Un fantasma recorre un Chile que espera ¿es el fantasma de Pamela Jiles?

En las jornadas electorales que tiene por delante Chile ocurrirá algo realmente inusual.
Lo que en otras circunstancias podría ser visto como el hito fundamental de un proceso constituyente será, en los hechos, un paso más en un extenuante proceso destituyente. Una conmnoción más en ese profundo sismo que comenzó en octubre de 2019. .

Elaborar una nueva constitución no es algo que en un país se haga con frecuencia. Es el reconocimiento de que el contrato social merece ser reestructurado, reconstituído y renovado. Es un ejercicio intelectual colectivo que no implica remover actores políticos, partidos o instituciones, sino que pretende crear un nuevo marco en el que esos actores interactuen más adecuadamente.

Destituir, en cambio, implica quitar atribuciones, sacar de cuajo, remover, quebrar y tirar. Tomar el riesgo y vivir la alegría de prescindir de algo que ha estado en un lugar por alguna razón, pero es ya una molestia. Una molestia innecesaria o insoportable.

En ese sentido, destituir y constituir no son acciones que se suelan encarar en un mismo momento. Pueden estar conectadas como están conectadas la rabia y la esperanza. Pueden ser sucesivas y complementarias como la sed y el agua. Pero es raro que sean simultáneas, ya que requieren energías e impulsos de naturaleza diferente.

En el caso que nos ocupa, a esa extraña simultaneidad entre constituir y destituir, se le suman factores que agudizan la anomalía.

El estrés atribulado de una primera vez

Todos sabemos lo que es una primera vez y conocemos el estrés de no saber si el resultado tendrá alguna relación con lo esperado.
Las primeras veces pueden ser gloriosas (con un poco de suerte), pero por lo general se las vive, subjetivamente, como saltos al vacío.
En ese sentido debe tenerse en cuenta que Chile, cuando el 25 de octubre de 2020 decidió por aplastante mayoría desprenderse de la Constitución emanada de una dictadura perversa, acumuló en aquella decisión una serie inédita de «primeras veces».

Será la primera vez que en el país se elige una Convención Constitucional a través de mecanismos democráticos; no había sucedido hasta ahora. Pero será además la primera vez (¡en el mundo, es decir en la historia!) que ese órgano será paritario en cuanto al género, será inclusivo en cuanto al reconocimiento de nacionalidades, e incluirá personas que no provienen del sistema político.

Se trata de una acumulación de primeras veces que no llegaron a suceder simultáneamente porque sí… germinaron a partir del estrés de un estallido social sacrificial (ya que implicó el sacrificio de una generación de adolescentes que condensó en sí misma los deseos y las insatisfacciones generadas a través de décadas de abusos). Enraizaron en el despertar de las mujeres, en la emergencia de nuevos derechos, y en la resistencia ancestral del pueblo mapuche. Y han estado madurando durante un larguísimo año al calor encerrado, atribulado y agobiante de una pandemia.

Una larga marcha iniciática y anonadante desde el abuso hacia la incertidumbre.

La incapacidad política y la destitución fantasmal

Las largas marchas, por definición, basan su éxito en la persistencia a través del tiempo y no en cómo se den los primeros pasos. Y en esta larga marcha de Chile hacia una democracia madura que lo aleje de la “democracia tutelada” y la cultura del abuso que generó prosperidad y desigualdad por partes iguales, existe un sistema de partidos que ya no da la talla, al menos por ahora.

Quizá porque convivió demasiado tiempo dentro un marco institucional generado por la dictadura.

Quizá porque en un país en donde el 0.1 de la población se apropia del 10% del producto, de una forma u otra, todo es comprable, corruptible, o al menos coptable. Y eso incluye a quienes a partir de la política llegan a situaciones en las que es más cómodo aceptar que resistir.

Quizá porque 2 décadas en las cuales el voto de los jóvenes y el voto de los pobres descendió sin que las estructuras políticas vieran eso como una catástrofe fue transformando a esas mismas estructuras en cáscaras insensibles y huecas.

O quizá por todo eso…

Lo cierto es que las jornadas del 15 y del 16 de mayo presentan un panorama lleno de incertidumbres, porque la política con partidos políticos débiles o debilitados es inevitablemente incierta.

