Yo estuve allí: La OTAN y los orígenes de la crisis de Ucrania

Tras la desintegración de la Unión Soviética le dije al Senado de los EEUU que una expansión de la alianza atlántica nos llevaría al lugar en el que hoy estamos, recuerda el diplomático estadounidense Jack Matlock, embajador de su país ante la URSS durante aquel período, y nos explica cómo hemos llegado al actual escenario. .

 

Jack F. Matlock, Jr. Fue embajador de su país ante la Unión soviética entre 1987 y 1991, habiendo sido antes Director para Asuntos Soviéticos y Europeos en el Consejo de Asesor de Seguridad del Presidente Ronald Reagan. Ha sido además docente de Institute for Advanced Study y ha escrito numerosos artículos y tres libros acerca de los procesos de negociación que dieron fin a la Guerra Fría y sobre la política exterior estadounidense posterior a ese período.

Hoy nos enfrentamos a una crisis evitable entre Estados Unidos y Rusia que era previsible y fue precipitada voluntariamente. Pero puede resolverse fácilmente con la aplicación del sentido común.
Ahora bien, ¿cómo hemos llegado a este punto?

Permítanme, como alguien que participó en las negociaciones que pusieron fin a la Guerra Fría, aportar algo de historia a la crisis actual.

Cada día se nos dice que la guerra en Ucrania puede ser inminente . Se nos dice que las tropas rusas se están concentrando en las fronteras y que podrían atacar en cualquier momento. Se está aconsejando a los ciudadanos estadounidenses que abandonen Ucrania y se está evacuando a los dependientes del personal de la embajada estadounidense.

Mientras tanto, el presidente ucraniano ha aconsejado que no cunda el pánico y ha dejado claro que no considera inminente una invasión rusa. Vladimir Putin ha negado que tenga intención de invadir Ucrania. Su exigencia es que cese el proceso de incorporación de nuevos miembros a la OTAN y que Rusia tenga la seguridad de que Ucrania y Georgia nunca serán miembros.

El presidente Biden se ha negado a dar esa garantía, aunque se mostró dispuesto a seguir discutiendo cuestiones de estabilidad estratégica en Europa. Mientras tanto, el gobierno ucraniano ha dejado en claro que no tiene intención de aplicar el acuerdo alcanzado en 2015 que le adjudicaría a las provincias del Donbás un amplio grado de autonomía local -un acuerdo con Rusia, Francia y Alemania que Estados Unidos en aquel momento respaldó.

¿Era evitable esta crisis?

En resumen, sí. En 1991, cuando la Unión Soviética se derrumbó, muchos observadores creyeron erróneamente que estaban asistiendo al final de la Guerra Fría, cuando en realidad ésta había terminado dos años antes a través de negociaciones que de alguna forma contemplaban los intereses de todas las partes.

En aquel momento, por ejemplo, el presidente George H.W. Bush creía que Gorbachov conseguiría mantener a la mayoría de las 12 repúblicas no bálticas en una federación voluntaria.
A pesar de la creencia predominante tanto en la política exterior de Washington como en la mayoría de la opinión pública rusa, Estados Unidos no apoyó, y mucho menos provocó, la desintegración de la Unión Soviética. Apoyamos sí la independencia de Estonia, Letonia y Lituania, y uno de los últimos actos del parlamento soviético fue legalizar su reclamación de independencia. Y -a pesar de los temores frecuentemente expresados- Vladimir Putin nunca ha amenazado con reabsorber a los países bálticos ni con reclamar ninguno de sus territorios -aunque ha criticado a algunos de ellos que le niegan los plenos derechos de ciudadanía a la población étnicamente rusa, un principio que la Unión Europea se ha comprometido a hacer cumplir.

Dado que la principal exigencia de Putin es que se garantice que la OTAN no aceptará más miembros, y en concreto ésto incluye sólo a Ucrania y a Georgia, es evidente que no habría existido ninguna base para la actual crisis si no se hubiera producido la expansión de la alianza tras el final de la Guerra Fría, o si la expansión se hubiera producido en armonía con la construcción de una estructura de seguridad en Europa que incluyera a Rusia y reconociera sus preocupaciones.

