Media noviembre y las elecciones legislativas del domingo 14 en la República Argentina y las presidenciales que tendrán lugar el domingo 21 en Chile ayudan a calibrar los desafíos del tiempo por venir. No sólo en esos países, sino en toda la región. Lo que les suceda, nos determinará. .
Vivimos un momento particular de la historia, posiblemente único, en el que una serie de nuevos factores se suman a los que tradicionalmente consideramos cuando analizamos el rumbo de las sociedades latinoamericanas. Y no sólo se trata de nuevos factores, sino que su superposición habrá de potenciarlos de un modo que no podemos prever.
1) La postpandemia y sus consecuencias, en particular el empobrecimiento al que se enfrentará América Latina en todas las esferas (económica, educacional, sanitaria, institucional, etc.)
2) La crisis ambiental, el fenómeno conocido como “injusticia climática”, y sus consecuencias a corto y mediano plazo en una región que ya está siendo especialmente castigada.
3) El fracaso del neoliberalismo para disfrazar con buenas palabras las pesadillas que nos trajo: mayor fragmentación social, inseguridad alimentaria, y desigualdad extrema.
4) Una geopolítica tripolar que quizás coloque a EEUU en una postura más agresiva e intervencionista en lo que ha considerado tradicionalmente como su “patio trasero” y cuya lealtad (real o forzada) le es hoy más necesaria que nunca.
A todo lo anterior se suma que nuestra América no es ajena a algo que desde hace media década se está viendo a todo lo largo y todo lo ancho de lo que suele denominarse “hemisferio occidental”: la aparición de derechas extremas que a partir de la precariedad laboral, el desaliento, la irritación, el hastío y el consumo de medias verdades o falsedades evidentes, proponen alternativas que más que puertas de salida a un drama son grietas que se abren al vacío.
Lo vimos ya, y lo seguimos viendo, con Donald Trump en el país que se imaginaba ejemplo de todo. Con Boris Johnson en la isla agobiada que sueña volver a tejer telarañas imperiales. Con quienes hoy en Argentina se empeñan en cortar todo diálogo razonable con la mitad del país con la que no comulgan. Con el mesianismo reaccionario de Bolsonaro y con la vergüenza y el peligro que Brasil carga a partir de haberlo ungido… O con un José Antonio Kast al que le ha bastado proponer en Chile un retorno al pinochetismo para alcanzar (esperemos que sólo momentáneamente) un primer lugar en las encuestas.
La lista sigue, por supuesto y casi no hay país en nuestra América y más allá en el que no aparezcan corrientes que amalgaman misoginia, xenofobia, libre mercado y proteccionismo, rechazo de las ciencias, autoritarismo e insultos en dosis pavorosas… pero lo que pretendíamos ahora no era enumerar males sino repasar brevemente dos procesos electorales cuyo desarrollo será determinante para el continente y llegar a una conclusión provisoria: si en las actuales circunstancias eso que se conoce vagamente como progresismo no es capaz de superarse, desentumecer sus identidades ideológicas, y establecer acuerdos amplios que posibiliten estructurar agendas unificadas, estarán entregándolo todo.
El columnista de Página 12 Mempo Gierdinelli, al día siguiente de conocidos los resultados del domingo 14 en Argentina, que implicaron una derrota del partido gobernante aunque sin la magnitud anunciada, volcaba en su nota titulada Crimen y Castigo conceptos que, se coincida o no con él, deben preocupar por igual.
“(…) anoche estuvo a la vista cómo hubiesen sido la catástrofe democrática y nuestro naufragio como nación libre, justa, soberana, independiente y cuidadora de la salud, la educación y la previsión social de su pueblo. Una generalizada derrota electoral habría significado, anoche, sepultar lo más valioso de nuestro país en los últimos 40 años: la democracia, la paz, la memoria y la verdad con justicia. Y habría implicado revertir la democracia que tanto nos costó y aceptar que el odio, el resentimiento, la venganza y la mentira puedan nuevamente gobernar esta tierra.
No es hora, y no precisamente en este país, de elegancias falsas. Hay que decirlo todo y con el dolor de una noche que pudo ser peor y no fue, pero que igual fue matemáticamente espantosa. Queda una esperanza chiquita y habrá que saber regarla. Porque esta noche se podía haber abierto una nueva etapa de violencia, y llevarnos a perder el más importante bien que logramos las y los argentinos en los últimos 38 años: la Paz en todos los sentidos”.
Que alguien pueda tener, frente a una derrota electoral -que debería ser un elemento normal del quehacer político- una reacción emocional del calibre de la de Giardinelli, habla a las claras de un «clima de época» que se ha vuelto insoportable.
Por su parte, el cientista político chileno Ernesto Águila describe para The Clinc el estupor y los temores que han surgido en Chile ante los apoyos que está recibiendo José Antonio Kast, un candidato a quien dos meses atrás nadie le podía dar un mínimo de posibilidades:
“La regresión pinochetista del proyecto de Kast -y su inesperada audiencia- han puesto en juego y en riesgo los lentos avances en libertades individuales, derechos sociales y memoria histórica de estos años. Ha vuelto a poner en agenda el tema de la democracia como disyuntiva fundamental de nuestra sociedad, señal de que el “nunca más” no fue muy sólido ni profundo, y que sigue siendo una asignatura pendiente de nuestra transición democrática”.
Podemos añadir, para comprender mejor al personaje en cuestión, lo que Tomás Mosciatti, un comentarista político reconocidamente conservador, opina sobre su programa. Lo califica como «rústico, tosco, escolar… un revival del estado policial y del Plan Cóndor».
