Actualmente, hay una postura lingüística que expone que el lenguaje incluyente, particularmente el desdoblamiento gramatical —usar masculino y femenino, en lugar de solamente el masculino genérico—, no sólo es inútil para alcanzar la equidad de género, sino que es peligroso, porque apela a una falsa y superficial modificación de la estructura lingüística que no tiene mayor repercusión en términos sociales. .
Ilady Abril Torres Sánchez es lingüista y profesora en Ciudad de México; se ha enfocado en estudiar el vínculo entre lenguaje y género, pero también investiga sobre violencia de género y violencia de pareja en relaciones lésbicas. Se ha involucrado en la prevención y atención de violencia de género en instituciones de educación superior.
Nota aparecida originalmente en el portal mexicano ESTE PAÍS y publicada por DIÁLOGOS gracias a la generosidad de sus editores.
Concepción Company (1) pone énfasis en que “es un distractor de los verdaderos problemas de discriminación que hay respecto de sexo”; es decir, lo considera un falso problema al que no se debería atender, ni como lingüistas, ni como instituciones públicas, ni como científicos sociales.
Tomando como punto de partida algunos postulados de la teoría social, propongo desmontar la idea que el lenguaje incluyente sea una falsa salida a la desigualdad de género; si bien no será la única vía para desarticular relaciones de poder asimétricas, el eje lingüístico-discursivo sí es indispensable para repensar la organización social y buscar alternativas que rompan con el orden patriarcal vigente. Mi discusión va en torno al debate al que hacen alusión algunos detractores del lenguaje incluyente, especialmente algunxs académicxs lingüistas.
El problema surge cuando hay que contestar el cómo en la resolución de las problemáticas profundas, las reales. Entra en juego un factor importante para establecer un diálogo entre la teoría social y la teoría lingüística: el concepto de estructura y sus materializaciones en la gramática, por un lado, y, por otro, en las disposiciones sociales. Existe una distinción generalizada entre dos niveles distintos de la lengua: la gramática y el discurso. Algunos lingüistas mencionan que desde el primero, de mayor profundidad estructural, no se puede ser sexista; mientras que, desde el segundo, sí se puede discriminar por razones de género, ya que se pueden articular visiones estereotípicas del mundo y asignarle un valor inferior a la mujer.
El desdoblamiento sería un cambio gramatical: se contrapone al uso del masculino genérico, que incluiría a hombres y mujeres sin necesidad de hacer explícita la coexistencia de ambos sexos. Apelando a la convencionalidad y a la arbitrariedad de la lengua, dicho cambio no es necesario. Aunque hubiera registros de una organización patriarcal en el desarrollo del protoindoeuropeo, no existe ninguna relación entre esto y el que se haya asentado en español el masculino como marca universal que incluye ambos sexos.
Concepción Company ha recalcado el carácter altamente simbólico y abstracto de la lengua: no existe una relación directa entre el mundo real y las convenciones lingüísticas utilizadas para nombrarlo, son arbitrarias.
Concepción Company ha recalcado el carácter altamente simbólico y abstracto de la lengua: no existe una relación directa entre el mundo real y las convenciones lingüísticas utilizadas para nombrarlo, son arbitrarias. En caso de romper la convención establecida, menciona, se pierde el éxito comunicativo.
Al apelar a la arbitrariedad de la lengua, se remite a la estructura del lenguaje mismo, esa que es aséptica a las visiones del mundo de la sociedad; en otras palabras, existe una falsa creencia de que en la gramática se ven reflejadas estas concepciones del mundo material. Más bien, la gramática es la cristalización del uso de la lengua, y en la historia de ésta se ha documentado el poco impacto de grandes cambios sociales en términos gramaticales. Desde esta perspectiva, realizar cambios gramaticales “impuestos” no influiría en los problemas estructurales que se reconocen como el verdadero problema y, mucho menos, en la estructura lingüística.