¿Era previsible esta crisis?

Totalmente. La expansión de la OTAN fue el error estratégico más profundo cometido desde el final de la guerra fría. En 1997, cuando se planteó la cuestión de añadir más miembros a la OTAN, se me pidió que testificara ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. En mis observaciones preliminares hice la siguiente declaración:

«Considero equivocada la recomendación de la administración de incorporar nuevos miembros a la OTAN en este momento. Si es aprobada por el Senado de Estados Unidos, puede pasar a la historia como el error estratégico más profundo cometido desde el final de la guerra fría. Lejos de mejorar la seguridad de Estados Unidos, de sus Aliados y de las naciones que deseen entrar en la Alianza, podría fomentar una cadena de acontecimientos que podría producir la más grave amenaza para la seguridad de esta nación desde el colapso de la Unión Soviética».

En realidad, nuestros arsenales nucleares (conjuntamente y por separado) eran capaces de acabar con la posibilidad de la civilización en la Tierra. Pero esa no fue la única razón que cité para incluir en lugar de excluir a Rusia de la seguridad europea. Como expliqué al SFRC:

«El plan para aumentar el número de miembros de la OTAN no tiene en cuenta la situación internacional real tras el final de la Guerra Fría, y se ajusta a una lógica que sólo tenía sentido durante ese período.

La división de Europa terminó antes de que se pensara en incorporar nuevos miembros a la OTAN. Nadie amenaza con volver a dividir Europa. Por eso resulta absurdo afirmar que es necesario incorporar nuevos miembros a la OTAN para evitar una futura división de Europa; si la OTAN va a ser el principal instrumento para unificar el continente, lógicamente la única forma en que puede hacerlo es incluyendo a todos los países europeos. Pero ese no parece ser el objetivo de la administración, e incluso si lo fuera, la forma de alcanzarlo no es admitiendo nuevos miembros de forma gradual».

La decisión de ampliar la OTAN poco a poco supuso un giro en las políticas estadounidenses que produjeron el fin de la Guerra Fría. El presidente George H.W. Bush había proclamado el objetivo de una «Europa entera y libre». Gorbachov había hablado de «nuestro hogar común europeo», había dado la bienvenida a los representantes de los gobiernos de Europa del Este que se deshicieron de sus gobernantes comunistas y había ordenado la reducción radical de las fuerzas militares soviéticas explicando que para que un país esté seguro, debe haber seguridad para todos.

El presidente Bush también aseguró a Gorbachov, durante su reunión en Malta en diciembre de 1989, que si se permitía a los países de Europa del Este elegir su futura orientación mediante procesos democráticos, Estados Unidos no se «aprovecharía» de ese proceso. (Obviamente, incorporar a la OTAN a países que entonces estaban en el Pacto de Varsovia sería «aprovecharse»). Al año siguiente, se aseguró a Gorbachov, aunque no en un tratado formal, que si se permitía que una Alemania unificada permaneciera en la OTAN, no habría ningún movimiento de la jurisdicción de la OTAN hacia el este, «ni una pulgada».

Esta promesa se le hizo a Gorbachov antes de que la Unión Soviética se desintegrara. Una vez que lo hizo, la Federación Rusa tenía menos de la mitad de la población de la Unión Soviética y un establecimiento militar desmoralizado y en total desorden. Aunque ya no había ninguna razón para ampliar la OTAN después de que la Unión Soviética reconociera y respetara la independencia de los países de Europa del Este, había aún menos razones para temer a la Federación Rusa como una amenaza.

¿Esta crisis fue precipitada deliberadamente?

Por desgracia, es necesario admitir que las políticas seguidas por los presidentes George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden han contribuido a llevarnos a este punto.

