Si haber elegido alguna vez el mes de octubre para que en él se celebre algo llamado “herencia hispana” o “herencia hispano-latinoamericana” fue en su momento lo más parecido a un desacierto, cabe preguntarse ¿cuánto tiempo pasará antes de que el error sea subsanable? .
Si durante la casi totalidad del Siglo XX se celebró en nuestros países el 12 de octubre como Día de la Raza (sin que por lo general nos preguntáramos a qué raza estaba dedicado el día y por qué no existía un día para celebrar las otras), si Cristóbal Colón fue reverenciado como un visionario y quedaban en un segundo plano su brutalidad y sus ansias de riquezas a cualquier precio, si aprendimos a glorificar a los descubridores y conquistadores como a héroes esforzados dignos de admiración y respeto, y si la palabra “colonia” representó para nosotros no un sistema a través del cual Europa se apropió durante siglos de almas y bienes ajenos sino apenas el preámbulo de la independencia, no fue porque la verdad no se conociera, sino simplemente porque resultaba inconveniente
Ocurría que las voces que cuestionaban aquella visión idílica y romantizada del despojo y la barbarie no tenían fuerza ni espacios donde hacerse oir, y, por otra parte, las razas no contempladas en aquel día que celebraba sólo una, nunca habían tenido posibilidad real de expresarse.
Hubo hasta hace muy poco una lectura mítica de lo que se llamó descubrimiento, conquista y colonización en la que toda explicación de cómo había sido posible que algunos puñados de europeos hubieran sido capaces de “civilizar” un continente estaba basada en dos supuestos: la superioridad técnica y moral de los invasores y que tuvieran a Dios de su lado.
Por poner sólo un ejemplo: no se mencionaba por entonces -o no se consideraba apropiado hacerlo- que las nuevas enfermedades llegadas de una Europa superpoblada y sucia habían tenido un papel mucho más significativo en la conquista que el hierro, las armas de fuego, los caballos, las ayudas divinas, o el arrojo de los conquistadores -que ni era tanto ni todo lo podía.
Sin embargo, todo cambia y esas interpretaciones supremacistas y excluyentes que se enquistaron durante tanto tiempo en la educación, las instituciones, la política, la cultura y el espacio público, han perdido fuerza y son resistidas de mil formas. La imagen que ilustra esta nota (uno de los cientos de monumentos en homenaje a Colón que han sido destruidos o reemplazados en las tres Américas), da cuenta de una de ellas. Quizás la más notoria y estéticamente convincente, pero no necesariamente la más significativa.
Inercia y posibilidades de cambio
Lo cierto es que partir de la llegada de los primeros europeos a América el 12 de octubre de 1492, se desataron una serie de acontecimientos (guerras que se diseminaron y se eternizaron, daños ambientales que recién hoy se comienzan a evaluar, epidemias devastadoras, la violación como derecho y como costumbre, conversiones forzosas, prohibiciones de todo tipo, sujeción al estado de servidumbre de mujertes, hombres y niños, secuestro y traslado de millones de personas provenientes de África y sometidas a la esclavitud , etc.) que, voluntarios o no, condujeron a la desaparición de más de 20.000.000 de personas en los dos siglos siguientes, han destruido culturas, lenguas e identidades, han dejado huellas en el cuerpo y en la psique de cada sobreviviente a través de generaciones, y transforman esa fecha, hoy, en el punto de partida de un horror.
Lo que alguna vez quiso presentarse como un “encuentro de dos mundos” fue un choque de proporciones únicas en la historia humana. Lo más triste que haya acontecido jamás.
Por esa razón, si bien puede entenderse que en algún momento se haya pensado que elegir el mes de octubre entre un total de doce para celebrar nuestra herencia podía ser una buena idea, no lo era. Porque además, y como fue evidente desde un comienzo, su elección abría en nuestra comunidad un quiebre innecesario.
Un quiebre, una brecha, que se va abriendo más en la medida que crece el número de quienes, aquí, en el resto de Norteamérica, y sobre todo en América Latina, descreen de los viejos significados que se le asignaron a octubre mientras la colonialidad campó a sus anchas.
Tenemos mucho para celebrar: culturas diversas, mestizajes, una lengua en la que nos entendemos más de 500.000.000 de personas, literatura y música, artes plásticas y cinematografía, avances sociales y científicos, diásporas que aportan imaginación, conocimientos y esfuerzo en otros contextos. Muchísimo.
Pero por lo general, no se eligen fechas aciagas para celebrar nada, por más que en el pasado se las haya concebido de otra manera, y esa es una de las pocas utilidades que tiene el paso del tiempo. Nos da (si se lo permitimos) la oportunidad de entender, cambiar, y ser de otra manera. Mejores en lo posible.
Por esa razón en Diálogos (y no somos los únicos ni los primeros), sin dejar de reconocer y valorar los esfuerzos que se realizan en octubre para que nuestras culturas y nuestras identidades sean conocidas, recordadas y celebradas, preferimos dedicarle, a eso tan bueno y tan necesario, todo el resto del año.