De acuerdo a Public Health Agency, en Canadá el 33% de los niños de entre 5 y 17 años padece de sobrepeso u obesidad, porcentajes que se han triplicado en los últimos 40 años, y esto es aún más grave en nuestra comunidad. ¿Estamos ante la peste silenciosa del siglo XXI? . La profesora e investigadora de la Universidad Pública de Navarra Idoia Labayen advierte que, por primera vez en la historia, la obesidad hará que la esperanza de vida disminuya en la próxima generación.
¿Es la obesidad infantil la otra epidemia del siglo XXI?
En los últimos veinte años se ha repetido en incontables ocasiones que la obesidad infantil es una epidemia. De hecho, sabemos ya que la esperanza de vida de la próxima generación será menor que la nuestra debido, en gran parte, al sobrepeso y la obesidad. En el año 2000 ya lo advirtió la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero nada ha cambiado. Elaboramos diagnósticos, realizamos investigaciones, pero pocas cosas cambian. Y las cifras siguen aumentando.
Los hábitos alimenticios son malos, baja el consumo de frutas o verduras, y el nivel de actividad física es crecientemente insuficiente. El 60% de los niños no cumple el mínimo de tiempo que recomienda la OMS: 60 minutos diarios en movimiento.
El exceso de peso es nocivo a cualquier edad y aún peor en los más pequeños
El tejido adiposo de las personas con sobrepeso aumenta la cantidad de sustancias inflamatorias liberadas, sustancias que están implicadas en muchas de las manifestaciones clínicas de esta patología, como la diabetes, hipertensión arterial o enfermedad cardiovascular. Si esta situación comienza en edades tempranas de la infancia, las complicaciones asociadas a la obesidad también se manifestarán antes de la vida adulta. De hecho, se ha detectado que están surgiendo perturbaciones en el hígado desde la edad infantil. Es lo que se conoce como esteatosis hepática, es decir, acumulación excesiva de grasa en el hígado, lo que provoca problemas de salud muy importantes.
El 35% de los niños diagnosticados con sobrepeso u obesidad han desarrollado la enfermedad. En esos niños se quintuplica la posibilidad de desarrollar una diabetes. Se multiplica también el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares. Si seguimos con esta tendencia, vamos a empezar a ver ya casos en personas jóvenes en pocos años.
Niñas y niños, en la actualidad, se mueven menos
Las conclusiones a las que apuntan todas las investigaciones confirman que niños y adolescentes se mueven menos. También se han reducido las horas de ejercicio físico real en las escuelas y han cambiado las costumbres en el tiempo de ocio y el tipo de actividad. Hoy en día juegan menos en los parques (aunque han habido algunos cambios en el año de pandemia transcurrido), practican deporte en grupos reducidos y las pantallas ocupan gran parte de su tiempo libre. Están sentados demasiado tiempo y no cumplen con la recomendación de la OMS de actividad física moderada o intensa durante al menos una hora diaria.
Se trata de una situación que ha hecho sonar las alarmas ya desde hace años, pero sólo ha emporado. Como advierte la School of Public Health de la Universidad de Harvard:
Studies that follow children over long periods of time have consistently found that the more TV children watch, the more likely they are to gain excess weight. Children who have TV sets in their bedrooms are also more likely to gain excess weight than children who don’t. And there’s evidence that early TV habits may have long-lasting effects: Two studies that followed children from birth found that TV viewing in childhood predicts obesity risk well into adulthood and mid-life.
Several trials designed to reduce children’s TV use have found improvements in body mass index (BMI), body fat, and other obesity-related measures. Based on this evidence, the U.S. Task Force on Community Preventive Services recommends that communities roll out behavior-change programs aimed at curbing screen time, since there’s “sufficient evidence” that such programs do help reduce screen time and improve weight.
El descenso de la calidad de la alimentación
El problema es multifactorial. Las costumbres familiares han cambiado. Madres y padres disponen de menos tiempo para dedicarle a las compras y a la cocina y eso es particularmente cierto en las comunidades de inmigrantes, que tienen horarios más extensos y menos poder adquisitivo. Este sería uno de los factores, pero hay otros, por supuesto.
