Se puede ver como un sismo institucional. O como la apertura definitiva de las grandes alamedas. O como una oportunidad de renovarlo todo, por fin. O se puede recordar, con aprensión y cierto temor por lo que vendrá, que un camello es un caballo dibujado por un comité. Lo de Chile, de todas formas, quita el aliento. .
Daniel Brieba es académico de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez.
Enzo Abbagliati es Director Ejecutivo de Factor Crítico y profesor de Estrategias de Comunicación Digital (Magíster en Comunicación, Universidad Diego Portales).
La complejidad de lo sucedido el 15 y 16 de mayo en Chile hace que, si queremos analizarlo, estemos obligados a utilizar conceptos que refieren a lo reciente, como “estallido”, “pandemia” o “crisis de la representividad” junto a conceptos guardados en la mejor memoria de América, como “se abrirán las grandes alamedas” o “me detendré a llorar por los ausentes”. En las revoluciones, como en los torbellinos, por definición, lo apagado vuelve.
En una nota anterior de Diálogos, hacíamos referencia a la acumulación de primeras veces que se había propuesto vivir Chile en la elección de su Convención Constituyente (primera vez que se redactaría en el país una constitución en democracia y primera vez en el mundo en que esa elección respetaría criterios de paridad de género o cuotas reservadas a pueblos originarios), pero lo que aún no estaba claro era el grado de riesgo innovador que asumirían los chilenos y chilenas que votaron efectivamente (que, vale tenerlo en cuenta, fueron menos del 40% de quienes podían hacerlo).
El resultado, una vez que se han ido apagando las luces de la sala y comenzamos a ver con algo de claridad lo que ocupa la centralidad del nuevo escenario, no sólo implica el arrinconamiento de los partidos políticos de la derecha en lo que es hasta ahora su mínima expresión, algo que ya está generando lo que Franck Gaudichaud, en su artículo “La debacle de los «partidos del orden»” define como “una noche de los cuchillos largos”. Muestra además, y esto es lo más importante, la irrupción en escena de las mujeres en un grado inesperado (son muchas, son jovenes, y se hacen notar) y la aparición de un nuevo sujeto político que esperaba tras bambalinas y no conocíamos: los sin partido.
Demasiado para quien no esté acostumbrado al colorido esperanzador, el eclectisismo entusiasta, y el cierto caos que se vislumbra en estos primeros minutos de espectáculo. Es preocupante tanta atomización y habrá que ver cómo sigue esto.
Pero mientras tanto y para apreciar mejor lo que menos se entiende, vale escuchar lo que dicen quienes están en las primeras filas y entienden mejor que nosotros lo que pasa, y para eso hemos recogido algunos párrafos de dos notas publicadas en The Clinic: ¿De dónde salió y quiénes son la Lista del Pueblo? de Enzo Abbagliati y El descontento y el desafío, de Daniel Brieba.
Pueblo: el sujeto omitido
Es frecuente que en la estructuración de una frase, el sujeto se omita, porque ya estaba implícito en lo que se dijo antes o se hará presente en lo que se dirá después. Pero en política las cosas no son así de sencillas. Un sujeto que se omite es un sujeto no deseable; un sustantivo desagradable o peligroso; no querido o sin valor. Y desde que la política fue asumiendo como natural la ideología neoliberal, la palabra pueblo fue sustituida alegremente por la palabra gente. Más cool; menos comprometedora. Por eso, la aparición de una lista de independientes llamada “La lista del Pueblo” ha sido casi un exabrupto. Sobre todo por el origen de sus integrantes: movimientos sociales focalizados en temáticas concretas (defensa del agua, feminismo, etc.).
Enzo Abbagliati, desde el título de su columna: De dónde salió y quiénes son la lista del pueblo se pregunta quiénes son y de dónde salen esos que ahora vemos sobre el escenario a pesar de que no habían sido anunciados en el programa distribuido a la prensa.
“La pregunta que encabeza estas líneas, que los medios tratan de responder desde el domingo 16 de mayo, cuando con sus 27 constituyentes electos se convirtió en la gran sorpresa de la noche y la tercera fuerza de la Convención Constitucional, tiene una respuesta sencilla. Salió del Chile real (disculpen el cliché), ese que el 18 de octubre de 2019, con más convicción que organización, llenó las calles y que desde el “nos costó encontrarnos, no nos soltemos”, levantó organizaciones vitalmente conectadas con la base social que sustenta, hasta el día de hoy, las motivaciones del estallido social.
