Las coincidencias tienen sobre nuestro cerebro un efecto muy especial. Al ser excepcionales nos impactan, nos colocan en alerta, nos abren la mente, y nos invitan a encontrar circunstancias que las expliquen o nos permitan entender qué las motiva.
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Las elecciones celebradas en Chile el 19 de diciembre han mostrado resultados hasta cierto punto sorprendentes (Gabriel Boric será el Presidente más joven de la historia latinoamericana, ha asistido a las urnas una cantidad de votantes nunca alcanzada desde que el voto es voluntario, el incremento de votantes entre la primera y la segunda vuelta ha sido el mayor de los registrados hasta ahora). Pero además, esos resultados sorprendentes han estado acompañados por algunas coincidencias extraordinarias. Poner el foco en algunas de esas coincidencias puede ayudarnos a interpretar mejor todo eso que ha causado tanta sorpresa y ha dado de sí tanta alegría.
El Si y el No revisitados
Una vez que se supo el resultado final y la ventaja que Gabriel Boric le sacó al candidato de la ultraderecha, Juan Antonio Kast, los comentarios acerca de la coincidencia casi exacta de ese resultado con el del plebiscito de 1988 fueron inevitables.
En aquella oportunidad se votaba por Sí o por No a la continuidad del dictador Augusto Pinochet en el poder. El voto por Sí alcanzó el 44,01%, mientras que el voto por No obtuvo el 55,99%. Esta vez, en lo que se ha visto como el fin del ciclo iniciado con aquel plebiscito, votó al pinochetista José Antonio Kast el 44,13% mientras que acompañó a Gabriel Boric el 55,87%.
Se trata de elecciones diferentes en momentos también diferentes, aunque el hecho de que ambas hayan girado en torno a ejes como miedo-esperanza, restauración-transformaciones, represión-derechos, abusos-equidad, autoritarismo-democracia, permite compararlas.
La coincidencia entre ambos resultados después de 30 años, es altamente sugerente y plantea un problema que no debe pasarnos desapercibido: el porcentaje del electorado que le dio en 1988 su respaldo a la dictadura más sangrienta de nuestra América, y el apoyo recibido 30 años después por un candidato que durante todo ese período no ha escondido sus simpatías por aquella, es el mismo.
Se trata de una señal preocupante acerca de continuidades históricas y culturas políticas muy arraigadas, que parecen haber sido impermeables a todo lo sucedido a lo largo de 3 décadas de democracia.
La votación de la derecha y su estabilidad
Una segunda coincidencia que llamó la atención apenas conocidos los resultados es que la votación de José Antonio Kast (3.650.000) fue apenas menor a la que obtuvo Sebastián Piñera en la segunda vuelta de las elecciones de 2017 (3.797.000).
En aquello oportunidad Piñera había logrado la presidencia con un triunfo categórico del 55% mientras que esta vez Kast alcanzó un magro 44%.
Que una votación idéntica haya dado por resultados tan diferentes se debe a que en 2017 había votado menos del 50% de la población habilitada mientras que esta vez esa cifra se elevó al 55%, un porcentaje que nunca había sido alcanzado desde que en Chile se eliminó el voto obligatorio.
Lo anterior nos permite extraer algunas conclusiones primarias que van en el mismo sentido de lo que veíamos antes:
a) El electorado de la derecha chilena es sumamente estable a través del tiempo, y parece ser independiente de la radicalidad de la propuesta electoral que se le presente.
Sebastián Piñera y varios de los partidos que levantaron su candidatura en 2017 se presentaban a sí mismos como una derecha moderna, globalista, y volcada hacia el centro del espectro político.
José Antonio Kast, en cambio, ha mostrado siempre un talante autoritario, tradicionalista, misógino, y despectivo. Ha negado el cambio climático, presentó un programa económico que hasta el periodismo más cercano tildó de “escolar”, llegó al extremo de proponer cavar una zanja que separe a Chile de Bolivia y Perú para detener la inmigración, y en su campaña de primera vuelta aseguró que retiraría a su país de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud.
