarse a bloques regionales deshaciéndose del corset que les impone tradicionalmente EEUU, por supuesto, no es el único factor en juego, pero no sería sensato descartarlo a la hora de analizar no sólo las raíces, sino sobre todo cuáles podrían ser las derivaciones del conflicto.

El nuevo gobierno de Alemania, de alianza entre socialdemócratas, liberales y verdes, no sólo aceptó la imposición estadounidense de cerrar el gasoducto Nord Dtream 2 (lo que, como recordábamos al principio de esta nota ocurrió el 22 de febrero y fue posiblemente un factor determinante en el inicio de la guerra en Ucrania dos días después). Creyó además (o no se permitió la posibilidad de dudar de ellas), varias afirmaciones de Joe Biden y su equipo, que la están llevando a ser una de las posibles víctimas subsidiarias de la guerra de Ucrania.

– Que el gas que no llegara a Alemania desde la Federación Rusa a través del Bático, le sería suminstrado a un precio similar por EEUU y Canadá a través del Atlántico, lo que, como es obvio, era imposible y no sucedió.

– Que Arabia Saudita, los países del Golfo y hasta ¡Venezuela! (que a los efectos sería rápidamente des-sancionada) estarían ansiosos de suministrar el petróleo o el gas que no se le comprara a Rusia como consecuencia de las sanciones. Algo que hasta el momento no ha sucedido y nadie prevé que llegue a suceder en el corto plazo.

– Que los seis paquetes sucesivos de sanciones y el anunciado calendario de «desacople» del gas y el petróleo ruso no provocarían respuestas como las que Rusia está tomando desde junio y que amenazan con afectar a toda Europa a partir de la finalización del verano.

– Que, (tal como anunció con entusiasmo Janet Yellen, la Secretaria del Tesoro de los EEUU durante la cumbre del G7), se conformaría un cartel de compradores de petróleo que le pondría un tope al precio que pagan, lo que, de haber sido posible (y no lo fue) habría desmentido toda la teoría económica vulgarmente aceptada.

– Que Alemania, Europa y el mundo podían darse el lujo de prescindir por tiempo indefinido de lo que se produce y sobre todo lo que se extrae en Rusia y en Ucrania: fertilizantes, tierras raras, hierro, oro, el neon necesario para la industria de chips y semiconductores, el niquel imprescindible en la industria de vehículos eléctricos, el titanio que se usa en las industrias aeroespaciales y más de un 40% de los cereales o el girasol que se consumen en el mundo.

Como resultado de la aceptación ciega y frívola por parte de Alemania y de Europa de que “nada puede salir demasiado mal si el gobierno de los EEUU lo promueve” hoy, al menos momentáneamente, el motor económico de la UE ha dejado de estar en donde estaba. Ese rol se ha ido desplazando hacia los EEUU, que se está haciendo cargo de parte (y solo parte) del abastecimiento energético europeo, y que por eso mismo es el único país occidental que hasta el momento está sacando beneficios reales del conflicto.

A todo lo anterior se ha sumado una ironía cruel. Ante la rebaja del 80% del flujo normal de gas a Alemania a través de Nord Stream 1, una rebaja por la cual Rusia responsabiliza a Canadá y a las sanciones que provocaron una demora de semanas en la entrega de una turbina de la empresa Siemens, el Canciller ruso Sergei Lavrov, ha recordado que si se quisiera normalizar el suministro, se podría poner en funcionamiento el gasoducto de la discordia, el Nord Stream 2, lo que ha colocado a Alemania en una situación absurda. Reclama el gas que no se le envía, pero sólo lo aceptaría si le llegara a través del único gasoducto que no funciona.

Alemania, el país que por su historia (recordemos las dos guerras mundiales, y las cosecuencias que debió pagar por su trágico rol en cada una de ella), por su ubicación geográfica (recordemos que es el país que tiene mayor número de fronteras con sus vecinos: 9), y por su rol de principal articulador de las políticas de la Unión Europea, estaba llamada, si deseaba cumplir sus propios objetivos estratégicos, a ser impulsora de la paz y la concordia. Sin embargo, y aunque cueste comprender el mecanismo que la empuja, se ha dejado arrastrar al rol de participante subsidiario en una guerra que no hace otra cosa que aislar al subcontinente de todas sus posibilidades de integración regional autónoma.  Y eso, a no ser que algo cambie, no sólo mutila sus sueños integradores sino que podría ubicarla ¿otra vez? al borde de una pesadilla.

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online