Si cerramos los ojos, podríamos imaginarla un 16 de junio como hoy, pero de hace exactamente medio milenio, en medio de la masacre indescriptible. Sonriendo o abrumada por el espanto. Consciente de que nada de todo aquello hubiera sido igual sin ella. Su mundo, por fin, se desmoronaba. .
Los alaridos, la muerte y la desesperación eran el anuncio del nacimiento de lo que conocemos. Y ella, quizá demasiado ocupada como para pensar en nada, se sabía, aún sin palabras, el centro mismo, el corazón palpitante de la tragedia.
Un mes antes, el 13 de mayo se había iniciado el sitio a México-Tenotchitlan y ese 16 de junio, como los anteriores y los siguientes, la sangre corría por las calles y enrojecía los muros, el aire era todo aullidos, piafar de caballos enloquecidos, pólvora y pestilencia de cadáveres insepultos, heridas gangrenadas, y pústulas de aquella nueva enfermedad que llamaban viruela, peor y mas duradera que la guerra.
Más tarde, al caer la noche, del palacio de Axayacatl, ese del que dos años antes los soldados de Cortés habían debido huir humillados en la noche que llamaron Triste, no quedaban más que ruinas. Y entre la muerte y la desolación Malinalli, a quien llamaban Malintzin, Malinche o Doña Marina, quizá haya podido hacer un repaso de lo vivido desde que el cacique de Tabasco, su tercer dueño, la había regalado a aquellos hombres extraños que no sabían muy bien en dónde estaban, no entendían lo que se les decía, y que, para colmo, no tenían hembras.
No debe haber mujer en todo el pasado americano (Eva Duarte, quizás) de quien se haya escrito o que haya sido retratada tanto, aunque lo que sabemos de ella sea apenas nada. De su vida anterior, quienes la conocieron y relataron aquellos episodios en los que participó, dicen poco y aún eso suele ser contradictorio. Sucede que Malinali estaba destinada a pasar frente a los demás como si no estuviera; sin jugar papel alguno que no fuera servir. Si el destino no la hubiera ubicado, por circunstancias totalmente azarosas en un momento crucial de la historia, en un lugar en donde confluían dos universos hasta entonces separados, nunca nadie hubiera podido soñarla.
La esclavitud y sus enseñanzas
Malinalli tendría quizá 19 años cuando la historia la arrebató en un remolino de acontecimientos inesperados, la empujó hacia el futuro y la hizo nuestra.
Hasta entonces no era más que una esclava nahua que había sido vendida por su madre siendo niña y que acaba de cambiar de dueños una vez más.
Esta vez, sin embargo, todo ha sido diferente. Malinalli ha sido entregada a una pandilla de hombres aparecidos de la nada de quienes todos hablan desde que llegaron a la costa. Los desconocidos han derrotado a los guerreros de Tabasco y dado que los vencidos han visto que no tienen mujeres que les cocinen y los desfoguen, les han entregado 19 jóvenes mujeres entre las que está ella.
Aquellos hombres son decididamente poderosos y sucios y se cubren con ropas cuyo olor acre lastima el aire que Malinalli debe respirar cada vez que el que ahora es su dueño, un tal Alonso Hernández, capitán de cierto linaje, se le sube encima.
Por unos días, quizás piensa ella mientras soporta las embestidas de aquel hombre, deberá marchar entre ellos con sus bestias y sus voces extrañas, su violencia y sus maravillas nunca antes soñadas, pero aprovechará el menor descuido para perderse entre los árboles y huir hacia donde sea.
No a la casa de donde fue expulsada, según cree recordar, siendo niña, tras la muerte de su padre. No al pueblo donde la vendieron la primera vez. No a la ciudad donde la regalaron luego de aquella extraordinaria batalla en la que se escuchaban truenos y los hombres caían como moscas. No hacia ningún atrás sino hacia donde sea, porque desde la llegada de aquellas enormes naves y aquellos seres tan extraordinarios como infames, nada ha vuelto a ser como era, y nada de lo que hasta esos días tuvo sentido parece conservarlo.