Para debatir en torno a esta noción de cambio estructural vs. superficial, hay que entender los límites y a la vez vislumbrar los alcances del lenguaje incluyente, desde las ciencias sociales y desde la lingüística. En primer lugar, la crítica a la imposición está dirigida, principalmente, a las instancias públicas que han adoptado una política de lenguaje incluyente y que han publicado manuales de cómo escribir sin utilizar formas sexistas del lenguaje. Al centrarnos en estas manifestaciones del fenómeno, perdemos la dimensión social del asunto, ya que existen otras vertientes del lenguaje incluyente que no surgen desde el ámbito institucional, a las cuales se hace caso omiso en el análisis lingüístico. Derivado de esto, el rechazo a la imposición se sostiene en dos premisas: la primera, que es autoritaria y, por lo tanto, será rechazada por los hablantes; la segunda, que estas formas son antieconómicas, no perdurarán en el lenguaje y no generarán un cambio social.
Esta visión del lenguaje incluyente es problemática ya que anula la apuesta feminista que se ha planteado como una alternativa al sistema gramatical del español que utilizamos cotidianamente. Existen distintas vertientes del lenguaje incluyente a analizar: el impuesto desde la institución, el “autoritario” y el cotidiano, el que se utiliza en círculos de lectura feministas, en las comunidades trans, no binarias e intersexuales, el que utiliza el femenino como genérico, el que busca visibilizar a las mujeres en profesiones históricamente ejercidas por varones; en muchos de estos contextos donde surgen innovaciones lingüísticas disruptivas también se está luchando por el cambio de fondo de la desigualdad social.
Aquí entra en juego la propuesta de Sewell (2) sobre la estructura y cómo los sujetos pueden incidir en el cambio de ésta por medio de la agencia. Si bien es cierto que ni la RAE, ni las feministas, ni el Estado saben si las propuestas del lenguaje incluyente permean la estructura lingüística y generan cambios gramaticales, habrá más bien que analizar cuáles son las implicaciones en la estructura social de imponer un valor altamente político a la gramática y generar resistencias epistémicas a partir de ella.
Sewell propone una redefinición de estructura social, donde ésta sea analizada como una entidad dinámica que se modifica conforme los actores “son dotados de poder por las estructuras, tanto por el conocimiento de los esquemas culturales que les permiten movilizar recursos como por el acceso a los recursos que les permiten llevar a cabo los esquemas”. También aclara que hay que considerar que los recursos son distribuidos de manera desigual; no obstante, algunos de ellos también “son controlados por todos los miembros de la sociedad, por muy desamparados y oprimidos que estén”. Al respecto, desde la lingüística se reconoce que el lenguaje ya es de naturaleza incluyente y por lo tanto todos somos libres de usarla y tenemos la capacidad de ser altamente creativos con él.
Por consecuencia, el lenguaje podría ser considerado un recurso mediante el cual llevamos a cabo esquemas culturales. Michael Halliday —lingüista que estudia el lenguaje desde una perspectiva funcional y no prescriptiva— considera el lenguaje también como un recurso con “potencial de significado” más que como una serie de reglas. Él propone prestar atención, sobre todo, a los procesos de interacción humana. Por ello, podría pensarse que el lenguaje incluyente se encuentra inscrito situacionalmente en esquemas culturales específicos y la función de modificarlos responde a distintas necesidades.
“Más que analizar por separado el lenguaje incluyente institucional y el que se utiliza en el activismo —que muchas veces confluyen—, ambos tienen implicaciones para permear en la estructura y generar un cambio social”.
Más que analizar por separado el lenguaje incluyente institucional y el que se utiliza en el activismo —que muchas veces confluyen—, ambos tienen implicaciones para permear en la estructura y generar un cambio social. No olvidemos que uno de los objetivos del lenguaje incluyente es visibilizar algo que previamente no era visible. Las feministas comenzaron a pensar en las implicaciones de hablar de siempre en masculino, particularmente en espacios donde las mujeres no tenían mucha presencia pública e, incluso, cuando en esos lugares hubiera predominantemente mujeres; el desdoblamiento es un intento de expresar esa existencia. Asimismo, se cuestionaron por qué en ciertas profesiones socialmente asociadas a lo femenino no había un masculino genérico; el ejemplo más claro es amas de casa, que, aunque dentro del colectivo existan varones, siempre se utiliza en femenino plural.
