No es sólo un rito, aunque lo parezca. Y podría ser insustancial como lo es todo acto que se repite una y otra vez sin que nada altere los resultados previsibles. Pero la sensación cambia apenas uno visualiza «eso» en un mapa. Entonces se ve con claridad una de las aristas más peligrosas del gran conflicto de nuestra época. .
Vale, para prologar un tema que en DIÁLOGOS deberemos volver a enfocar apenas se inicie 2022 -la nueva Guerra Fría y la conflictividad entre «occidente» y un nuevo bloque de poder- observar con atención este planisferio.
En él, con color rojo, vemos a los dos países que desde 2005, en la Organización de las Naciones Unidas, han estado votando empecinadamente en contra de una resolución titulada Lucha contra la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que contribuyen a alimentar formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia.
Esos dos países son, como en las versiones anteriores de una votación que con el tiempo se ha transformado en un clásico de la diplomacia de la necedad y la mala conciencia, los EEUU y Ucrania.
Podría no sorprender que el último, que tuvo un involucramiento muy estrecho con el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y cuyo ejército tiene hoy lazos inocultables con grupos neo-nazis, se resista a apoyar una resolución que lo incrimina directamente.
Más difícil de comprender, en cambio, es que los EEUU hagan lo mismo, excusándose en que combatir la glorificación del nazismo o las formas contemporáneas de discriminación y racismo violaría el derecho a la libre expresión que reconoce la Primera Enmienda en su ordenamiento constitucional.
Por su parte, en rosado, vemos a los miembros de Naciones Unidas que se abstienen en esa votación anual. Éstos se repiten también cada año, con mínimas alteraciones. Este año se abstuvieron 49 países; dos menos que en 2020. La mayor parte de ellos pertenecen a la Unión Europea/OTAN, y a ellos se suman sus aliados y colonias extra regionales, como Australia, Japón o Corea del Sur, y un variado conjunto de pequeñas naciones semi-independientes como Samoa, las Islas Salomón, Andorra o San Marino.
Mientras tanto, 130 países, es decir todo el resto de los que conforman la Organización de las Naciones Unidas, votan cada año a favor de la resolución (cuyo primer borrador fue preparado por naciones tan discímiles política, religiosa o culturalmente como Argelia, Angola, Armenia, Bangladesh, Bielorrusia, Benín, Bolivia, Burkina Faso, Burundi, Venezuela, Vietnam, Guyana, Guinea, Zimbabue, Kazajistán, China, República del Congo, Corea del Norte, Costa de Marfil, Cuba, Laos, Malí, Birmania, Níger, Nigeria, Nicaragua, Pakistán, Rusia, Siria, Sudán, Tayikistán, Togo, Uganda, Uzbekistán, República Centroafricana, Eritrea, Etiopía, Sudáfrica y Sudán del Sur).
Argumentos y razones
Los argumentos de EEUU y Ucrania para votar en contra de una resolución apoyada por más de las 3/4 partes de la humanidad son, como decíamos antes, una mezcla tóxica de soberbia, rencor, necedad, intereses, y mala conciencia.
Las razones por las cuales las antiguas potencias coloniales de Europa occidental junto a sus colonias o aliados más fieles se abstienen, adoptando una actitud tan ambivalente pero al mismo tiempo tan coherente con lo que han sido sus historias, son muchísimo más complejas. Entre esas 49 naciones hay algunas, como Inglaterra o Francia, como Australia o Canadá, que estuvieron en guerra con el nazismo y sus aliados, pero hay otras que conformaron el eje nazi-fascista Berlín-Roma-Madrid-Tokio que se propuso instaurar un nuevo orden no-democrático y de supremacía racial que desembocó en el mayor conflicto bélico del siglo XX. Otras, son países que no tienen la posibilidad de decidir por si mismos.