Y en efecto, pudo haber huído, aunque sucederá algo que le impedirá irse y la transformará en otra.
La desconocida a quien la historia hizo nuestra
Los extraños que hablan ese idioma que nadie entiende pueden comprender lo que se les dice porque uno de ellos conoce uno de los dialectos mayas del sur. Pero aquel día reciben a un enviado del emperador de los mexicas recién llegados de esa Tenotchitlán que aún no han visto aunque ya la sueñan.
Los embajadores hablan nahuatl, una lengua que ninguno de ellos conoce y no hay forma de entender lo que dicen ni hacerles entender nada, ni siquiera con gestos, porque hasta el idioma gestual es diferente entre gentes tan distintas. Y entonces, en aquel momento en que Babel parece revivir y la negociación naufraga, la esclava se aproxima a los monstruos del mar y les anuncia en su lengua “Yo sé lo que ellos les dicen”.
A partir de ese momento, la esclava que por haber sido vendida o regalada tantas veces hablaba ya dos idiomas -y que pronto hablará tres-, comenzó a ser el puente entre lo que caía y lo inevitable. La mujer capaz de mediar entre un universo cultural que se deshace y se desangra, y un nuevo orden que irrumpe con sus cruces, su acero, su lengua, sus caballos sudorosos y sus pestes. La vengadora de si misma y la partera del mundo que hoy sentimos nuestro.
No sabemos si Marina, que así se llamó tras ser bautizada, o Malinche como se la conoció luego y como aún se la recuerda, tuvo en la conquista el papel decisivo que se le adjudica. Seguramente la historia, sin ella, hubiera sido no igual pero sí parecida, ya que lo que estaba por suceder era inevitable. Pero sí sabemos que hubo sólo una como ella, y que si se la ha interpretado de mil formas se debe, precisamente, a su singularidad.
Como recuerda Rosa Sarabia, en un extenso trabajo indispensable para ahondar en ella que publicaremos la semana próxima, Malinche ha sido “la malinterpretada”. Fue “la lengua” de la Conquista pero no pudo dejar ningún testimonio autobiográfico. Todo lo que conocemos de aquella mujer que hizo que dos mundos antagónicos se entendieran a través de sus palabras, nos ha sido relatado por terceros.
- Bernal Díaz, que parece tener por ella un afecto verdadero, la describe como “de buen parecer”, vestida siempre con las “ricas camisas de la tierra”, “entremetida, desenvuelta y bulliciosa”.
- Cortés apenas nombra a Doña Marina en sus últimas cartas al Rey porque como buen hombre, quiere todo el crédito y la gloria para sí.
- López de Gómara siente piedad cuando en 1524, después de haberse servido de ella y hacerle dos hijos, Cortés la casa con un borracho.
- Los escribas indígenas la dibujaron con frecuencia, siempre al lado de su dueño, siempre ocupando espacios importantes de la escena y muchas veces con zapatos rojos, algo que hasta ahora no ha tenido explicación.
- Se la nombra en algunos escritos relacionados con las propiedades con las que se pagaron sus servicios, o con sus hijos… y nada más. Murió 10 años después de haber hecho su entrada en la historia pero ni siquiera sabemos a causa de qué.
Después de eso, con el paso del tiempo y con las interpretaciones o las “malinterpretaciones” de las que fue objeto, se transformó sucesivamente en “la fiel compañera de Cortés”, “la hermosa amante del Conquistador”, “la madre de México”, la chingada, la puta, la oportunista, la traidora, la culpable (como Eva) por la pérdida del paraíso, la mujer inteligente y capaz de empoderarse en circunstancias extremas, un ícono del feminismo chicano, el personaje de series de TV y Netflix, el centro de interés de decenas de ensayos, novelas y poemas en muchísimas lenguas, y el logotipo de marcas comerciales y movimientos de justicia social.
Fue todo eso Malinalli, Marina, Malintzin y Malinche, pero no la conocemos. Y es por eso que insistimos en recrearla a nuestra imagen. Porque la historia, la arrastró en su remolino y la hizo nuestra.