La Lista del Pueblo es la primera expresión política -en el sentido más formal- con contornos claros que emerge del octubre chileno. Son personas, con nombre y apellido, que se sentarán en escaños de una institución republicana: la Convención Constitucional. Sus constituyentes, junto a los otros 38 que también son independientes que fueron por fuera de los partidos o ganaron escaños reservados para los pueblos indígenas, representan la impugnación del sistema de partidos que gobernó Chile desde marzo de 1990.
Tratar de entender de dónde salieron y cómo se organizan obliga a evitar los circuitos del poder de las últimas tres décadas, no porque sean un enemigo implacable, que no se detiene ante nada ni nadie -como ha reiterado el Presidente que declaró estar en guerra-, sino porque son precisamente los marginados por esos circuitos. A punta de ser ignorados, cuando no malinterpretados y frecuentemente ninguneados por la élite, sus medios y sus encuestas, terminaron construyendo un poder que, en un ejercicio de memoria histórica, ocupó la misma estrategia que la oposición a la dictadura: jugando con las reglas del sistema, en este caso las dictadas por el acuerdo del 15 de noviembre de 2019, desataron un cambio irreversible.”
Agonía y éxtasis en el nuevo escenario
No es Macbeth. No es La casada infiel. Cuando estamos sentados en la butaca de un escenario (en la pre-pandemia, al menos) y vemos una obra como El jardín de los cerezos, ya sabemos cómo termina. La sorpresa puede estar en la puesta en escena o en la actuación de tal o cual protagonista. Pero lo que sucederá frente a nuestros ojos y lo que habremos de oir ya está escrito. Ya lo hemos visto o tenemos alguna noticia al menos vaga de lo que sucederá inevitablemente. Julieta y Romeo siempre mueren y por las mismas razones. Y las flores de Doña Rosita la soltera siempre se marchitan en el último acto.
En el nuevo escenario de la política chilena, en cambio, no sólo el guión aún no ha sido escrito (como suele suceder en la realidad), sino que todo ha sido trastocado. Hay un nuevo elenco, habrá nuevas reglas, será más difícil hacer que quienes participan en la obra se limiten a cumplir el rol que se les adjudique… Quienes agonizarán o quienes disfrutarán del éxtasis aún no han decidido qué rumbo tomar porque no hay caminos trazados para ésto.
Sigamos al Daniel Brieva en El descontento y el desafío:
«El estallido de 2019 le ha seguido haciendo honor a su nombre: el fin de semana vimos, finalmente, sus consecuencias propiamente electorales, y ellas fueron explosivas. No hay lugar en esto para medias tintas: si los dos bloques tradicionales de nuestra política post-1990 solo capturaron en conjunto 2 millones de votos, el derrumbe es manifiesto. A la hora de escribir una nueva Constitución, más de dos de cada tres votantes prefirieron una alternativa distinta a los partidos y bloques que gobernaron los últimos 30 años. Es importante distinguir, sin embargo, entre tres formas que tomó ese descontento con lo que alguna vez se llamó “el duopolio”.
La primera forma es el voto por los partidos de Apruebo Dignidad. Qué duda cabe que tuvieron una buena noche constituyente, especialmente comparado con las pobres expectativas que muchos tenían, particularmente del desempeño del Frente Amplio.
Con todo, el FA haría bien en no sobreinterpretar su éxito: el caudal de votos de la lista Apruebo Dignidad no fue muy distinto -del orden del millón de votos- a la suma de votos del PC más el FA en las parlamentarias del 2017 (saco al Partido Humanista y el Partido Ecologista Verde del cálculo, para comparar peras con peras). Si sacaron más constituyentes que la Lista del Apruebo fue más por el derrumbe de ésta que por crecimiento propio. En el clima antipartidos actual, el solo hecho de no caer ya es un mérito, pero no es lo mismo reemplazar a la vieja centroizquierda que crecer hacia los desencantados.
