El general muerto y la pintura que lo avergonzaba. Una saga de nuestros días

No había sucedido nunca y jamás ha vuelto a suceder. Tapar el Guernica de Picasso con una cortina para que no estuviera visible mientras él hablaba, sólo se le pudo ocurrir a un general ensoberbecido y necio de un país que se sentía por encima de todo. Aquel atropello, sin embargo, no terminó allí y en febrero de 2021 sucedió algo que ha pasado desapercibido. En Diálogos nos gusta hurgar en estas historias. .

 

En febrero de 2003, Collin Powell, fallecido hace pocos días y por entonces Secretario de Estado de la Casa Blanca, se presentó ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y la prensa del mundo para explicar por qué la prioridad del momento era invadir Irak.

Fueron 76 minutos de un rosario de inexactitudes en las que, como luego se supo, ni siquiera él creía. “Every statement I make today,” dijo en aquel momento “is backed up by sources, solid sources. These are not assertions. What we are giving you are facts and conclusions based on solid evidence.”

Frente a la gravedad de lo que las agencias de inteligencia de los Estados Unidos y la OTAN habían descubierto (la existencia en Irak de armas de destrucción masiva que amenazaban la seguridad de la región, la paz del mundo y los Derechos Humanos), que Collin Powell, una especie de estrella pop del establishment militar estadounidense, exigiera que se tapara el Guernica con una cortina celeste para que su presencia no perturbara visualmente su mensaje, pasó casi desapercibido.

La prensa de la época se hizo eco de lo sucedido y lo presentó como una solicitud algo extraña pero de todos modos comprensible. ¿A quién le podría resultar cómodo promover una guerra frente al mayor alegato antibelicista que haya producido el arte del Siglo XX?

Hoy sabemos el resultado de aquella conferencia de prensa. Como recordaba con una sobriedad absoluta hace pocos días el portal especializado Político en un elogioso pero revelador obituario: Weeks later, U.S. forces invaded Iraq. As the war progressed, it became clear that Powell’s facts were nowhere near as solid as he had made them out to be. The invasion of Iraq yielded no weapons of mass destruction.

No estaban las armas de destrucción masiva que Collin Powell había jurado que estaban allí, pero los países que lideraron aquella invasión, sugerentemente Estados Unidos, el Reino Unido y Australia, encontraron la posibilidad de que sus empresas se encargaran de «reconstruir» lo que prolijamente habían destruído, petróleo a precios que ellos mismos fijaban, y el control geopolítico de todo Oriente Medio.

Como recordaba la agencia de noticias alemana Deutsche Welle en su extenso informe El Origen de la Mentira:

«Hoy, casi dos décadas más tarde, aún no se sabe exactamente cuántos iraquíes fueron víctimas de la ocupación y del caos que ésta generó.

En lo que respecta al saldo de muertos, la mayoría de las estimaciones oscila entre los 150.000 y los 500.000, aunque estimaciones fiables arrojan un número mucho mayor: en 2006 –un lustro antes de que la Casa Blanca diera por terminada la Guerra de Irak– la reconocida publicación médica Lancet hablaba de más de 650.000 «muertes adicionales”, causadas por la destrucción de la infraestructura sanitaria iraquí.

No cuesta imaginar que las cifras aludidas son conservadoras. Lo que sí se sabe es que los argumentos usados para justificar la invasión eran falsos.»

No era la primera vez que el por entonces reverenciado Powell mentía o parecía envuelto en actividades indignas. De acuerdo al obituario de Político, que no escatima elogios:

He had played a peripheral role in the cover-up of the 1968 massacre in the Vietnamese village of My Lai. During the Reagan years, he participated in the illegal sale of arms to Iran. (…) In 1992-93, an intervention in Somalia had gotten complicated and bloody…

Había sido además, el “arquitecto” (así lo define el NYT) de la exitosa invasión de Panamá en 1989. Concluída la Guerra Fría, el mundo se había transformado en unipolar y para Collin Powell, el primer militar afroamericano de su país capaz de volar tan alto, todo comenzaba a ser posible.

Pero dejémoslo descansar en paz, porque será más productivo descorrer la absurda cortina celeste y enfocarnos en lass imágenes que aquel hombre no quiso que aparecieran asociadas a su persona y al personaje que estaba interpretando.

El Guernica y los horrores de la guerra

No estaban aquellos personajes dolientes y aquel escenario desgarrador de casi en el salón de sesiones de Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, por azar, sino porque en los años de la Guerra Fría, cuando se decidió colocar allí una reproducción del Guernica, se la entendió como un recordatorio de los horres de la guerra y de los esfuerzos que la humanidad debía hacer para evitarla.

