Llegaron disparando hombres armados y vestidos de negro, tenían la cara cubierta con pasamontañas así que no pudimos ver sus rostros -dijeron los campesinos-. Entraron disparando varias personas cayeron muertas, nueve muertos reportó el ministro de defensa, mientras que Defensoría del Pueblo y Fiscalía reportaron once. .
¿Cuántas con estas han ocurrido? Mil, cerca de mil. ¿Y cuántas víctimas han muerto o tenido que desplazarse o exiliarse para proteger sus vidas? ¿Cuántos miles?
Como en toda barbarie, las narraciones son desgarradoras “Estabamos celebrando en un bazar”, es la frase general que introduce los testimonios. En Colombia los bazares son las fiestas comunitarias, se programan 2 y 3 meses antes. La noticia del bazar viaja en bote, a lomo de mula, en carro de trocha, a pie por selvas, llanos y montañas. En Puerto Leguízamo la razón tuvo que navegar por el rio Putumayo desde la vereda Alto Remanzo hasta las comunidades más próximas de Colombia, Ecuador y Perú, porque este municipio que bordea la Amazonía se conecta más fácil hacia afuera que hacia dentro del país.
Llegaron disparando hombres armados y vestidos de negro, tenían la cara cubierta con pasamontañas, así que no pudimos ver sus rostros -dijeron los campesinos-. Entraron disparando; varias personas cayeron muertas, nueve muertos reportó el Ministro de Defensa, mientras que Defensoría del Pueblo y Fiscalía reportaron once. Los dos no reportados por el Ministro eran soldados.
Un bazar es una fiesta. Muchas veces, una celebración patronal religiosa, otras por fiestas patrias, y algunos se hacen para recoger recursos para una obra: construir un salón comunitario, una escuela, un centro de salud, etc. Los bazares han sido un mecanismo de autofinanciación para que las comunidades realicen las obras que el gobierno debería hacer pero que no hace. Eran tres días de bazar los que celebraba la vereda Alto Remanzo de Puerto Leguízamo. Con música, comida, licor y risas la comunidad reunida celebraba la vida cuando le llegó la muerte.
Mataron al presidente de la Junta de Acción Comunal, al gobernador de un resguardo indígena, a una señora evangélica, gente que no le hacía daño a nadie y de todos digeron que eran guerrilleros y les pusieron alias. Todos los muertos están registrados en los libros de la Junta de Acción Comunal con nombre, número de documento de identidad, dónde viven y que hacían. Ninguno era guerrillero o reinsertado. -Explica la misma gente-.
A mí me decían que era un alias, yo no sé quien será ese alias, -dice un hombre en su testimonio-. Yo les decía que no era yo, y me gritaban que sí, que confesara, mientras me apuntaban con un fusil en la cabeza delante de mi esposa y mis hijas. Este valiente hombre junto con otros narra su testimonio ante senadores, ministros, altos mandos del ejército y organismos de control en el Capitolio Colombiano.
Otro hombre en el mismo evento dice: yo estaba preparando comida con otras personas y vimos llegar una lancha, se bajaron hombres vestidos de negro con capuchas, no se les podía ver la cara, empezaron a disparar y habia gente que estaba borracha que no pudo ni correr. Yo les gritaba que no dispararan, decían que venían a matar milicianos de las FARC, yo les decía que ahí solo había comunidad, que no dispararan. Me dijeron que me callara o que para mí también había una bala. A mí y a otros nos encerraron y amarraron dentro de una construcción de madera. Uno de los armados dijo que él era miliciano de las FARC y que iban a matar a todos los reinsertados.
Escuchamos y vimos aterrizar un helicóptero, entre las tablas podíamos ver hacia afuera. Los vestidos de negro y encapuchados corrieron hacia el helicóptero, les pasaron uniformes del ejército y se cambiaron. Después vinieron usando ropa militar, nos dijeron que nos iban a quemar porque éramos guerrilleros. Yo grité que el único guerrillero era él, señalando al hombre que antes vestía de negro y que había dicho que era de la guerrilla. Se retiraron para hablar solos. Regresaron casi hora y media más tarde diciendo que nos iban a sacar de ahí, y que cuando llegara la policía teníamos que decir que los muertos eran de la guerrilla y que los heridos eran civiles víctimas del enfrentamiento.
