En un país cuyo liderazgo se tomara sus obligaciones con mayor seriedad, el resultado de las elecciones provinciales de Ontario provocaría cambios sustanciales en la forma de concebir la política. En Canadá, cuyos partidos, cada uno de ellos a su manera, suelen hacer oídos sordos a todo lo que la ciudadanía exprese, no deberíamos estar seguros de que algo ocurra. .
Raw vote totals in Ontario elections between 2018 and 2022 pic.twitter.com/DlQgkrgQKT
— Polling Canada (@CanadianPolling) June 3, 2022
Que se haya registrado el menor porcentaje de asistencia a las urnas de toda la historia de la provincia, 43.5%, si bien no sorprende, debería avergonzar. No se trata sólo de la apatía y la falta de interés de cientos de miles de votantes en lo que ocurre o en lo que se hará en su nombre, lo que ya sería grave. Y el fenómeno tampoco se explica adecuadamente por el efecto que la catarata de encuestas que «anuncian» el resultado electoral pudieran tener en los votantes cuando con semanas de antelación ya se «conocen» los resultados. Se trata -y eso es cada día más evidente en especial en el campo que se define como progresista- de ese sentimiento que tan bien describe la palabra inglesa disenfranchisement.
De acuerdo al Diccionario de Cambridge, disenfranchisement es “la sensación, de una persona o un grupo, de no tener oportunidades reales de ser representados por el sistema político. Un sentimiento de aislamiento y desesperanza que empuja a las personas hacia los márgenes.”. Y ya sabemos de quiénes estamos hablando cuando miramos hacia los márgenes. En Diálogos hemos analizado muchísimo este tema: ese disenfranchisement, ese alejamiento y ese fastidio, se manifiesta mayoritariamente entre los jóvenes, las minorías, y los pobres.
Esa desconexión entre partidos y ciudadanía que lleva a que casi el 60% de los habilitados a votar prefiera no hacerlo, debería hacer saltar todas las alarmas, porque no se trata sólo de decisiones personales y “libertad de elección”. Socava el sentido mismo de la democracia, porque quien calla no necesariamente otorga; casi con seguridad rechaza.
Esas alarmas deberían sonar en especial en el NDP, que vio caer el apoyo a su propuesta a poco más de la mitad del obtenido en 2018. Esos votos, al parecer, no se trasladaron a otro partido sino que salieron del sistema. Las alarmas deberían también sonar en el Partido Liberal, que si bien registró pérdidas menores ha vuelto a quedar fuera de juego con apenas 8 escaños, lo que le impedirá tener categoría de “official party” por segunda vez consecutiva. Pero también deberían sonar en el Partido Conservador, que a pesar de haber obtenido un resonante triunfo con 83 asientos en el Parlamento, 20 más de los que necesitaba para obtener mayoría absoluta y la mayor cifra desde 1955, lo hizo a costa de obtener medio millón de votos menos que en la última elección. Menor a la votación del NDP en aquella oportunidad.
Para colmo, un sistema electoral no-proporcional, del que cuelgan las telarañas y del que se desprende el polvo apenas algo lo roza, que se desentiende de que exista alguna relación entre la cantidad de votos alcanzada por un partido y la representación que obtiene, hará nuevamente de las suyas. Porque para eso está. Y para eso se conserva.
Una elección clara
Doug Ford, un candidato sin brillo alguno y cuya única virtud ha sido aparentar humanidad (ver en este sentido la hipótesis que presentaba Rick Salutin en «Does Doug Ford’s ability to change account for his lead in the polls?») será Premier una vez más y disfrutará de una mayoría apabullante con apenas el 40% de los votos emitidos. Así, podrá gobernar como si el parlamento provincial no existiera (algo que, ya sabemos, lo seduce), y eso significará que ni la crisis climática, ni la educación, ni la salud, ni la necesidad de que existan planes de vivienda asequible estarán por delante de lo que él y sus amigos de Bay Street entienden como “buen clima para los negocios”.
La nota de Sheila Block Cars vs. care: comparing the spending priorities of the Ontario parties, que publicamos días antes de la elección, da cuenta de ello y no sirve ahora que nadie se rasgue las vestiduras.
Como anotaba la propia Sheila Block en su nota: The front-page photo on the 2022 Ontario budget shows hundreds of cars on Highway 401 in Toronto, bathed in the copper glow of a summer sunset. When it comes to cars vs. care, the PCs’ priorities are clear. So, for that matter, are the other parties’ priorities. One week from today, voters will choose which road they want to take.».