Hace pocas décadas los refrescos, bebidas azucaradas y alimentos precocinados no eran de consumo diario. Hoy son productos baratos, muy accesibles y existe una gran variedad en el mercado con una oferta muy atractiva. Y es precisamente este atractivo el que suma un elemento más a esta compleja situación: existen técnicas de mercadotecnia (personajes implicados en la publicidad, mensajes trasmitidos, características del packing y la ubicación de los productos en las góndolas), dirigidas especialmente a los niños, lo que provoca que éstos terminen determinando lo que en sus familias se compra y se consume. Y nuevamente, este es un factor que afecta fundamentalmente a las comunidades inmigrantes, a través de la necesidad de adaptar sus costumbres a lo que consideran “normal” en la sociedad a la que deben integrarse.
No sabemos bien lo que consumen nuestros hijos
Existe mucho desconocimiento acerca de lo que compramos y consumimos y el etiquetado de los alimentos, que debería jugar un rol fundamental, no lo está cumpliendo. No es fácil leer una etiqueta que nos permita entender los ingredientes de un producto. El azúcar, por ejemplo, tiene muchos y variados nombres. Los más pequeños consumen demasiado azúcar, mucho más de lo que necesitan. En los alimentos preparados el nivel de grasa es demasiado alto, tienen también mucha sal, sustancia que provoca más deseo de comer. La presencia de esos alimentos en nuestras casas ha aumentado porque, entre otras causas, el precio del producto fresco es más elevado. Los factores son muchos y variados pero todos empujan en una misma dirección: la calidad de la alimentación disminuye año tras año.
Otro factor en la ecuación: la pobreza. A menos ingresos, más sobrepeso y obesidad
Ya no hay dudas, ya que se trata de algo bien investigado tanto en Canadá como en todo el mundo desarrollado: A menos ingresos, más sobrepeso y obesidad. Estudios recientes muestran un 40% de sobrepeso u obesidad infantil y adolescente entre las familias de bajos ingresos y el porcentaje sube al 50% en las familias inmigrantes. Eso nos obliga a reflexionar como sociedad. Se dan aquí varias circunstancias.
Por un lado, como ya habíamos visto, los hábitos alimenticios no son buenos a nivel general, pero eso se agrava en las familias que tienen jornadas laborales muy largas ya que niños y niñas muchas veces están solos en casa, y dado que no tienen acceso a actividades extracurriculares, ven mucha televisión y el sedentarismo los perjudica tempranamente.
Pandemia y obesidad infantil
Nos hemos referido, en otras notas de Diálogos, al impacto negativo del confinamiento derivado de la pandemia en los niveles de actividad física y conductas sedentarias de la infancia. Se están moviendo menos y le dedican más tiempo a las pantallas. En ese sentido el problema se ha agravado y, si no se toman medidas que reparen el daño ya presente, tendrá consecuencias graves en el futuro.
Después del diagnóstico, las soluciones
Niñas y niños tienen que vivir en una sociedad sana. Por ello, hay que incentivar que aumente la actividad física y aumentar el consumo de alimentos saludables. Es un problema multifactorial que atañe a toda la sociedad. Se deberán poner en marcha estrategias de salud pública que garanticen a la población infantil el poder desarrollarse en un entorno sano que permita preservar su salud. Los niños deben moverse todos los días un mínimo de una hora y deben alimentarse bien, también todos los días.
No se trata de un problema que las familias estén en condiciones de solucionar por sus propios medios por más campañas publicitarias que lo recomienden, o por más mensajes que se envíen desde los medios de comunicación.
Se trata de un problema grave y profundo, que requerirá un compromiso firme de cada uno de los niveles de gobierno (local, provincial y federal), que deberán implementar políticas precisas (en el etiquetado de los alimentos, en restricciones a la publicidad de alimentos nocivos, en la habilitación de más espacios de juego y recreación, etc.).