Cuentan estos hombres que a las personas de la comunidad las sacaron a la cancha* y las dejaron expuestas al sol por casi 4 horas, mientras les tiraban al piso agua y chips para que bebieran y comieran si querían, les gritaban, los trataban mal, y los amenazaban con matarlos. Todo un esquema de tortura psicológica.
Estos testimonios me devolvieron 18 años, cuando trabajaba con víctimas de la violencia interna con una organización internacional. Testimonios de las masacres de Trujillo, La Habana, La Alaska y del Magdalena Medio, corrieron mi mente de inmediato. El modus operandi es el mismo, ejército confabulado con actores armados ilegales. Muchos nombres rondaron mi cabeza y sus historias. Una de ellas narrada por una familia completa: papá, mama, abuela y dos hijas del Valle del Cauca. El ejército llegó dos semanas antes, iban a su tienda a tomar refrescos y comer chips, uno de ellos tenía un perro al que una de las hijas le servía agua, el perro se hizo su amigo. Dos semanas después, cuando ocurrió la masacre, llegaron hombres vestidos de negro disparando desde la montaña, unos cayeron muertos porque no tuvieron tiempo ni de correr. A los hombres que estaban en las casas los sacaron y acostaron en la cancha -ubicada en medio de las casas-, los tuvieron acostados por horas y al que protestaba, alegaba, lloraba o lo que fuera le disparaban. Horas después llegó otro hombre vestido de negro preguntando y dando órdenes, ese hombre traía el perro, -dijo la joven-. El perro quiso correr hacia ella para saludarla pero su reacción fue darle la espalda. -Recuerdo tu nombre y el de toda tu familia, les he recordado muchas veces deseando que estén bien; así como para cientos de nombres, familias y testimonios que conocí-.
Uno de los hombres de Puerto Leguízamo, narró ayer -26 de abril en el Senado de la República- una historia que en Colombia se ha repetido por años: mi hija de seis años siempre que llegaba el ejército corría a saludarlos, ahora los ve y corre llorando para que la mamá o yo la alcemos, se esconde porque ahora les tiene miedo. General Zapateiro, los soldados ya no son los héroes de la patria com usted sostiene, son el terror de muchas comunidades y así ha sido por años. Soldados ustedes visten los uniformes de la patria para defender al país y a su gente, ustedes son hijos de las comunidades, no maten a sus iguales para defender los intereses de unos pocos que tienen sus mentes enfermas de poder y los alimentan de odio contra el pueblo.
Esa situación me acerca al 2005 cuando visitamos el caserio de Buenos Aires en las montañas del Centro del Valle del Cauca, allá también había ocurrido una masacre y las 17 casas del que rodeaban la cancha habían sido abandonadas como muchas otras. Nos había llegado la noticia de que algunas familias estaban retornando por su cuenta, así que decidimos subir para saber si era cierto y cómo estaban. A primera vista el caserío estaba desolado, estacionamos los dos carros en la mitad de la cancha, solo habia silencio. Minutos después, se abrío una ventana -un poquito- y luego otra -otro poquito-, uno de los sacerdotes que nos acompañaba gritó: buenas tardes soy el padre tal, queremos saber cómo están, venimos solos, no hay ejercito ni policía. Un minuto después, empezaron a abrirse más ventanas y puertas, no era más de una docena de personas que nos contaron su situación y pidieron acompañamiento, con la condición que ni el ejército ni la policía supieran que habían regresado. Les tenían miedo.
Un Estado que usa a sus hombres y armas legítimas para matar, amenazar y torturar a la población, es una dictadura. La dictadura en Colombia ha gobernado disfrazada de democracia por años. Lo hizo entre 2002 y 2010 y se hizo llamar seguridad democrática, ahora regresó “en cuerpo ajeno” y está operando igual.
El cambio es ya, necesitamos un gobierno de la vida. Vivir sabroso, en comunidad y sin miedo es posible. Colombia sí puede ser una potencia mundial de la vida. El pueblo colombiano no se rinde carajo!
*En las zonas rurales, los caseríos que son los pequeños centros poblados en el campo, se construyen al rededor de un campo amplio que se usa para jugar fultbol, hacer los bazares, etc. Es común en las narraciones de las massacres colombianas, que se refieran a las canchas como el lugar donde reunieron a la gente, torturaron, mataron, acostaron los muertos, …