Una de las características de la política latinoamericana de nuestro tiempo (si dejamos de lado algunas pocas excepciones) es que la crisis de representatividad que ha aquejado durante las últimas décadas a las democracias occidentales, se manifiesta entre nosotros como fragmentación extrema de las opciones. . Basta observar hacia Perú o Ecuador, por ejemplo. O ver hasta qué punto las opciones independientes han dejado en evidencia el desprestigio de los partidos en Chile.
Pero por si eso, que ya es un problema, fuera poco, lo que en algún momento fueron movimientos o partidos políticos pierden su calidad de conglomerados de personas en torno a ideas y programas, y se transforman, con extrema facilidad, en aparatos electorales, que por responder a lideres más o menos carismáticos -e independientemente de cuáles sean sus propuestas-, una vez que llegan al gobierno no perviven más allá de lo que resista el carisma de sus líderes, -que en ocasiones no es mucho.
Sin embargo, pueden darse situaciones en las que la necesidad de que se formalice una fuerza política reconocible es tan fuerte, que lo que es poco más que un aparto electoral vigoroso recibe el apoyo no sólo de quienes se sienten respresentados por el lider o la propuesta coyuntural que tenga al lider como eje, sino que convocan el voto de quienes, sin sentirse suficientemente atraídos ni por la propuesta, ni por el aparato, ni por el lider, desean influir para que a partir de todo eso se configure una organización que los trascienda.
Parece enrevesado, pero quien haya llegado hasta aquí, tendrá en claro que ese es precisamente el caso del MORENA de Andrés Manuel López Obrador en México. Una propuesta que es posible vincular vaga pero consistentemente con la izquierda, emanada del casi desaparecido PRD de los Cárdenas, que en las elecciones del 2018 alcanzó un extraordinario 53% de la votación, y que el 6 de junio enfrentará el desafío de ver disminuído su caudal electoral, o conservarlo y aún ampliarlo con el apoyo decisivo pero crítico de quienes han demostado desconformidad con lo realizado hasta ahora.
«Todo proceso electoral es un momento de condensación de la política. Tal vez por ello estas “intermedias” nos resultaron tan agotadoras (reconoce el columnista de la revista mexicana Común en su nota: Impotencias y Posibilidades, del día 4 de junio). A días de que ocurran “las elecciones más grandes en la historia de México”, las mañaneras, los mercados financieros, intelectuales partidarios de uno y otro bando, y el propio presidente, lo saben; la disputa es: todos contra Morena o vota todo Morena. Sin lugar a dudas, las elecciones intermedias formuladas así son un referéndum adelantado sobre la continuidad del proyecto que AMLO encabeza. ¿Qué implica esta simplificación del escenario electoral?; ¿cuáles posibilidades abre y cuáles obtura? Y, sobre todo, ¿por qué las elecciones tienen la cualidad de tenernos tan hartos pero atentos de lo que en ellas acontezca?
«Habría que señalar que uno de los más grandes logros del sostenido liderazgo de AMLO es la implantación de una nueva visión de la práctica democrática. Frente a la visión liberal que identifica a la democracia con el funcionamiento institucional y la construcción del consenso en torno a las posturas de las élites, el lopezobradorismo se ha erigido sobre una celebración del antagonismo, el enfrentamiento y el desacuerdo. En muchos sentidos, Morena representa un triunfo de la política entendida como labor de movilización sostenida, elaboración ideológica y creación de coaliciones».
Sin embargo, como él mismo expresa:
«Son muchas las críticas que se pueden hacer a la gestión de AMLO desde la izquierda. Aquí resaltaré solamente una: la manera en la que la 4T ha debilitado al discurso crítico en México. En su tiempo en la oposición, AMLO y Morena podían sentirse cómodos con los puntos de encuentro que había entre sus proyectos y los de otros grupos de izquierda no lopezobradoristas. Ahora no. La confrontación es frontal, como lo ha mostrado la inepta reacción del presidente ante el reto feminista y el autoritario despecho que ha mostrado por grupos autonomistas, defensores del territorio, ambientalistas y activistas no reunidos bajo el manto de Morena».
Ambas afirmaciones podrían parecer contradictorias para quien fuera ajeno a las complejidades de la política en países como los nuestros, pero son una demostración clara de las complejidades de los procesos que hoy se viven y de lo necesarias que resultan las alianzas entre diferentes. Alianzas y coaliciones que puedan hacer convivir en un mismo seno planteos distintos y sensiblidades no necesariamente coincidentes.
Diferentes formas de alcanzar la misma conclusión
Esas alianzas las realizan, por lo general, los liderazgos (o al menos se podría esperar que lo hicieran)… pero cuando éstos no se muestran capaces, tratan de llevarlas a cabo los votantes con las pocas herramientas con las que cuentan. Que no van mucho más allá de dar señales a través del voto.
Como ejemplo de ello, reproducimos fragmentos de la nota ¿Quién votará a Morena? de la periodista Viri Ríos para la Revista Decisión.
Para Viri Ríos, existen diferentes tipologías de votantes de Morena, de los que, dejando de lado los que encasilla en la categoría de «votantes automáticos», que votan sin una clara idea del por qué lo hacen, destaca tres,
«El primero es lo que llamo “obradorista convencido”. Este votante se caracteriza por apoyar a López Obrador por considerarlo un político honesto que está enfrentando a partidos corruptos, empresarios cleptócratas y medios enardecidos. No es un fiel seguidor de Morena, incluso probablemente cambiaría la intención de su voto si López Obrador no fuera presidente. Lo que lo mueve es un convencimiento profundo de las virtudes del presidente y sobre todo, de sus buenas intenciones.
Un “obradorista convencido” puede ser perfectamente consciente de que López Obrador no está teniendo resultados adecuados, ni siquiera muy destacables. Puede incluso notar que se han cometido grandes y graves errores. Aun así, decide votar por Morena porque su voto no es por lo que está sucediendo hoy, sino por el proceso que siente que hoy está tomando forma.
El segundo tipo de personas que votará por Morena en esta elección es el “votante verdugo”. Este votante está convencido de que el dúo PRI-PAN que ha gobernado México por un siglo ha sido el causante la corrupción, la desigualdad y la violencia que hoy vivimos. La política que representan estos partidos, o la fusión de ambos, le da náusea y no está listo para darles todavía el beneficio de la duda.
El votante verdugo no está convencido de votar por Morena pero sí de castigar al PRI y al PAN. En su papel de verdugo, ejecuta una sanción y una pena que no ha terminado con solo tres años de gobierno morenista.
Un tercer tipo de votante (para mí, el fenómeno social más interesante) es lo que llamo el “constructor político”. Este votante tiene esperanza de que Morena transite a ser un partido independiente del obradorismo, o donde el obradorismo juegue un papel menos dominante. Así, Morena se podrá convertir en un vehículo para nuevas ideologías, plataformas y voces. En cierta forma, este votante no está votando por el Morena de hoy, sino por el Morena que puede existir cuando el partido se consolide como una fuerza política independiente, incluso, de quien hoy toma las decisiones.»
Hoy, a horas del domingo 6, no podemos saber si AMLO emergerá del proceso debilitado o fortalecido, y tanto si ocurre una cosa como la otra, las interpretaciones que se puedan hacer, serán variadas y de ninguna forma concluyentes.
Y eso, quizá sea lo menos importante.
Porque lo que parece claro es que a partir de este proceso podría comenzar a consolidarse una nueva alternativa (democrática, variada, definitivamente no neo-liberal), que no sólo determinará cómo será el México de los próximos años, sino que resultará vital para el futuro de todo el continente.