De lo anterior podemos pensar en lo que Butler plantea sobre cómo incluimos y excluimos en la construcción discursiva de un todos, ya que “implícitamente seguimos manejando nuestros propios presupuestos sobre quiénes están incluidos”, (3) y, por lo tanto, también excluidos. El masculino genérico funciona bajo esa premisa: referirse a un colectivo completamente masculino y referirse a un conjunto donde hay hombres y mujeres; por ello, resulta ambiguo en algunos casos cuándo sí se está contemplando a las mujeres y cuándo no. Butler apela a que se cuestione cómo nombramos lo colectivo, “el pueblo”, y cómo el sentido de esto cambia según lo que nosotros u otras personas pensamos cuando invocamos este término.
Si las mujeres no somos una minoría, ¿qué nos hace sujetos prescindibles de ser enunciadas fuera del masculino genérico? Hay que cuestionarse quiénes son esos “todos” a los que hacemos referencia con esta estrategia de economía gramatical, cómo lo estamos entendiendo las mujeres y las feministas y cómo lo están usando las instituciones. La exigencia del desdoblamiento gramatical podría entenderse como performatividad política que puede consistir solamente con manifestar la existencia “a base de ocupar el espacio y de persistir allí”, como afirma Butler. En términos de utilidad, el desdoblamiento puede resultar antieconómico, confuso y hasta ridículo, como lo plantean los lingüistas (aunque no siempre la economía lingüística determina la dirección de los cambios). Sin embargo, en términos políticos, es una forma de ocupar el espacio que históricamente se nos ha negado a las mujeres: el de las instituciones, el de la política, el del discurso.
Si consideramos la premisa de la visibilización, observamos que el desdoblamiento no es la única propuesta del lenguaje incluyente. De hecho, el uso de la -e se plantea como sustitución de las marcas de género gramatical tradicionales en español, pero algunos lingüistas son escépticos a su permanencia, no sabemos si se incrustará lo suficiente en el uso para que se vuelva la norma. El problema de que no se ahonde más sobre este uso se remite a una afirmación frecuente en la disciplina: la biología es binaria. Desde ahí no hay un espacio a las disidencias sexogenéricas en la postura frente al lenguaje incluyente; de hacerlo, reconoceríamos que la e, la x y el @ son apuestas al reconocimiento de identidades que no entran en una definición dicotómica del sexo.
En la gramática, el género gramatical no suele tener relación con el mundo real, es decir, que el uso de la -a para marcar femenino y la -o masculino es arbitrario; por ello, la propuesta de una nueva grafía para “borrar el género” resulta infértil. Sin embargo, esa postura niega una existencia intermedia en el continuum de las identidades de género y asume que el masculino genérico es estrategia suficiente para incluir cualquier otra identidad. Es desde las comunidades trans, intersexuales y no binarias que surge la necesidad de nombrarse, de aparecer en el discurso. Por ello, podríamos pensar en el uso de la e como una modalidad de presentarse —como propone Butler—, fuera de esa noción binaria de la biología; en otras palabras, como una forma de performatividad política para existir discursivamente.
Butler también afirma que es necesario preguntarse las condiciones sociales y vitales de la agencia requerida para este acto performativo, y para ello retomo los debates de Mahmood4 en torno al concepto de agencia desde el feminismo. La antropóloga parte de una crítica al modelo de agencia que sólo se ha usado para entender aquellas acciones que aseguran políticas feministas liberadoras, de tal forma que acciones de resistencia situadas en contextos donde no se tiene como fin la liberación de la dominación se han invisibilizado e, incluso, se han asociado a la pasividad y a la sumisión. Por eso, Mahmood opta por definir agencia “no como sinónimo de resistencia a las relaciones de poder, sino como la capacidad de acción que relaciones de subordinación específicas y situadas históricamente habilitan y crean” (la traducción es mía); dicho de otra manera, para esta autora la agencia no tiene como fin último subvertir las normas, sino que debe ser analizada en el contexto en el que se generan las acciones de resistencia para entender sus dimensiones y consecuencias.