Vale la pena escucharlo, ya que ha resultado ser, hasta ahora, el golpe más duro recibido por José Antonio Kast (y esto habla mucho de la incapacidad que había demostrado hasta ahora el establishment político para desactivarlo).
Tanto lo que expresa Giardinelli con su reacción de espanto, como lo que se desprende del análisis menos apasionado de Águila, o lo que surge de la evisceración quirúrgica de Mosciatti, deja traslucir el temor, totalmente justificado, a que este tipo de propuestas ancladas en la difusión de “alternative facts” y acaudilladas por personajes menores, caracterizados por el negacionismo, la incompetencia y el odio, permeen a un electorado no menor que siente miedo, que descree de todo lo que le suene a colectivo y solidario, y que clama por soluciones mágicas -y autoritarias.
Y si le agregamos a todo lo anterior que el tercer puesto de las elecciones chilenas lo podría ocupar un candidato inexistente de un partido imaginario, todo, todo es mucho peor.
El dolor de ya no ser
Sin embargo, si se repasa lo que en Chile están proponiendo las formaciones políticas progresistas, desde el centro hacia la izquierda, no se percibe que el temor a lo que la ultraderecha representa se esté traduciendo en propuestas unificadoras, que son las únicas que podrían asegurar estabilidad y continuidad a los proyectos. El desorden de las identidades partidarias rígidas y excluyentes, y el entumecimiento de visiones del mundo que insisten en considerarse mejores que las del resto, parecen ser más fuertes que la pulsión por la búsqueda de un futuro posible.
Y en Argentina, tampoco se percibe que el peronismo (asumiéndolo como la expresión de un «centro nac&pop») esté contemplando la conformación de un frente electoral y político que pueda incluir a quienes creen o quieren estar ubicados a su izquierda. Unos y otros se desprecian con un encono digno de mejor causa en el que, parafraseando al tango, la vergüenza de haber sido no llega a enmascarar del todo la frustración y el dolor de ya no ser.
Porque si fue acertado y lúcido aquello de que “con Cristina no alcanza y sin Cristina no se puede», podríamos estar ante el momento en que el peronismo admita que su potencial ya no es suficiente para enfrentar lo que vendrá y que necesitará contar con coaligados posiblemente molestos pero críticos, que aseguren los apoyos que le faltan y aporten savia nueva al anquilosado tronco que, desde el ’45 a la fecha, ya ha dado demasiado de sí. De bueno y de malo.
Lo cierto es que después del 14 en Argentina y después del 21 en Chile, y aunque se trata de elecciones de naturaleza diferente y en realidades aparentemente muy distintas, todo dependerá no de qué se propongan hacer los elencos gobernantes o qué hayan prometido, sino de qué alianzas sean capaces de fraguar y con quiénes.
Hay en el Cono Sur una experiencia hacia la cual mirar (desde España ya lo están haciendo) pero que suele pasarse por alto. Desde que en 1971 en Uruguay se conformó una alianza de todos los sectores que hoy llamaríamos progresistas comprometidos a impulsar un programa común, esa formación atravesó 12 años de una dictadura hecha su medida, una Reforma Electoral pensada para impedir su llegada al poder, 30 años de gobierno de la ciudad que concentra la mitad de la población del país, quince años de gobierno nacional, y un regreso momentáneo a la oposición tras las elección de 2019, que no obstante la confirmó como la fuerza política con mayor caudal electoral.
Eso tan extraño y que es prácticamente inédito en el mundo está ahí. Se puede tocar… ¿cómo no verlo? Lo ha hecho posible gente de carne y hueso que, como es normal y lógico, tiene muchos más defectos que los que admite y más inseguridades que las que muestra…Pero lo hicieron y la experiencia se mantiene viva después de medio siglo.
La pintura del constructivista uruguayo Jaquín Torres García con que hemos ilustrado esta nota expresa bien la idea. En esa construcción hay elementos de mayor peso y mayor significación que otros, pero la composición se sostiene -y sólo es posible- en virtud de la presencia equilibrada de todos y de cada uno.
Esa experiencia (mejorable, por supuesto) podría ser de inspiración para Chile cuando los José Antonio Kast traen como novedad un tardo-pinochetismo brutal y explícito y sin embargo un 30% del electorado los aplaude. (Ha tenido un traspié importante en los últimos días, pero como enseñaba hace siglos el general chino Sun Tzu, la suerte de una batalla no debe descansar nunca en la posibilidad de que el enemigo se equivoque).
Y también podría ser inspiradora para Argentina cuando la mitad de la población festeja y acompaña a un abanico opositor que no se preocupa por esconder sus peores dientes.
Quizás podrían entender, a ambos lados de los Andes, que ninguna de las formaciones partidarias de ese amplio espectro que se ubica desde el centro hacia la izquierda está llamada a ser una primus inter pares. No sólo porque quizás no lo merezcan, sino porque eso es cosa del pasado. Los liderazgos fuertes y la mística pueden unir o separar… y en este caso, desunen.
Las circunstancias excepcionales que repasábamos al inicio aconsejan identidades líquidas e igualdad a secas. Aceptar que nadie es más que nadie y que nadie que sea capaz de entrar, sobra. De no ser así, nos estarán poniendo en peligro a todos, ya que lo que suceda a partir de 2022 en Argentina y en Chile será decisivo para lo que pase durante la próxima década en todo el continente.