Incertidumbres y debacles

En ese panorama de primeras veces, tribulaciones e incertidumbres hay una derecha que a lo largo del último año no ha hecho otra cosa que empequeñecerse hasta límites insospechados, pero que se presentará relativamente cohesionada, lo que en el marco del sistema electoral chileno facilita la posibilidad de que obtenga resultados mejores (aunque no mucho mejores) a los previsibles. Una debacle atenuada, porque chapotear en el barro, amortigua las caídas.

En ese panorama, hay una izquierda que en circunstancias diferentes podría recoger el resultado de las políticas erráticas e inconsistentes de la derecha, pero que parece querer disputar con ella en términos de inconsistencia y errancia. No le ha sido posible, hasta ahora, recuperar la confianza que el estallido de octubre de 2019 contribuyó a pulverizar, y sus posibles candidatos no parecen angustiarse por lograrlo.

Y en medio de todo eso, una mujer, Pamela Jiles, la Abuela, alguien a quien se suele definir como una outsider, pero que desde la niñez ha estado situada en un ambiente cercano a la política y que hoy ocupa un escaño parlamentario, aparece ubicada en el primer lugar en la carrera hacia las elecciones presidenciales que tendrán lugar el 21 de noviembre.

Pamela Jiles, ese fantasma que recorre la geografía política chilena sin que nadie lo haya previsto y sin que nadie todavía sepa explicarlo, supo cómo pararse en el escenario para que las cámaras la enfocaran, pero supo, sobre todo, detectar una oportunidad en una de las debilidades máximas del sistema político e institucional chileno, heredado de la dictadura e intocable: los ahorros previsionales. Y como si eso no bastara, lo ha repetido dos veces más y amenaza con seguir haciéndolo, con lo que aporta, a falta de políticas públicas sustentables y serias, al menos regocijo.

No solamente la idea salió adelante sino que luego se repitió una segunda y una tercera vez, alcanzando mayorías parlamentarias infrecuentes, acorralando un Piñera que por obra milagrosa aún gobierna, desmitificando la intangibilidad de ese espacio sagrado de las adminstradoras de ahorros, y permitiéndole a su promotora alcanzar una popularidad creciente y que el sistema político comienza a considerar peligrosa.

La irrupción del fantasma destituyente

¿Significa todo lo anterior que el fantasma de Pamela Jiles seguirá gozando de vigor y arrestos y llegará a las elecciones presidenciales con posibilidades de triunfo? Posiblemente no. Se necesita mucho más que vigor para llegar hasta ahí.

¿Significa que de ella se pueda temer la irrupción de un populismo farandulero de capa rosa o un nuevo Donald Trump que se las ingenie para hundir todo en un pantano de soberbia ridícula y deje después un tendal de platos rotos. Casi con seguridad, tampoco.

Pero los fantasmas tienen eso… Su propia irrealidad desnuda las realidades más sólidas y más concretas que los circundan. Y el fantasma de Pamela Jiles, que está logrando que las elección de los futuros integrantes de la Asamblea Constituyente y de algunas autoridades locales se transforme en una especie de pulseada entre su extrema debilidad y todo el resto del sistema, debería intranquilizar a su país. Ella está llamada, si no a gobernar, al menos a destituir y a avergonzar a muchos/as de sus contrincantes.

Chile quizá no merece que Pamela Jiles, sin una estructura que la respalde y sin un programa suficientemente claro, sea la candidata preferida. Y ella posiblemente no merezca (aunque la busque) estar en esa situación tan incómoda.

El fantasma que recorre a un Chile que espera que pase el temblor, no es el de Pamela Jiles sino el fantasma de partidos políticos demasiado adaptados a un entorno blando, sin sueños verdaderos, y sin una épica que los retorne del purgatorio neoliberal en el que han vegetado.

El estallido fue un paso, pero en ese paso ellos no estuvieron y esa es una deuda.

Casi el 70% de los chilenos y las chilenas creen que su futuro y el futuro de su país será mejor. Y un país así seguramente está en condiciones de tener un sistema de partidos capaz de reconocer y enfrentar los desafíos de la post-pandmia (si se quieren evitar nuevos desencantos y renovados estallidos).

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