¿Canadá está viviendo un momento “just watch me” post-pandémico? ¿Existe un electorado más maduro y dispuesto a no quedar atado a las travesuras del gobierno y los chantajes emocionales a los que ha sido tradicionalmente vulnerable? Tres semanas nos separan de una respuesta todavía impredecible. .
Quizás no sea éste el momento indicado para insistir en lo que es público y notorio: el sistema electoral canadiense es no sólo primitivo e inadecuado para una democracia moderna, sino que, como daño colateral, favorece que a la hora de tomar decisiones, un porcentaje variado de su electorado se vea tentado a votar “estratégicamente”. Y ese es un daño colateral inevitable del sistema.
Sin embargo, en esta extraña situación post-pandémica que nos toca vivir, se está dando un fenómeno que no suele ser frecuente: un error de cálculo del partido de gobierno, casi una travesura adolescente, nos coloca en una situación inmejorable para reflexionar. Una invitación que no deberíamos desaprovechar.
Cuando en 2015 Justin Trudeau llegó al poder enancado en la promesa de que las elecciones de ese año serían las últimas en que Canadá tuviera que elegir a sus representantes con el sistema conocido como FPTP (que su propio partido ya había prometido eliminar en 1923), estaba apuntando al principal problema de la democracia canadiense: la empecinada insistencia en no cambiar un rumbo que favorece la desafectación, la decepción, y el desinterés de un porcentaje creciente de la ciudadanía.
Se ha hablado tanto acerca de los efectos perversos de un sistema que descansa en la no-proporcionalidad, y esos efectos perversos son tantos, que en ocasiones puede dar pereza enumerarlos. La conformación de mayorías artificiales que hacen innecesarios los acuerdos interpartidarios y rebajan al mínimo la calidad del debate parlamentario, o el hecho de que elección tras elección millones de votantes no obtengan representación real, son apenas dos. Pero resumen bien una arquitectura electoral que obliga a un porcentaje nada menor de votantes a decidir su voto no en función de lo que prefiere, de lo que desea, o de en quiénes confía, sino en función de evitar lo que considera un mal mayor.
Por otra parte, que la sociedad canadiense acepte con naturalidad y como si se tratara de algo normal que un partido pueda obtener más del 50% de los escaños parlamentarios con menos del 40% de la votación total se asienta en una idea muy extendida pero sin ningún asidero real: que los gobiernos que cuentan con mayorías propias son más eficientes. No sólo no es así, sino que normalmente ocurre todo lo contrario.
Geoff Norquay, un ex-asesor de gobiernos conservadores, en una intersantísima nota publicada un mes antes de las elecciones de 2019, How effective are federal minorty governments? analizaba los siete gobiernos minoritarios que hubo en Canadá a lo largo de las 6 últimas décadas y señalaba su capacidad para innovar y conciliar intereses
“…minorities are periods of legislative and policy accomplishment because they are accompanied by compromise, cooperation and conciliation among the political parties (…) minorities can indeed produce exemplary and even groundbreaking initiatives”.
En esta edición de Diálogos publicamos aquella nota completa, pero vale la pena detenernos en lo que Norquay destaca del primero de aquellos 7 gobiernos minoritarios:
“The rose-coloured perspective on the productivity of minorities dates from Liberal Prime Minister Mike Pearson’s two minorities in the 1960s. With the passage of time, these years have come to be seen as a “golden age” of modern nation building.
Supported by the NDP, Pearson’s Liberals put in place a bounty of progressive programs and initiatives, including universal coverage of hospitalization and medicare, the Canada and Quebec Pension Plans, the Canada Assistance Plan, the Canada Student Loans program, official bilingualism, the Maple Leaf flag and groundbreaking labour legislation that pioneered the 40-hour work week.
Not only did these initiatives create much of the architecture of the modern Canadian state, but they also have had staying power, becoming part of the national fabric. “
La nota de Geoff Norquay fue publicada, como decíamos, en octubre de 2019, pocos días antes de que Justin Trudeau quedara detrás del Partido Conservador en votos totales, perdiera la mayoría parlamentaria, y tuviera que resignarse a liderar un gobierno en minoría. Y sólo dos meses del inicio de la pandemia. Por esa razón no incluye algo que nosotros, en 2021, ya sabemos. Hemos atravesado la crisis sanitaria y social más desafiante del último siglo, una crisis que demandó tomar decisiones rápidas e innovadoras en todos los planos de la vida social (economía, trabajo, salud, educación, ayudas a los más vulnerables, etc.) y eso fue posible no a pesar de que fueran necesarios acuerdos interpartidarios, sino gracias a ellos.
Travesuras innecesarias y errores de cálculo
Si ha sido evidente que los acuerdos interpartidarios no solo ayudaron al Partido Liberal a adoptar políticas acertadas que hoy reivindica como suyas, sino que además sostuvieron a su gobierno en momentos críticos (recordemos el lodazal We, por mencionar sólo un ejemplo), cabe preguntarse ¿por qué razón, cuando aún no hemos salido totalmente de la crisis, lo primero que se le ocurre al gobierno es forzar un llamado a elecciones anticipadas que le permitan desembarazarse de sus socios, es decir de aquellos que hicieron su éxito posible?
