Perú: la tensión entre la colonialidad resquebrajada y el regreso perturbador del «otro»

¿Qué conozco del Perú? ¿Qué me enseñaron? ¿Qué supe alguna vez que me pueda ser útil para entender la tensión entre las urbes desiguales de una colonialidad resquebrajada y la ruralidad perdida, entre lo criollo amestizado con vergüenza y lo tercamente originario, entre la modernidad bastardeada y lo tradicional que se aferra como un líquen a cualquier peña? .

Supongo que poco. Y digo supongo porque ni siquiera estoy seguro de no entender.

Decíamos en Diálogos hace apenas 5 meses que la incapacidad de la llamada “clase política” para manejar los problemas que ella misma generaba en medio de una pandemia que estaba lejos de ser superada, y una opinión pública cuya indiganción se había escuchado como nunca antes, auguraban un final de época próximo y complejo.

Se nos ocurría en aquel momento que la pregunta que importa ya no es aquella del atribulado Santiago Zavala de Conversación en la catedral ¿cuándo se jodió el Perú?, porque al parecer Perú se jodió, como tantos otros países latinoamericanos, desde muy temprano en la historia que conocemos, sino ¿hasta cuándo? Porque lo que había quedado al desnudo con la crisis institucional de Noviembre de 2020 no era sólo la incapacidad atontada de quienes pretendían gobernar el país, sino la desconfianza generalizada las instituciones. Y aunque las clases gobernantes son siempre reemplazables, con los gobernados no curre lo mismo.

Superada aquella instancia, y a lo largo de los meses siguientes hubo datos preocupantes que hablaban de un estado de ánimo colectivo que se podría definir bien con la palabra desesperanza. Por ejemplo, de acuerdo a la encuesta realizada por CELAG (Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica) a sólo un mes de las elecciones del 11 de abril, el 70% de los y las peruanas expresaban que no creían que en el futuro próximo la situación de su país pudiera cambiar para bien.

Sólo de ese modo, en ese clima de desesperanza adquirida, desconfianza alimentada a través de los siglos, y comunicación política imprecisa, puede entenderse la hiper-fragementación de la oferta electoral en 24 propuestas políticas diferentes, casi todas nuevas y algunas francamente inverosímiles, y que ninguna de ellas haya alcanzado superar el 20% de los apoyos, lo que ha dado una señal clara de la vulnerabilidad del gobierno que surja de la segunda ronda, que tendrá lugar el domingo 6 de junio. En el futuro Poder Legislativo habrá 10 bancadas diferentes y eso casi con seguridad derivará en enfrentamientos de poderes y una agudización de las crisis políticas que Perú arrastra desde hace décadas.

Entre una conservadora indeseada y un extraño al que nadie esperaba

Keiko Fujimori, la hija del ex-dictador Alberto Fujimori (que cumple 25 años de prisión por delitos varios y que fuera destuído de la Presidencia por incapacidad moral), obtuvo apenas el 14% de los votos totales en la primera vuelta (casi todos ellos en las zonas urbanas y los distritos de clase media y media alta), y pasó a ser, pese a su debilidad electoral, la candidata del conservadurismo que disputará el balotaje.

Había sido derrotada en dos instancias similares anteriores porque su vinculación personal y política con casos de corrupción y violación de Derechos Humanos la hacían indeseable para el resto del espectro político peruano. Desde la derecha liberal hasta la izquierda moderada, existía un acuerdo tácito: rechazarla. Algo así como el Anyone but Trump pero en el techo del mundo.

Sin embargo esta vez las características de Pedro Castillo, que obtuvo el 11 de abril el apoyo del 19% de los votantes, podrían reunir alrededor de la candidata conservadora, el apoyo de quienes, como el cada día más malhumorado y decepcionante Mario Vargas Llosa, son capaces de aceptar lo que sea con tal de expresar su rechazo a los indios, el comunismo, los resentidos que desean sembrar el caos, o los subordinados al eje del mal que se niegan a seguir creyendo en las leyes del mercado.

Pedro Castillo, que había permanecido fuera de los radares de las encuestadoras y los medios, que no tuvo presencia en las redes sociales, y que el día de la elección contaba con apenas 1800 seguidores en Twitter y 270 en Instagram, es en verdad el «otro», que regresa. Llegó cuando nadie lo esperaba y obtuvo apoyos superiores al 50% en las regiones más pobres y postergadas del país, con una propuesta que aúna un progresismo americanista y plurinacional volcado hacia la izquierda, con un tradicionalismo social propio de otra época.

Ese tradicionalismo que se expresa sobre todo en temas como la interrupción voluntaria del embarazo o la ubicación social de las mujeress, ha sido una de las piedras en el zapato de otros (pensemos por ejemplo en Evo Morales o en Rafael Correa) y podría terminar siendo una molestia en los suyos. Una buena parte de sus votantes en el balotaje serán jóvenes pertenecientes a lo que la socióloga Noelia Chávez llama «generación del bicentenario», precisamente el sector social que protagonizó el levantamiento de noviembre de 2020.

Pese a eso y porque la política busca siempre cauces nuevos y no contaminados, por el momento Castillo parece estar recogiendo más apoyos que la hija del dictador y su propuesta antipática.

Sea quien sea quien logre prevalecer el 6 de junio y pese a los acuerdos que alcance en los días que restan, deberá luego convivir con un parlamento fragmentado y con una historia en la que las caídas en desgracia y los «pronunciamientos militares» no han sido una excepción o una sorpresa.

Los sistemas electorales de representación proporcional requieren, para funcionar adecuadamente, la existencia de un sistema de partidos políticos consolidados, y la hiper-fragementación de las propuestas es un factor de inestabilidad más que preocupante.

Hoy, mientras se substancian los acuerdos y las alianzas que irán repelfilando las propuestas de Castillo y de Fujimori con miras al 6 de junio, mientras el virus sigue buscando y encontrando sustancia humana en la que instalarse, mientras los y las peruanas deciden en quien confiar, mientras en el plano de la geopolítica internacional se estará evaluando lo que una u otro podrían conceder y a cambio de qué, y mientras hasta el envío de vacunas se ha transformado en una moneda de cambio y de chantaje, en Perú y por lo tanto en toda la región, se teje un futuro incierto.

Nos queda, por ellos y por nosotros, cruzar los dedos y desear, con fuerza, lo mejor.

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