Hay algo, en esa confluencia y en esa incapacidad de diferenciar principios de conveniencias, o valores de intereses, que va más allá de aquella guerra pero está íntimamente ligado a otras aún más cruentas: las guerras de conquista, colonización y despojo a través de las cuales Europa, desde el Siglo XIV en adelante, se apropió del mundo, le impuso una supuesta superioridad genética y moral, y pretendió moldearlo a su imagen y semejanza. Aquello ya no existe, pero son todavía visibles en la costa los restos del naufragio.
Por el momento y dado que ésta no ha sido sino una votación más que divide al mundo entre «occidente» y todo aquello que no lo es, vale dejar planteadas algunas líneas de análisis que surgen con claridad apenas nos acercamos a este tema que puede parece menor y anecdótico pero que es un emergente de tendendencias fuertes y de largo plazo.
1) Es evidente el aislamiento creciente de lo que suele llamarse “occidente”, y su disposición a desentenderse de lo que el aislamiento moral le representará en términos de aislamiento geopolítico. No se trata sólo de falta de «liderazgo»; se parece al hartazgo y la ausencia de credibilidad.
2) Asombra la incapacidad y el desinterés del bloque occidental para presentar, en torno a ese tema concreto que lleva 15 años de estancamiento, una propuesta alternativa que supere una correlación de fuerzas que le es desfavorable. Lo que se agrava aún más si tenemos en cuenta que existe un revival neo-nazi vinculado al conservadurismo y al negacionismo en el seno de muchos de esos mismos países que se abstienen de condenar aquello que ya sufren: UK, Alemania, Francia, Polonia, Países Bajos, España, Italia, etc.
3) El creciente des-alineamiento de América Latina con las líneas provenientes de los EEUU. Se trata de un desajuste que adopta diferentes formas y grados, y depende de los temas que estén en tratamiento así como de la orientación de los diferentes gobiernos. Sin embargo la discordancia entre los EEUU y lo que se consideró tradicionalmente como su «patio trasero», que en décasas pasadas era sólo una excepción, en casos como éste llega a ser total.
4) La coincidencia y superposición casi total del mapa que hemos estado observando con otro que nos han preocupado en los últimos tiempos.
Tenemos aquí el mapa que mostraba, a principios de 2021, a los países que apoyaban o se negaban a que hubiera una liberación de las patentes de las vacunas contra la Covid-19 que permitiera una mayor igualdad en el acceso a las mismas y asegurara una rápida salida global de la pandemia. Si comparamos el primer mapa con éste, en el que están marcados en rojo los países que se han opuesto a la liberalización de las patentes, veremos que, con algunas excepciones, la coincidencia es casi absoluta.
Aún no ha finalizado la pandemia, es cada día más evidente que la desigualdad en este terreno nos afectará a todos y la sensación global de amargura no se disipará fácilmente.
5) Existe también una llamativa coincidencia entre los dos mapas que hemos visto y la lista de los países que van tomando posiciones en torno a dos conflictos que podrían hacer estallar una guerra de proporciones en los próximos meses: el conflicto que enfrenta a Rusia con la OTAN en el Este de Europa, y el conflicto que enfrenta a los EEUU y a China en relación al satus de la isla de Taiwan.
Esos países y bloques que no dejan pasar un sólo día sin advertir o amenazar con sanciones y represalias si no se respeta su voluntad: OTAN (incluyendo a Canadá), Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón, son precisamente el corazón de quienes se han opuesto a la liberalización de las patentes de las vacunas contra la COVID-19. Y coinciden con quienes se abstienen o votan en contra de la resolución «Lucha contra la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que contribuyen a alimentar formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia.»
Nada ocurre por que sí y nada que suceda mañana tendrá independencia de lo que haya ocurrido ayer. Que cuando se trata de vacunas y patentes, condenas a las ideologías racistas y xenófobas, o alineamientos en relación a posibles conflictos bélicos, los resulltados sean casi intercambiables, es indicador de que algunas cartas, quizás, ya están echadas.