800 años de pesebres. La humildad, las alucinaciones, y la política de la pobreza

Durante años le habían arrojado piedras y lodo por donde pasaba, como se hacía con los lunáticos y con los locos de atar. No se le perdonaba decir que se había casado con la mujer más hermosa, noble y amable (la pobreza), ni que hablara con los lobos o las aves del cielo. . Sin embargo, cuando 5 años antes de morir montó el primer pesebre que la historia haya registrado, la influencia del Poverello de Asís, ya era enorme.

 

Fue en la Nochebuena de 1223, durante una misa nocturna celebrada en una cueva cercana a una hermita en las afueras del pequeño pueblo de Greccio, iluminada con velas y unos pocos faroles de llama temblorosa. Allí Francisco de Asís le habló a los campesinos reunidos esa noche, recordándoles el nacimiento de Jesús y destacando las circunstancias humildes que lo habían rodeado: María, de parto, refugiándose de la persecución y del frío invernal en una cueva similar a esa en la que estaban; el recién nacido, colocado dulcemente sobre el heno para que los animales allí resguardados le dieran calor y lo mantuvieran vivo con su aliento-.

También les habló del mensaje que era posible extraer de aquella historia y del significado de que un Dios todopoderoso hubiera querido encarnarse precisamente en un ser indefenso nacido en el seno de una familia que no poseía nada. Aquel hombre, como sabemos, era capaz de conmover a los corazones más duros hasta las lágrimas… y hacía política con cada una de sus palabras.

En las semanas siguientes se dijo que era tal la emoción que sus palabras habían causado entre los asistentes, que en un momento pudieron ver las imágenes de José, María y el niño como si estuvieran presentes, y el señor del lugar, Juan de Greccio, aseguraba años después que vio un hermoso niño dormido en el pesebre, “que el padre Francisco cogió en sus brazos e hizo dormir».

Seguramente no fue un milagro… Es más probable que se haya tratado de lo que por entonces se conocía como «drama litúrgico» y que aquellos tres personajes que aparecieron misteriosamente en la semioscuridad de la cueva de Greccio, estuvieran realizando, simplemente, una representación teatral didáctica. Pero la diferencia entre esa representación y otras debió haber estado en la pasión que Francisco supo trasmitirle a su auditorio y a partir de entonces se fue popularizando, en Italia primero y más adelante en España y en el resto de Europa, la instalación de belenes (o nacimientos o pesebres) en las iglesias y en los hogares durante la Navidad con figuras de terracota, cera o madera en lugar de seres vivos.

La humildad como ética y como política

Francisco, que había sido bautizado como Giovanni, era hijo de Pietro Bernardone, un próspero mercader de la región de Asís, que comerciaba telas en Francia. Para ello debía viajar hacia las ferias que se realizaban allí con frecuencia y eso, que hoy nos resulta tan poco sorprendente, nos introduce en un contexto que podría pasarnos desapercibido. Las sociedades europeas, en el Siglo XIII, estaban transformándose profundamente. Tan solo un siglo atrás, con Europa inmersa en una economía todavía feudal, las actividades y la prosperidad de Pietro hubieran sido impensables.

En el siglo XIII, en cambio, el feudalismo comenzaba a experimentar transformaciones que derivarían luego en el desarrollo de lo que conocemos como capitalismo. Había excedentes de producción, se comerciaban esos excedentes entre regiones lejanas, había aumentado la movilidad de las gentes y la independencia de las ciudades, existía un volumen de riquezas desconocido durante los 8 siglos anteriores, y entre quienes acumulaban riquezas hasta alcanzar un límite que a personas como Giovanni les resultaba obsceno, estaba el clero. La Iglesia había perdido su rol de reguladora social y protectora de los más débiles, y el pueblo llano empezaba a dejar de creer.

Francesco, de quien se piensa que adoptó ese apodo por la frecuencia de los viajes de su padre a Francia, experimentó a los 25 años lo que comenzó siendo una crisis de juventud para transformarse muy pronto en una alteración profunda y mística de su personalidad.