La segunda manera de manifestar el descontento, más disruptiva que la primera, fue votar por independientes. En total, más de 2,6 millones de votos, o aproximadamente el 47% de los votos válidos, fue emitido en favor de opciones distintas a los tres grandes bloques, y casi todos ellos a candidaturas independientes. Sin duda el gran ganador fue la Lista del Pueblo, que logró un inesperado tercer lugar en constituyentes, por sobre la mismísima Lista del Apruebo.
Si bien que la derecha no llegara al tercio de los escaños puede ser coyunturalmente más noticioso, sociológicamente la aparición de este colectivo fue lo más importante que ocurrió en la elección. El hecho de que esta lista haya logrado organizarse “desde abajo”, sin caudillos y al fuego de las protestas, le dio y dará a ojos de muchos la legitimidad y épica necesarias para quizás formar una nueva fuerza política – un partido, aunque no quieran usar el nombre – que no esté contaminado por la política del pasado. Si se buscaba abrir oportunidades para la renovación política, aquí se vio su primer y sorpresivo fruto.
La tercera forma de descontento es la más compleja para una democracia: la abstención llegó a más del 56% del electorado. Es una cifra decepcionante que es mejor mirar de frente antes que buscar justificarla o ignorarla. En esta, supuestamente la elección más importante en décadas, votaron casi 1,4 millones menos de personas que en el plebiscito de octubre. ¿Qué pasó con ellos? ¿Descreyeron del proceso? ¿Querían cambiar lo que hay (la actual Constitución) pero les da un poco lo mismo qué la reemplace? ¿Cuántos serán votantes del Rechazo que se desanimaron? Y ni hablar de esos casi 7,5 millones que ni siquiera votaron en octubre.
El punto no es menor por dos razones. Primero, porque a pesar de todo lo que ha pasado en el país desde octubre de 2019 aún tenemos más de la mitad del electorado fuera de la política y ni la más radical de las soluciones políticas – un proceso constituyente – ha sido capaz de activarlos. Es un abstencionismo duro. Y segundo, porque el plebiscito ratificatorio será con voto obligatorio, y eso abre interrogantes sobre el comportamiento que tendrá esta mitad silenciosa del electorado en ese momento. (…)
Es cierto: no hay razones para suponer que piensan radicalmente distinto a los que sí votaron. Pero, por otra parte, precisamente porque no se involucraron con el proceso actual bien podrían no sentir lealtad o afecto alguno por él, y si algo nos ha enseñado el pasado reciente, es que el ánimo de la opinión pública (incluida o quizás sobre todo la de los que no votan) puede cambiar rápidamente de un año a otro. Por ello, los interesados en el éxito del proceso deberán cuidar el ambiente todo lo posible para no exponer innecesariamente la constitución aprobada a riesgos evitables en un plebiscito de salida donde debieran votar no 7, sino más de 14 millones de personas.
Con todo, es importante notar que si el proceso constituyente fue la fórmula que encontró el establishment político para conducir un violento estallido social, la elección de tantos independientes a la convención es sin duda una buena noticia.
Si el problema era la élite y los mismos de siempre, tendremos una convención mayoritariamente sin ellos. Si el problema era la exclusión, ahora tendremos a la tía Pikachú sentada en la mesa hablándole de tú a tú a Marcela Cubillos. Casi todo puede aun salir mal, pero al menos se inicia el proceso sin el vicio de origen que habría sido el tener una constituyente dominada por los partidos y las élites. Sin duda que esto abre también enormes incertidumbres.
Dicen que un camello es un caballo dibujado por un comité. Con el nivel de fragmentación que tendremos, sumado a la poca discusión programática previa, a las elecciones presidenciales concomitantes, a la crispación reinante, a desconfianzas profundas, a la crisis social, económica y sanitaria en curso y además al poco tiempo disponible, de aquí bien podría salir un dromedario del infierno. Será responsabilidad de todas y todos, adentro y afuera de la convención, poner lo mejor de lo nuestro para que no sea así.”
Como final provisorio
Si esta era la elección más importante de la historia reciente de Chile, 2021 será sin duda la bisagra que determine su futuro. Y dado que toda América Latina está atravesando una crisis similar que podría definirse como pandemia + economías debilitadas + agonía del neoliberalismo como doctrina hegemónica, lo que le suceda a los y las chilenas, determinará también lo que nos pase a los demás.
Seguiremos con este tema en próximas ediciones.