¿Usted hizo esto? cuentan que le preguntó un oficial alemán a Pablo Picasso mientras revisaba su estudio en París en los comienzos de la ocupación nazi. – No, habría respondido el pintor, – esto lo hicieron ustedes. Y ya sea que la anécdota se ajuste a la realidad o no, lo cierto es que sí. Aquel horror que seguramente el oficial alemán no alcanzó a dimensionar, era obra de los suyos. Una de las más cobardes y viles de las que se tenga memoria.

A las 16:30 del domingo 26 de abril de 1937, la hora de mayor concurrencia de la feria en Guernica, una pequeña aldea vasca de apenas 5.000 habitantes, las gentes que paseaban por sus calles escucharon un sonido inhabitual y seguramente dirigieron sus ojos hacia el cielo, porque de allí parecía venir aquel rugido.

Eran 31 bombarderos y 26 cazas que dejaron caer toneladas de explosivos y bombas incendiarias y que ametrallaron a una población indefensa desde el aire durante más de 3 horas en las que aquello no se interrumpió durante más tiempo que el que las aeronaves necesitaban para llegar a los límites de la aldea y volver a descargar su saña sobre ella.

Era simplemente un ensayo, una muestra de amistad, y un agradecimiento.

El general sublevado contra la Segunda República Española, Francisco Franco, le permitía a sus aliados de la Alemania nazi y la Italia Fascista, hacer una prueba “en vivo” de lo que serían, años después, los bombardeos de la Legión Cóndor sobre la población civil de Europa. Los dos invitados le obsequiaban, a quien les daba aquella oportunidad, un golpe de efecto desmoralizador y apabullante. La humareda de los incendios fue tan intensa que durante la última media hora, las aeronaves debieron realizar su tarea a ciegas.

Aquel no fue el primer ataque aéreo sobre poblaciones civiles (y por supuesto no ha sido el último ni el que se ha cobrado mayor número de víctimas), pero sí se transformó en el paradigma de la crueldad gratuita y desesperante de la guerra.

El Gobierno de la República había contratado a Pablo Picasso semanas antes para que realizara una obra que se exhibiría en el Pabellón Español de la Exposición Internacional a celebrarse en París aquel año, y las imágenes que publicaron los periódicos después del bombardeo de Guernica le dieron al pintor no sólo el motivo, sino la emotividad de cada personaje e incluso los colores y los detalles de su obra.

La madre desesperada que llora con el cadaver de su hijo en brazos, el caballo despedazado, el hombre que yace desencajado por el dolor, el toro enfurecido e indeciso, el que se arrastra hacia en centro de todo aquel desastre como si alejarse fuera inconcebible, el que llega desde la noche y mira desde una ventana, horrorizado, conforman una composición dibujada con urgencia en diferentes tonos de gris y hasta se pueden percibir, por detrás, las líneas de texto de una página impresa.

Porque el Guernica no es sino  una hoja inmensa de periódico que nos anuncia que el mal ha llegado y está entre nosotros.

Mirado desde esa óptica es perfectamente comprensible que hasta un general estadounidense brutal y maleducado haya comprendido que no podía mentirle al mundo delante de aquel testimonio de lo que se logra cuando se confía en gente como él.

Un misterio difícil de descifrar

Aquella fue una historia que si viene a cuento es porque Collin Powell ha fallecido y como suele suceder en estos casos, salen a la luz todas sus virtudes.

El Secretario de Estado de la Casa Blanca, Antony Blinken recordó a su predecesor como alguien que “gave the State Department the very best of his leadership, his experience, his patriotism. He gave us his decency, and the State Department loved him for it.” Es lo corriente y no habría que esperar otra cosa de quien quizás crea ser el elegido por la historia para iniciar una nueva versión de lo mismo de siempre.

Sin embargo, hay algo que ha pasado desapercibido y que tendrá, en algún momento, una explicación.

La reproducción del Guernica que ocupó durante 36 años la Sala de Recepciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, un tapiz de 8 metros de largo que Nelson A. Rockefeller había encargado a los artistas René y Jacqueline de la Baume Dürrbach en 1955, cuya realización había llevado seis meses, y que había sido cedido en préstamo al organismo en 1985, fue removido y devuelto a sus dueños el 21 de Febrero de 2021.

“Es horrible, es horrible que se haya ido”, le confesó el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, a la CBS News, cuando se preparaba a recibir las credenciales del nuevo embajador del Presidente Biden ante el organismo.

¿Será esta remoción definitiva de una obra de arte que avergüenza un signo de los tiempos por venir?

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online