Desertó en 1205 de uno de los ejércitos papales en los que se había alistado. Una tarde escuchó -o creyó escuchar- que desde el crucifijo de una vieja iglesia en la que había entrado Cristo le ordenaba “reconstruye mi Iglesia, que se cae en ruinas”. Para obedecer aquella indicación divina vendió su caballo y algunas pertenencias de su padre y compró ladrillos y yeso pensando que la iglesia que Cristo le ordenaba reparar era el edificio en el que se encontraba y no la inmensa y todopoderosa institución que regía toda Europa. Se ocultó durante semanas de Pietro, que no podía entender que su hijo se hubiera transformado en un idiota. Permaneció encadenado en un galpón durante más de un mes cuando su padre finalmente logró encontrarlo. Después de haber sido liberado por su madre se desnudó públicamente para convencer a un obispo de que se estaba ofreciendo en cuerpo y alma a Cristo y que no lo entregara a las autoridades. Y después de todo eso y tras recibir un nuevo mensaje divino que decía: No lleves monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni te detengas a visitar a conocidos… salió a predicar amor, pobreza y humildad por los caminos vestido con harapos, aceptó las piedras, el barro, y las burlas con las que se lo recibía allí por dónde fuera, y poco a poco, predicando ese tipo de humildad que coloquialmente conocemos como «franciscana», trastocó el mundo espiritual de su época.

Y si no fue capaz de reconstruir la Iglesia, como le ordenara aquella voz que sólo él había escuchado, sí la hizo temblar hasta sus cimientos.

Transcurridos ocho siglos, un sólo Papa católico (el primero originario de América y del Hemisferio Sur) se atrevió a adoptar el nombre espiritual de Francisco, y no es una casualidad que esté sucediendo precisamente ahora, cuando en el mundo el despilfarro de recursos provoca catástrofes, y las desigualdades entre personas y entre pueblos son las más abismales de la historia.

Los pesebres como herramienta y como metáfora

Los pesebres, aquella creación quizás fortuita del extraño personaje que podía detenerse en su camino para hablar con los lobos y con las aves del cielo, o era capaz de viajar hasta Egipto para tratar de convertir a un Sultán al cristianismo en medio de la devastación de las Cruzadas, son posiblemente el legado de Francisco de Asís que ha calado más hondo en nuestra cultura y el único con el que creyentes o no creyentes pueden identificarse por igual, porque escenifican el deseo utópico -y político- de regreso a las fuentes, resignificación de la humildad, rechazo de la soberbia y la opulencia, y respeto por la naturaleza y el medioambiente.

La orden franciscana, tras la llegada de los europeos a América y después de asistir y colaborar con la desastrosa colonización de Cuba y las islas del Caribe, vieron en la Nueva España las condiciones óptimas para construir una sociedad bajo los preceptos de las enseñanzas de Cristo. Su ideal de conquista espiritual era ganar almas para un retorno a los fundamentos del cristianismo original por el que habían luchado en Europa desde el siglo XIII y ahora se presentaba la ocasión para llevarlo a a la práctica en el Nuevo Mundo. Así, pusieron en práctica un proyecto educativo, cuyo objetivo central estuvo dirigido a la reorganización social de los pueblos sometidos, que posibilitara su autosuficiencia económica, además de su autonomía social y política.

No lo consiguieron, ya lo sabemos. Y su prédica fue, a la postre, una herramienta colonial más, que aseguraba la obediencia y el sometimiento.

Pero como parte de ese proceso educativo y transformador fallido, junto con las pizarras y los evangelios, en medio del desenfreno de odio, avaricia y destrucción genocida que significaron la conquista y la colonización, llegaron a nuestro continente los pesebres… y fueron quedando entre nosotros como pequeños islotes de dulzura y reconocimiento de la sencillez y el buen vivir.

Y eso es lo que los hace tan particularmente atractivos e imperecerderos: nos recuerdan al menos durante algunos días, cuando el año termina, la importancia de los cuidados y del calor, el valor de la esperanza, y la dignidad de lo simple, lo natural, y lo pequeño.

Si deseas, puedes explorar virtualmente el museo Al pie de la cuna, dedicado a pequeños pesebres de todo el mundo.