Ecuador, Bolivia y Perú: Caleidoscopios en las laderas del volcán (1)

Si los recientes resultados electorales de Ecuador, Bolivia y Perú pueden interpretarse como sorpresivos pero comprensibles, previsibles pero inesperados, desmoralizadores aunque posiblemente inevitables, es porque la política de América Latina, tradicionalmente, opera como un caleidoscopio de una complejidad muy alta y de una inestabilidad muy pronunciada. .

En ese juego de espejos y pequeñas piezas que cambian de lugar con cada giro, lo que podemos ver parece ser diferente a cada momento, pero en realidad, en lo que hay dentro de ese caleidoscopio que nos cautiva, es más lo que permanece que lo que cambia.

Sin embargo se puede preveer que tanto la pandemia como la emergencia de nuevos sujetos políticos colocarán nuestro caleidoscopio en la ladera de un volcán y las cosas terminarán cambiando, de verdad.

Una de las pocas ventajas que tiene mirar un proceso político desde fuera es poder tener una perspectiva diferente y cuando observamos lo que sucede en América Latina desde Canadá, un país que se precia de estable y plural pero carga (la palabra corresponde) con un sistema electoral primitivo y que tiene un gran poder distorsionador de la voluntad general, se nos hace posible apreciar de otra forma los mismos hechos. Valorar de otro modo las ricas y polifacéticas realidades políticas de nuestro continente.

Ecuador y Bolivia: la proporcionalidad y sus desafíos

Comencemos por notar algo que por obvio nos podría pasar desapercibido.

Si los sistemas electorales de los países de América Latina funcionaran con la lógica electoral FPTP (en uso en casi todos los países que fueron alguna vez o aún son colonias de Inglaterra) todo sería diferente.

En este sistema el partido más votado en cada circuscripción obtiene la representación única de ese distrito. Eso determina que porcentajes muy altos de los votos emitidos no logren representación de ningún tipo (en Canadá el wasted vote ronda el 50% en cada elección) y que habitualmente se alcancen mayorías parlamentarias con porcentajes del voto popular menores al 40%.

Dentro de esa lógica de “democracia elemental” que en el mundo angosajón es la norma, Andrés Arauz, que obtuvo el 33% en las elecciones ecuatorianas del mes de marzo, con más de 12 puntos de diferencia respecto a sus seguidores inmediatos, podría haber sido Presidente ya en la primera vuelta, con una representación similar a la que tiene en Canadá el Primer Ministro Justin Trudeau, que tuvo en 2019 sólo un 33.12% de los sufragios totales.

Del mismo modo, si el sistema electoral boliviano fuera similar al canadiense, la segunda vuelta para elegir gobernadores no habría tenido lugar. El Movimiento al Socialismo, que en la primera ronda había obtenido votaciones superiores al 40% en 7 de los 9 departamentos del país, simplemente los estaría gobernando y se habría evitado el duro revés sufrido el 11 de abril.

Está claro entonces que estamos hablando (en los dos países considerados pero también en el resto de casi toda América Latina) de sistemas electorales modernos y exigentes. Que aseguran la representación proporcional en los cargos legislativos. Pero en los que, además, se requieren mayorías especiales para llegar a los cargos ejecutivos. Mayorías especiales que por lo general se consiguen a través de diálogo, compromisos interpartidarios, y concesiones mutuas entre actores cuyos intereses no necesariamente coinciden. Es decir política en el mejor sentido del término.

Por supuesto, la formación de coaliciones de gobierno también se puede alcanazar a través de mecanismos que sustituyan el diálogo y el compromiso por la corrupción o la traición a los principios, pero ese es un riesgo (y una realidad) que comparten todos los sistemas electorales y todos las formas de gobierno.

Que no sea viable gobernar sin realizar acuerdos amplios es un rasgo distintivos de las democracias sanas, y en sociedades crecientemente complejas esa será una exigencia cada día mayor.

Ecuador: política y negación de la política

En Ecuador Guillermo Lasso, un banquero multimillonario que hizo su fortuna en momentos críticos para su país, con un programa neoliberal en lo económico y conservador en los social que no es más que una profundización de lo realizado por Lenin Moreno a lo largo de 4 años de desastres sucesivos, desprovisto de todo carisma, y que ya había sido derrotado en las dos elecciones anteriores, logró un triunfo en segunda vuelta que hace algunas semanas parecía inalcanzable. Pasó de un magro 20% en la primera vuelta a más del 50% en la segunda, algo que raramente ocurre.

