La realidad es polifacética. Eso es lo que la hace más interesante. Y todo lo sucedido a lo largo de las dos últimas semanas en Chile no sólo es una muestra de la multiplicidad de ángulos desde los que se puede abordar la realidad, sino que auguran que esa realidad ha de seguir sorprendiéndonos. .
Las 15 horas utilizadas por el diputado Jaimeo Naranjo para presentar una Acusación Constitucional contra un Sebastián Piñera acorralado y reducido a su mínima expresión, pueden ser el prólogo a cambios en la forma de hacer política en un país cuya izquierda tiende a fragmentarse como si no hubiera otra posibilidad.
De la zozobra del estallido a una confianza prematura
Cuando el 18 de octubre de 2019 se inició en Santiago el levantamiento juvenil que tomó al país por sorpresa, no sólo colapsaba el sistema político chileno tal como lo conocíamos. La Historia, que en esto ha sido siempre pródiga, nos daba durante dos meses de zozobra e incertidumbre una excelente lección: la inevitabilidad de la violencia en los cambios de época. Y lo necesaria que puede llegar a ser cuando quienes se han hecho con las llaves se niegan a abrir las puertas para que algo cambie.
No fue aquella recordada concentración pacífica de un millón de personas la que logró lo que parecía imposible, en particular la instalación de una Asamblea Constituyente. Todo lo sucedido a lo largo de estos dos últimos años fue el fruto de la valentía, el arrojo y el sacrificio de los y las jóvenes que se enfrentaron a los carabineros en las calles y transformaron el descontento sordo y mudo en estallido.
De todos modos, los estallidos violentos no son una herramienta con la que sea posible construir. Las sociedades no se instalan en el estallido permanente ni son necesariamente quienes le dan el aliento y el fuego a una revuelta quienes luego se encargan de encauzarla -o sofocarla-. Eso también (nos guste o no) nos lo enseña la historia y Chile, como sociedad, ha podido en estos dos años sortear con relativo éxito el proceso que el estallido hizo posible. Sin traicionarlo (al menos hasta ahora), tomando lo mejor que dejó tras de sí en términos de diversidad, participación, exigencias y sueños… Y sin dejarse seducir por su estética.
Algo había faltado hasta ahora, sin embargo. Algo que quedó apenas disimulado en la elección de la Asamblea Constituyente pero que comenzó a notarse con mayor nitidez durante y luego del proceso de elecciones internas que definieron las candidaturas presidenciales. En Chile, las fuerzas de oposición a eso que suele denominarse “las derechas” no parecen tener la seguridad necesaria en si mismas como para encarar con seriedad la elaboración de programas comunes y la conformación de coaliciones de gobierno que vayan más allá de lo meramente electoral.
Como resultado de esa fragmentación de las izquierdas -y del centro- y esa desconfianza mutua (que puede comprenderse pero que algún día debería terminar), la candidatura de Gabriel Boric, que tenía asegurado un primer lugar en las elecciones del 14 de noviembre y el triunfo en la segunda vuelta, comenzó a perder empuje, a pagar caro sus propios (y evitables) errores, y a resignar protagonismo frente a un fenómeno inesperado: las derechas, comprendiendo mejor que las izquierdas y el centro aquello de “no nos une el amor sino el espanto”, abandonaron al candidato que ellas mismas habían elegido y migran día a día, sin la menor vergüenza, hacia la candidatura de un pinochetista cínico y agresivo. Alguien que se ofreció a liderarlas sin pudores. Alguien que no sintió la tentación de mimetizarse con el centro o con una derecha tenue y civilizada. Alguien que exhibió toda su vocación reaccionaria cuando figuras más sensatas parecían atontadas por el fracaso inesperado del modelo. Alguien capaz de encausar todos los sentimientos “anti-estallido” y la pulsión obsesiva por el orden. Alguien que si bien no tendrá apoyos suficientes como para desplazar a Gabriel Boric en una segunda vuelta presidencial, sí quedará bien ubicado como para capitalizar todas sus futuras flaquezas, que dada la situación socio-económica que vive el país, serán muchas.
La magia y la reparación
La situación era esa hasta hace pocos días. Y todo amenazó con ser peor, ya que el manejo que Gabriel Boric y su equipo hicieron de su estado de salud no pudo ser más torpe. Y eso, a una semana de una jornada electoral reñida, pudieron haberlo pagado caro.
Sin embargo, Sebastián Piñera parece destinado a cavar hasta el último centímetro de su propia fosa y lo está haciendo con una eficiencia que jamás había demostrado cuando jugaba a gobernar.
Un nuevo escándalo financiero-delictual al que apareció vinculado cuando se dieron a conocer los documentos conocidos como Pandora Papers propició lo que en Chile se denomina “Acusación Constitucional”, que luego de atravesar por las dos cámaras parlamentarias, podría terminar en su destitución. Un proceso que (aunque no es eso lo que importa) no tendrá resultados prácticos. En primer lugar porque el desprestigio y la debilidad le han hecho perder a Piñera casi todo poder real. En segundo lugar porque si bien la acusación podía contar con votos en la Cámara de Diputados, no los tendrá en la de Senadores. Y en tercer lugar porque aunque los tuviera, sería distituído pocas semanas antes del término de su mandato. Cabía entonces preguntarse: ¿vale la pena sentar el precedente de que un presidente no termine su mandato si su destitución no tendrá ningún alcance verdadero?
Sin embargo -y este fue un primer síntoma de lo que acaba de suceder- la oposición coincidió en que era un imperativo moral intentarlo fuera cual fuera el resultado. La presentación del lunes 8 de noviembre, entonces pudo ser apenas una sesión parlamentaria más, pero una serie de coincidencias casi fortuitas la transformaron en una instancia mágica.
Como no es posible consignar aquí todo lo que sucedió durante la jornada que mantuvo a Chile en vilo, invitamos a visitar el podcast en el que los sociólogos Alberto Mayol y Darío Quiroga y el periodista Mirko Macari la comentan.
Fue esa sesión, y así lo vivió el país, algo más que una maratón discursiva o una muestra de resistencia declamatoria. Fue el paso necesario de una reparación emotiva e institucional. Fue un Parlamento sesionando alrededor de una nueva épica heredera de la revuelta juvenil. Fue una trampa exquisita tendida a quien ha vivido estafando a los suyos con la más absoluta impunidad y el más absoluto descaro. Fue la lectura pública y en sede parlamentaria (y sin que nadie pudiera interrumpirla) del prontuario legal de un delincuente capaz de burlarse de la dignidad de todo un país. Fue otro hito en el trabajoso esfuerzo de ponerle punto final a lo que se inició en 1973. Un esfuerzo que si sorprendió con la energía desatada en el estallido y con el empuje de aquellos jóvenes que integraron la Primera Línea de la resistencia, también sorprendió dos años después en la voz ya gastada de un viejo igualmente digno; igualmente resistente.
Y fue, sobre todo, una fugaz demostración de que la oposición a las derechas -algo que deberá incluir al centro y a las izquierdas aunque se empeñen en imaginarse incompatibles- puede tener puntos en común que la hagan fuerte, posible, y eficaz.
⭕ Así fue el momento en que la Cámara declaró admisible la acusación constitucional contra el Presidente Piñera. https://t.co/vtaTHNKqPo pic.twitter.com/MVdw3VPtFn
— 24 Horas (@24HorasTVN) November 9, 2021