La adición de países de Europa del Este a la OTAN continuó durante la administración de George W. Bush, pero eso no fue lo único que estimuló el malestar ruso. Porque al mismo tiempo, Estados Unidos comenzó a retirarse de los tratados de control de armas que habían atemperado, por un tiempo, una carrera armamentista irracional y peligrosa y precisamente habían sido esos los acuerdos fundamentales para poner fin a la Guerra Fría.

La más significativa de esas malas decisiones de la administración estadounidense fue la de retirarse del Tratado sobre Misiles Antibalísticos, que había sido la piedra angular de la serie de acuerdos que detuvieron por un tiempo la carrera de armamentos nucleares.

Después del 11 de septiembre, Putin había sido el primer líder extranjero en llamar al presidente Bush y ofrecerle apoyo y cumplió su palabra al facilitar el ataque contra el régimen talibán en Afganistán. Estaba claro en ese momento que Putin aspiraba a una asociación de seguridad con los Estados Unidos, ya que los terroristas yihadistas que tenían como objetivo a los Estados Unidos también tenían como objetivo a Rusia. Sin embargo, Washington continuó su curso de ignorar los intereses rusos (y también los de sus propios aliados) al invadir Irak, un acto de agresión al que no solo Rusia se opuso, sino también Francia y Alemania.

Aunque el presidente Obama inicialmente prometió mejorar las relaciones a través de su política de “reinicio”, la realidad fue que su gobierno continuó ignorando las preocupaciones rusas más serias y redobló los esfuerzos estadounidenses para separar a las ex repúblicas soviéticas de la influencia rusa y, de hecho, alentar el “cambio de régimen” en la propia Rusia. Las acciones estadounidenses en Siria y Ucrania fueron vistas por el presidente ruso y la mayoría de los rusos como ataques indirectos contra ellos.

Y en lo que respecta a Ucrania, la intrusión de Estados Unidos en su política interna fue profunda, apoyando activamente el derrocamiento del gobierno electo de Ucrania en 2014.

Las relaciones se agriaron aún más durante el segundo mandato del presidente Obama después de la anexión rusa de Crimea, y empeoraron notoriamente durante los cuatro años del mandato de Donald Trump, que para defenderse de las acusaciones de ser un títere ruso, mientras halagaba a Putin reconociéndolo como un gran líder, aprobaba todas las sanciones económicas antirrusas que le fueron sugeridas.

¿Se puede resolver la crisis con la aplicación del sentido común?

Sí, después de todo, lo que pide Putin es eminentemente razonable. No exige la salida de ningún miembro de la OTAN y no amenaza a ninguno. Según cualquier norma de sentido común, a Estados Unidos le interesa promover la paz, no el conflicto. Intentar separar a Ucrania de la influencia rusa, que fue el objetivo declarado de quienes agitaron las llamadas “revoluciones de colores”, era una tontería y una tarea peligrosa. ¿Hemos olvidado tan pronto la lección de la crisis de los misiles en Cuba?

Ahora bien, decir que atender las demandas de Putin se condice con el interés objetivo de Estados Unidos no significa afirmar que sea una tarea fácil. Los líderes de los partidos demócrata y republicano han desarrollado una postura tan rusofóbica que se necesitará una gran habilidad política para navegar en aguas políticas tan traicioneras y lograr un resultado racional.

El presidente Biden ha dejado claro que Estados Unidos no intervendrá con sus propias tropas si Rusia invade Ucrania. Entonces, ¿por qué trasladarlos a Europa del Este? ¿Solo para mostrar a los halcones del el Congreso que se mantiene firme?

Tal vez las negociaciones futuras entre Washington y el Kremlin encuentren la manera de disipar las preocupaciones rusas y calmar la crisis. Y tal vez entonces nuestro Congreso comience a lidiar con los crecientes problemas que tenemos en casa en lugar de empeorarlos.

O al menos eso es lo que cabe esperar.


 

TRADUCCIÓN: LATIN@S EN TORONTO