Una de las paradojas de esta extraña situación es que si bien debería sorprendernos, era esperable. Que habría elecciones anticipadas era un secreto a voces desde fines del invierno y las razones podrían ser varias, aunque no necesariamente excluyentes.
Una de ellas tiene que ver con la política pura y dura: el gobierno podría estar pensando que para reajustar la economía en el período post-pandemia deberá realizar un viraje hacia políticas económicas, ambientales y sociales regresivas, y asume que eso no será posible mientras dependa de las fuerzas ubicadas a su propia izquierda (NDP y Partido Verde). Si desea parecerse al Partido Conservador, deberá contar con un parlamento que se lo permita.
Otra, tiene que ver con la psicología. Quizás el llamado a elecciones anticipadas tenga que ver con una cierta inmadurez del equipo de gobierno. Con una baja capacidad de enfrentar las desilusiones y las contradicciones entre los deseos y la realidad. Algo así como un Sindrome de Peter Pan pretendiendo sustituir la política con travesuras ingeniosas.
Y por último, no debemos descartar la creencia injustificada de la que hablábamos antes y que permea todo el sistema político canadiense: el convencimiento de que para gobernar hay que tener todos los resortes del poder en las manos. La desconfianza en el otro. El horror a los acuerdos.
Lo cierto es que independientemente de cual haya sido la razón que llevó al Partido Liberal a pensar que sería una gran idea convocar a elecciones para el 20 de septiembre, las cifras que muestran las encuestadoras tras los primeros 10 días de campaña, parecen mostrar un grosero error de cálculo.
El Partido Liberal no alcanza aún las cifras obtenidas en 2019 (que ya habían sido excepcionalmente bajas) y el Partido Conservador, si bien se posiciona por delante, todavía no tiene números que le aseguren mayorías propias. Y si no las tuviera, el posible apoyo del BQ y el PPC no sería suficiente.
Si esa situación no cambiara sustancialmente en los próximos días, podría desactivarse la mejor arma del Partido Liberal en estos casos: convencer a parte del electorado de que sólo un «voto estratégico» a su favor puede evitar la llegada de los conservadores al poder.
Just watch me
El 13 de octubre de 1970, durante los sucesos que luego se conocieron como October Crisis, el entonces Primer Ministro Pierre Trudeau, que por entonces tenía 51 años, respondiendo a una serie de cuestionamientos del periodista de la CBC Tom Ralfe relacionados con las medidas que se proponía tomar para neutralizar las activides del Front de Libération de Québec, pronunció una frase “Just watch me” que por su tono preciso y desafiante se transformó, con el tiempo, en un clásico de la política canadiense, y le dio título a films y biografías que describen la época.
Ha pasado el tiempo. 51 años. Justin Trudeau, que ya tiene casi la misma edad que su padre en 1970 pero carece de su carisma y su estilo, le ha planteado, posiblemente sin ser conciente de ello, un desafío al electorado y a la historia. Que no es poco.
Hoy las encuestas muestran que un cierto porcentaje del electorado, que fluctúa con normalidad entre el Partido Liberal, el NDP y el Partido Verde, que tiene afinidades “liquidas”, y suele votar pensando en evitar el mal mayor, podría estar cambiando sus pautas de razonamiento.
Explain to us again how Proportional Representation is just an NDP power grab? https://t.co/cFjLcHkQwx
— Equal Power ⚡️ (@EqualPowerCAN) August 27, 2021
Ese electorado parece observar las cifras con detenimiento y esas cifras le dicen, hasta el momento al menos, que al Partido Conservador le será difícil alcanzar los apoyos necesarios como para obtener una mayoría propia o como para gobernar en minoría… y votar “estratégicamente” en una situación así, pierde buena parte de su atractivo.
Pero además ha visto durante estos últimos años cómo en su nombre se desarrollaba una política exterior dependiente y en muchos casos injustificada y odiosa… Ha presenciado cómo se continúa marginalizando a la población indígena y cómo se siguen desconociendo sus derechos al agua, la tierra y la identidad cultural… Capta la diferencia que hay entre lo que el gobierno dice respecto al cambio climático y lo que efectivamente hace… Lo ve comprar aviones de combate sin que se sepa contra quiénes pensamos combatir… Y posiblemente también percibe que otro gobierno en minoría sería el escenario ideal para que el país debata cómo deshacerse de un sistema electoral frustrante y anacrónico.
Ese electorado ha sido tradicionalmente receptivo al chantaje emocional del “¿tu serías capaz de abandonarme justo ahora, cuando el regreso de los conservadores depende de lo que tu hagas? Pero también sabe que quien trata de cargar esa responsabilidad sobre sus hombros, tiene muchísimas dificultades para asumir la suya y ya es hora de que lo haga… Y hoy ese electorado parece dispuesto a responderle al Partido Liberal lo que hasta hace un mes pudo parecer imposible: Just watch me.