Aunque los Idus de Marzo eran, en la tradición latina, días de buen augurio que anunciaban la primavera, su recuerdo quedó vivo en nuestra cultura porque en esas fechas, el año 44 AC, un grupo de conjurados entre los cuales se encontraba el hijo de su amante, asesinó a Julio César. ¿Sirve recordar aquello para interpretar lo sucedido en Haití? .
La muerte de Julio César ha sido representada en el arte de todas las épocas y sus palabras de sorpresa ¿¡Tu también!?, al ver a Marco Bruto entre sus asesinos, se sigue utilizando cuando se alude a una traición inesperada. .
Cuenta Plutarco que César, algunos días antes, había sido advertido de lo que sucedería por un adivino que lo había leído en las entrañas de un búho, y si no fue así de todos modos era previsible que alguien deseara asesinarlo, porque molestaba.
Y aunque hoy vivamos en una época aparentemente diferente, los magnicidios no han desaparecido, sobre todo cuando se intenta suplantar a alguien odioso, relativamente ruin y molesto, con alguien -o algo- quizá peor.
Pocos paralelismos, aparte del anterior o el hecho de que ambas hayan sido carnicerías pepetradas en grupo, encontramos entre la muerte de César, alguien que había sido elegido Dictator por el Senado romano debido a su prestigio, y la de Jovenel Moïse.
Jovenel no parecía llamado a pasar a la historia. Era apenas un empresario bananero que llegó a la presidencia de su país a través de un fraude perpetrado por la resaca del duvalierismo gangsteril-empresarial instalado en la Florida, se mantuvo en el poder más allá del los períodos establecidos, militarizó y paramilitarizó al país hasta un extremo inexplicable, ayudó a corromperlo, a endeudarlo y a empobrecerlo más de lo que ya estaba, desconoció al parlamento hasta hacerlo desaparecer, protegió a quienes asesinaron centenares de opositores durante estos últimos años, incumplió todo lo prometido, y para colmo estaba dispuesto aprovechar las elecciones que tendrían lugar dentro de dos meses para realizar un referendum prohibido por la ley y rechazado por toda la oposición.
Lo poco que sabemos
Hay en realidad otro paralelismo entre la muerte de Jovenel Moïse y la de César. Alguien anunció sus muertes antes de que se produjeran.
En el caso del ex-presidente haitiano no fue un augur que lo supiera por haberlo leído en las entrañas de un ave de rapiña, sino él mismo, que en una entrevista concedida a El País de España en el mes de febrero aseguraba que existía un Golpe de Estado en marcha, organizado por «un pequeño grupo de oligarcas, familias y empresarios que controlan los principales recursos del país«, que sembraban la violencia en las calles y deseaban su muerte.
Dejando toda suspicacia de lado, ya que su descripción de quienes deseaban sacarlo del poder coincide punto por punto con la de quienes lo auparon hasta él, lo cierto es que Jovenel Moïse se había transformado en un personaje tan molesto que ya nadie lo quería, en especial después del fracaso de Donald Trump en sus intentos de mantenerse en el gobierno de los EEUU.
Porque por sobre todos los desaguisados perpetrados dentro de su propio país, Moïse también se las ingenió para hacerse notar fuera, ligando sus políticas exteriores a las propuestas geopolíticas más antipáticas y caprichosas de un trumpismo que si hasta 2019 parecía tener en sus manos las cartas del triunfo, hoy ya no es un refugio confiable para quienes han quedado colgados de la nada y necesitan cuidarse solos.
