23 de abril, Día Mundial del libro: Leer, ¿enfermedad o medicina?

Una de las actividades que más ha ayudado a soportar el confinamiento ha sido la lectura. De hecho, el número de lectores y el tiempo de lectura se incrementaron notablemente. Tanto por este motivo como por la celebración del Día del Libro, cabe reflexionar sobre la importancia de leer y lo que aporta a nuestras vidas. .

Silvia Hurtado González, Profesora del Departamento de Lengua Española de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Valladolid

Leer como enfermedad

En su ensayo “La enfermedad de leer”, incluido en La cena de los notables (2008), Constantino Bértolo menciona tres libros en los que la lectura lleva a su protagonista a alguna clase de perdición: la leyenda egipcia de Naneferkaptah, Madame Bovary, de Flaubert, y Martin Eden, de Jack London. Estas historias (entre muchas otras, como, por supuesto, el Quijote) ilustran la “enfermedad” de leer dentro de la ficción literaria.

Pero lo grave es cuando leer perturba al lector de un modo dramático, trastornándole a tal punto que puede llegar a perder la vida, aunque podríamos decir que, en estos casos, lo que provoca la “enfermedad” no es leer, sino leer mal.

Cristian Vázquez, en su libro Contra la arrogancia de los que leen (2018), explica que la “enfermedad” de leer a Jack London atrapó a Chris McCandless, un muchacho estadounidense que, con veintidós años, en el verano de 1990, abandonó una vida acomodada, donó todo el dinero que tenía en su cuenta, cambió de nombre y se marchó a vivir aventuras. Unos cazadores de alces encontraron su cadáver dos años después en medio de los bosques de Alaska. Había muerto de inanición. En el mismo lugar donde apareció su cuerpo hallaron un trozo de madera donde, unos meses antes de morir, el joven había escrito: “Jack London es el Rey”.

Este caso es famoso gracias a la novela Hacia rutas salvajes (1995), de Jon Krakauer, obra analizada el pasado 14 de marzo de 2021 en el programa de fomento a la lectura La Milana bonita.

Leer como medicina

Sin embargo, leer solo llega a convertirse en una “enfermedad” en casos excepcionales. Lo normal es que la lectura sea una medicina. Está demostrado: leer es bueno para la salud. Además, nos hace más felices. En este punto hay que hablar de la biblioterapia.

A falta de una definición oficial (esta palabra aún no ha sido sancionada por el diccionario académico), Ella Berthoud y Susan Elderkin explican en Manual de remedios literarios. Cómo curarnos con libros (2017) que la biblioterapia es “la prescripción de novelas para las dolencias de la vida”.

Estas autoras están convencidas del poder curativo o sanador de la literatura:

“Sea cual sea tu dolencia, nuestras recetas son muy sencillas: una novela (o dos) que deberás leer a intervalos regulares. Algunos tratamientos te curarán por completo. Otros simplemente te ofrecerán consuelo, mostrándote que no estás solo. Todos ellos calmarán temporalmente tus síntomas, debido al poder de la literatura para distraernos y transportarnos. (…) Además de los remedios, ofrecemos consejos sobre algunos problemas relacionados con la lectura, como no tener tiempo para leer o qué leer cuando no puedes dormir, así como las diez novelas para leer en cada década de tu vida y los mejores acompañamientos literarios para algunas etapas de transición importantes, como tener un hijo… o encontrarte en tu lecho de muerte”.

La sanación con libros en la ficción

Por otra parte, al igual que antes hemos hecho referencia a relatos que giran en torno a la enfermedad de leer, también podemos encontrar novelas que narran historias de sanación a través de los libros. Un buen ejemplo de este otro tipo de composiciones es Los libros repentinos, de Pablo Gutiérrez (2015), donde se cuenta la historia de Reme, una mujer mayor que descubre, por casualidad, el poder de la lectura.

Horas después de la muerte de su marido, una caja de libros llega a casa de Reme por error. En lugar de devolverlos, toma uno al azar y comienza a leer. Algo ocurre a partir de ese instante:

“Reme ya era una vieja sin uso, le temblaban las rodillas, se quejaba del reúma y le remordía la artrosis como hormigas en las manos, pero tenía buena vista, ojos y mejillas de jovencita. Se sentó en la misma butaca donde su marido pasó las últimas tardes antes del ingreso. Sin otra cosa que hacer, abrió Historia de una escalera, leyó los tres actos de un soplo, y tuvo la sensación de que en un batir de páginas desaparecían cuarenta años de su vida. El café intacto”.

En otro lugar de la novela, el autor destaca el significado de este descubrimiento:

“La caja robada fue una cámara de sanación, un balneario, clic-cloc, llave y clausura”.

El poder transformador de los libros

Leer es una experiencia que nos transforma. De especial interés para la literatura neurocognitiva es validar dicha hipótesis. En este sentido, se han llevado a cabo varios estudios diseñados expresamente para medir cómo y qué cambia en nosotros tras la lectura de un cuento, de una novela o de cualquier género de ficción.

Una de estas investigaciones es la que llevaron a cabo, en 2009, Djikic, Oatley, Zoterman y Peterson, titulada On being moved by art: How Reading fiction transforms the self (Sobre conmoverse con el arte: cómo leer ficción nos transforma). Su conclusión es que el potencial de cambio está ahí y merece ser explotado.

Al margen de este tipo de pruebas, cualquier lector que se precie ha experimentado, con mayor o menor intensidad, el poder transformador de los libros. Cómo lo hagan solo depende de nosotros mismos.The Conversation

Silvia Hurtado González, Profesora del Departamento de Lengua Española de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Valladolid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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