Entonces, aunque agramatical, el uso de la -e como marca alternativa de género no necesariamente tiene como objetivo alterar ni permear en toda la estructura lingüística, sino que busca visibilizar ese espectro de identidades que permanecía invisible con el uso únicamente del género gramatical dicotomizado entre femenino y masculino. En un ensayo de 1976, Halliday (5) menciona que los antilenguajes surgen de una antisociedad como una alternativa consciente al lenguaje estándar y representan una forma de resistencia, ya sea activa o pasiva, de la estructura social hegemónica. Al mismo tiempo, explica la existencia de éstos por una necesidad de representación colectiva y nuevas formas de crear una estructura social distinta. Sería aventurado afirmar que las expresiones del lenguaje incluyente son un antilenguaje, pero sí pone de manifiesto la estructura de organización jerárquica a la que se quieren oponer, donde la diversidad sexogenérica está completamente ausente.
Un último apunte a la visión monolítica del fenómeno es la incapacidad de situar histórica y socialmente los alcances del lenguaje incluyente que surge de necesidades de visibilización y performatividad política específicas. Se ha dicho que lenguaje incluyente es elitista porque excluye a hablantes de otras lenguas donde no existe el género gramatical, así como a las lenguas que no tienen sistema de escritura.
Entonces, al respecto de la diferencia y la multilocalidad del feminismo, Brah (6) menciona que es indispensable pensar en las diferencias no como categorías discretas que pueden examinarse por separado como elementos sumatorios, sino en relación la una con la otra en un contexto social específico: “[l]as estructuras de clase, racismo, género y sexualidad no pueden tratarse como ‘variables independientes’ porque la opresión de cada una está inscrita en las otras —es constituida por y es constitutiva de la otras”. No podemos analizar el lenguaje incluyente como la panacea de la inclusión, dado que es una propuesta surgida de una postura específica del feminismo; habrá, más bien, que identificar qué elementos discursivos, gramaticales y lingüísticos utilizan las comunidades de lenguas sin sistemas de escritura para generar resistencias políticas, y la manera en la que éstas se vinculan con el género.
En términos de utilidad y cambio, las motivaciones detrás del lenguaje incluyente no son necesariamente de permanencia, de gramaticalidad, sino de asignarle una carga política a esa estructura profunda supuestamente aséptica de la realidad social; mejor dicho, de performatividad política mediante recursos lingüísticos específicos. Ya sea que permanezca o no como un elemento del sistema lingüístico, el debate está abierto. El lenguaje incluyente existe y debería ser de interés común entre lingüistas investigar las motivaciones, los mecanismos y el alcance que estas manifestaciones de subversión lingüística tienen en la comunidad hispanohablante.
Nota aparecida originalmente en el portal mexicano ESTE PAÍS y publicada por DIÁLOGOS gracias a la generosidad de sus editores.
1 Company, Concepción. (2019) [Conferencia] “Lenguaje inclusivo. Una falacia de la equidad de género”, El Colegio Nacional, consultado en https://www.facebook.com/ColegioNacional.mx/videos/550582852414454/ el 2 de diciembre de 2019.
2 Sewell, William (2006). “Una teoría de estructura: dualidad, agencia y transformación”. En Arxius de Ciencies Sociales, No. 14, pp.145-176.
3 Butler, Judith. (2017). Cuerpos aliados y lucha política. Paidós. Barcelona.
4 Mahmood, Saba (2006). “Feminist theory, agency, and the liberatory subject: some reflections on the Islamic revival in Egypt”. En Temenos, vol. 42, num. 1 (2006), pp. 31-71.
5 Halliday, M. (1982). El lenguaje como semiótica social: La interpretación social del lenguaje y del significado (Sección de obras de sociología). México. FCE.
6 Brah, Avtar. (2004). “Diferencia, diversidad, diferenciación”, en AA.VV., Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras, Madrid. Traficante de sueños, pp. 107-136.