En 2019, siguiendo los dictados de aquel Grupo de Lima que hoy casi todo el mundo se empeña en olvidar, rompió relaciones con Venezuela, país del que Haití había recibido petróleo a precios subsidiados por más de una década. No le importaron ni la lealtad debida ni la crisis energética en la que sumió a su país tras tomar esa decisión. Ese mismo año reconoció, como no podía ser de otra manera, a Juan Guaidó (aunque en esto estuvo lejos de ser el único). Pero a fines de noviembre de 2020 hizo algo decidamente deleznable: transformó a Haití en el primer –y único– país americano en abrir ¡una embajada! en el Sahara Occidental, reconociendo la soberanía marroquí sobre el territorio sarahuí, sin que le importara el rechazo explícito de la comunidad internacional y del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Se enemistó con tririos y troyanos y si algunos apoyos tímidos le quedaron, mostraban cada día menos voluntad de sostenerlo.
Las últimas semanas
El llamado Core Group, integrado por las representaciones diplomáticas en Haití de Alemania, Brasil, Canadá, España, Estados Unidos, Francia, la Unión Europea, el Representante Especial de la Organización de Estados Americanos y la Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas, ya había manifestado sobre fines de abril su preocupación por el clima de violencia e inestabilidad que se había tornado insoportable.
Poco antes, más de sesenta congresistas demócratas demandaron “una revisión significativa de la política de EEUU en Haití” por parte de la Administración Biden.
Todo eso, bien mirado, configuraba un escenario «Idus de Marzo» poco menos que hecho a la medida.
Cuando alguien ocupa el poder a la fuerza, nadie lo quiere y nadie lo necesita, -y para colmo se empeña en hacer lo que le da la gana aunque eso sea lo contrario de lo que desean los que lo colocaron donde está-, hasta en las entrañas de un búho se puede leer que más temprano que tarde alguien pensará que es un buen negocio asesinarlo.
Y si sus conciudadanos hablan creole o francés, pero quienes han penetrado en su casa a medianoche se comunican entre sí en español e inglés (sea ésto verdad o no), la situación es peor, y el destinado a morir ya puede comenzar a decir, como César entre los mármoles del Senado: ¿tu también?
Las perspectivas
Marco Bruto, de acuerdo a como lo vieron sus contemporáneos, era un republicano convencido que pensó que César estaba abusando del poder y que matarlo posibilitaría que Roma volviera a la institucionalidad perdida. Hoy sabemos que ocurrió todo lo contrario y aquel asesinato fue el eclipse total de la República y una puerta abierta a la instauración del Imperio.
En el caso que nos ocupa, por el contrario, ni siquiera puede sospecharse que los asesinos hayan estado motivados por alguna preocupación respetable o mínimamente convincente, como cuando en julio de 1915 un grupo de insurgentes dio muerte al entonces presidente Vibrum Gillaume, después de años de desestabilización liderada por el National City Bank.
En aquel momento, para asegurar un buen clima de negocios, EEUU invadió el país y lo subyugó con mando de hierro y lo esquilmó durante más de 3 interminables décadas.
Eso es lo más preocupante y lo que mayor peligro entraña para las y los haitianos. El asesinato de Jovenel Moïse no parece ser la obra de un pueblo hastiado o de gente enceguecida por la ira. Y recuerda a aquello de que la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa.
Lo de hoy fue el final anunciado de alguien abandonado y condenado por sus propios dueños. Un Golpe de Estado rápido y a la antigua. Un zarpazo que luego, como tantas veces antes, podría alentar intervenciones que con la excusa de la pacificación y el orden le permitan a otros, quizá peores que el muerto, apropiarse de lo poco que queda.
Actualización 48 horas después:
- Dos días después de publicada esta nota, en la madrugada del 9 de julio, se viene a saber que los asesinos eran de origen colombiano y haitiano-estadounidense, y que varios de los colombianos son ex-militares, lo que, si se tiene en cuenta que esto no parece ser más que una remake sórdida de los Idus de Marzo, no debería extrañarnos.
- Habiendo sido el presidente de un país «hermanado» militarmente con los EEUU, Ivan Duke, el primero en pedir públicamente una «rápida intervención» en Haití -el mismo día del asesinato-, ya podemos sospechar a quiénes le pudo haber dicho Moïse: ¿Tú también?
Quizá te interese leer: Haití: el dolor continuado y las dictaduras que se sostienen en tu nombre