Nadie podía apostar que un personaje como él pasaría a la segunda vuelta y esas características suyas, definitivamente, contribuyeron a que 1.300.000 personas que no habían votado en la primera vuelta abandonaran la abstención, se volcaran a apoyar a Gabriel Boric y le dieran el triunfo por un margen del 11%, mayor al que auguraban las encuestas más favorables. Pero es imposible no notar que esas características no fueron impedimento para que la casi totalidad de quienes respaldaron a Piñera hace 4 años votaran ahora por él, sin vacilaciones ni pruritos de ningún tipo.
b) En esta oportunidad, todos los partidos de derecha (con excepción del Partido Republicano de José Antoni Kast) habían intentado, por cuestiones estratégicas, correrse aún más hacia el centro y encolumnarse tras la figura algo anodina de un ex-democrata cristiano, Sebastián Sichel. Sin embargo, fue el electorado de esos partidos el que entre las elecciones primarias y la primera vuelta presidencial de noviembre decidió no aceptar esa estrategia y volcar la balanza (y luego a las dirigiencias partidarias) en favor de la opción más extrema posible.
Como ya vimos, se trató de un error que favoreció que todas las fuerzas políticas de la ex-Concertación, desde el Partido Demócrata Cristiano al Partido Socialista apoyaran a Gabriel Boric y que salieran de la abstención más de un millón de pesonas. Sin embargo, una vez que en la derecha se procesen los “ajustes de cuentas” de rigor tras una derrota aplastante, es posible que esa vocación por lo extremo que estaba latente y se ha hecho explícita, potencie algo que le ha sido característico: la escasa voluntad para el entendimiento y el diálogo de las elites que piensan que han nacido para mandar. No será, seguramente, una oposición con la que al nuevo gobierno le resulte sencillo acordar.
Mujeres, jóvenes y trancisión para una experiencia inédita
Sus 11 puntos de ventaja y la capacidad que está demostrando para generar acuerdos interpartidarios le darán a Gabriel Boric una legitimidad mayor a la que hubiera obtenido si su triunfo hubiera sido por un margen más estrecho, y lo colocan en una situación de menor vulnerabilidad en circunstancias sociales y económicas que sabemos que serán difíciles. Pero no contará con mayorías propias y eso limitará su poder de llevar adelante su programa. Quizás no está muy errado el profesor de Ciencias Políticas Juan Pablo Luna cuando en la Revista Nueva Sociedad plantea:
«Además de lidiar con los poderes fácticos, el nuevo gobierno chileno debe salvar el proceso del estallido social y mitigar la chance de que Boric se convierta en el presidente que le entregue el poder a la ultraderecha o a un outsider dentro de cuatro años. Por los desafíos planteados, la presidencia de Boric debe asumirse como un gobierno de transición más que como un gobierno de transformación.»
Gabriel Boric cuenta con un apoyo social quizás mayor (o al menos mucho más amplio) que el que tuvo Salvador Allende. Y contará con algo que éste no tuvo: un proceso de renovación constitucional que seguramente coincidirá con muchas de sus propuestas. Pero eso no significa que “todo va a estar bien”, porque lo que enfrenta es desconocido. No hay experiencias de algo semejante.
Tras cada elección es costumbre que el Presidente electo vaya a La Moneda a saludar al Presidente saliente, y hasta ahora esa vista protocolar siempre involucró sólo al o la elegida. Que esta vez Gabriel Boric lo haya hecho flanqueado por sus coordinadores de campaña, Giorgio Jackson e Izkia Siches (que compartieron con él las protestas estudiantiles que los enfrentaron a Piñera hace 10 años) y que un día después haya visitado la Convención Contituyente junto a la diputada comunista Camila Vallejo (otra de las líderes estudiantiles de 2011) da cuenta de otra circunstancia inédita: se trata de la llegada al gobierno no de una coalición de partidos sino de una generación.
No es lo habitual y se debe tanto al agotamiento del sistema de partidos como al desplome del modelo socioeconómico ocurrido tras el estallido de 2019. Se trata de un proceso tan complejo, tan apasionante y tan importante para la geopolítca latinoamericana que prometemos enfocarnos en él apenas comience 2022.
Como introducción a lo que nos interesará ver queremos terminar aquí con este gráfico, que nos muestra la importancia del voto de los jóvenes y de las mujeres tanto en la Primera como en la Segunda Vuelta. Un gráfico sorprendente. Cargado de futuro y de feminismos.