Y eligieron ese camino, claramente. El 40% del 43.5% de la ciudadanía de Ontario, es decir menos del 17% del total de los habilitados para votar, le otorgó a Doug Ford la suma del poder político. Quienes en Canadá se espantan cuando se refieren a los poderes dictatoriales de algunos gobernantes del tercer mundo, deberían tomar nota y entender que no están tan lejos del Sur Global como piensan.
Sollozos y conformidad
Por su parte, el NDP, tuvo casi en sus manos haber triunfado en esta elección, pero no fue capaz de convencer a sus propios votantes de que tenía algún sentido seguir creyendo en una propuesta cómoda, tibia, desangelada y sin fuerza. Perdió así 800.000 votos respecto a 2018 y deberá conformarse con una casi inútil dotación parlamentaria de 31 escaños. Cae así una líder eternizada, Andrea Horwarth, que debería haber dado un paso al costado antes para no tener que renunciar entre lágrimas después. Que se presentó, una vez más, como la única capaz de detener a Doug Ford, sin lograr que una considerable porción del electorado entendiera para qué deseaba detenerlo.
Por supuesto, siempre habrá personas dispuestas a ver el lado bueno de las desgracias. La mañana siguiente a la elección, un usuario de twitter advertía:
Never before has the Ontario NDP been the official opposition two elections in a row. What Andrea and her team built is no flash in the pan. This is a party ready to form government when voters ask them to.
— Tom Parkin (@TomPark1n) June 3, 2022
Y seguramente sea cierto. Quizás se trata de un partido preparado para gobernar. Pero lo que ese razonamiento -tan frecuente en el NDP- pierde de vista, es que la función de un partido político no es «estar preparado para gobernar cuando la ciudanía se lo pida». Su función es lograr que la ciudadanía no lo espere sino que lo impulse.
La justicia divina
Steven Del Duca, el candidato Liberal que, como suele ocurrir en ese partido, estuvo durante toda su campaña más ocupado en dañar a sus posibles aliados que en combatir al adversario, casi no merece mención porque volverá pronto al anonimato del que quizás nunca debió haber salido. Con una votación levemente superior a la del NDP, obtuvo para su partido casi cuatro veces menos escaños (8), en una demostración de ineficacia electoral sin precedentes dentro y fuera de fronteras. Con un 23.5% de los votos emitidos, alcanzó apenas el 6.5 de los escaños. Será un caso de estudio para quienes se interesan en documentar fracasos merecidos.
Todos recordamos a Justin Trudeau en 2015 asegurando que aquel sería el último año en que Canadá votaría con el sistema FPTP… Y todos sabemos qué hizo desde entonces con aquella promesa. Del Duca lo ha pagado con un traspié tragicómico. Como si de justicia divina se tratara.
¿Y ahora qué?
Ahora, quedan varios años por delante. A lo largo de esos años y si no ocurre un milagro que lo impida, Doug Ford volverá a ser el mismo que fue antes de que la pandemia lo moderara. Hará exactamente lo que de él se espera, y no será suya la culpa. O al menos no será el único responsable por lo que ocurra.
Mientras tanto no sólo en la Provincia de Ontario sino en todo el país, el Partido Liberal, el NDP y los verdes deberán ver qué hacen (si quieren o son capaces hacer algo) con un sistema electoral vetusto y poco democrático que tanta toxicidad y desencanto aporta. Un sistema del que más que la mitad del electorado se automargina y que, para colmo, deja sin representación real a más de la mitad de quienes todavía votan. La Representación Proporcional no será la solución a todos los males, pero sin ella el fastidio y el alejamiento de la ciudadanía seguirán en aumento y la democracia seguirá pareciéndose cada día más a una cáscara hueca.
Pero además deberán superar una cultura política colonial y poco imaginativa que abomina de los acuerdos y las coaliciones como si se trataran de instrumentos del mal.
El electorado de Ontario parece estar diciéndole a los partidos que se presentan como alternativa al conservadurismo más cerril, que espera algo más de ellos, mientras ellos siguen sin darse cuenta qué es, ensimismados y celebrando los fracasos como si no pudieran hacer algo más productivo que lamerse las heridas.
Esa proverbial dificultad que la política canadiense tiene para generar acuerdos amplios y alianzas interpartidarias, será el tema de una próxima nota.