Las razones de su triunfo seguramente son múltiples y de acuerdo a la intensidad con la que se enfoque cada una de ellas el paisaje de lo ocurrido será diferente. En Diálogos nos interesa particularmente una: el altísimo porcentaje de votos nulos en las zonas con mayoría indígena.

Casi un 16% de la votación total; 1 de cada 5 votos en la Amazonía y 3 de cada 10 votos en la sierra andina correspondieron a lo que esta vez se llamó “voto nulo ideológico” impulsado por Yaku Pérez, del Movimiento Pachakutik, quien había obtenido el tercer lugar, a escasa diferencia de Lasso, en la primera vuelta. La correlación entre el voto a Yaku Pérez y el voto nulo, es casi perfecta región a región, por lo que no caben dudas de lo crucial que fue su llamado a la anulación del voto.

En países con sufragio obligatorio, anular el voto en una segunda vuelta no es asimilable a lo que representa la abstención en los países con voto opcional (y aquí cabe volver al ejemplo canadiense). La abstención no es otra cosa que aburrimiento, ignorancia, desinterés o desidia. Anular el voto, en cambio, es una expresión de voluntad dirigida a provocar un resultado. Es algo que equivale a decir: «Sé que me necesitas, pero arréglate sin mi porque prefiero que te hundas».

Responsabilidades y faltas compartidas

No deberíamos caer en la tentación de adjudicarle a Pérez la responsabilidad única por lo sucedido, porque eso implicaría aceptar que los votantes siguen ciega y acríticamente a sus líderes y sabemos que eso no es cierto. Quienes acompañaron a Yaku Pérez en su decisión de no apoyar a Arauz sabían, o podían intuir, que de esa forma se facilitaba la llegada al gobierno de Lasso, y por una serie de razones prefirieron jugar esa carta.

Se trata nada menos que 1.700.000 personas, en su mayoría indígenas, que si nos resultaron respetables e incluso admirables cuando protagonizaron el levantamiento de octubre de 2019, seguramente no se han transformado en excecrables ahora.

Pretender que los otros sean un reflejo nuestro y sentirnos frustrados cuando no satisfacen nuestras necesidades, se llama narcisismo en psicología… y en política también.

La población indígena es un sujeto histórico complejo y múltiple, cuya característica común es la marginación y el maltrato que sufrió durante siglos, cuya emergencia estuvo asociada a los movimientos progresistas y a la constitución del estado ecuatoriano como «plurinacional y multicultural» durante el primer gobierno de Rafael Correa, pero que evidentemente no se siente -ni debería estar- atado a los modos de concebir y manejar lo público de una dirigencia política con la que no coinciden.

Equivocado o no, ese extraño comportamiento que ha colocado en el gobierno a alguien tan poco cercano a los intereses indígenas como Guillermo Lasso, constituye al mismo tiempo una derrota y un triunfo de la política, que vuelve a poner sobre la mesa características esenciales de las democracias:

No se puede gobernar sin hacer acuerdos y respetarlos. No se pierde al apoyo de un posible aliado sin pagar las consecuencias. La política no es un juego de suma 0 sino un ejercicio continuado de alianzas y concesiones. Los nuevos sujetos políticos, como los movimientos indígenas, el ambientalismo o el feminismo no siguen las mismas lógicas que la política tradicional, pero eso no los excluye. Por el contrario, los transforma en determinantes.

Las dificultades evidenciadas por Unidad Ciudadana para realizar alianzas y acuerdos con los movimientos sociales cuyas reivindicaciones no coincidían punto por punto con su programa parecen haber estado en la base de su derrota electoral y eso las colocará necesariamente en la agenda de la renovación ideológica que se avecina. En nuestra nota de febrero Geografía y política en el mapa electoral de un Ecuador impredecible, habíamos repasado cómo la geografía y la demografía ecuatoriana prefiguraban este resultado.

Mientras tanto Lasso, que llega al poder cuando faltan todavía meses para que la pandemia remita, y que se hará cargo de una economía y una sociedad muy dañadas, cuenta con sólo un 15% de representación parlamentaria y deberá hacer compatible su programa de neoliberalismo ortodoxo con un mundo en el que la globalización pierde terreno y las fórmulas mágicas que dejaban todo en manos del mercado, han evidenciado ser una via muerta.

Difícilmente pueda tener éxito tratando de convencer a su país de las ventajas de la austeridad después de una pandemia, y cuando las dificultades sobrevengan ni las técnicas frívolas de mercadotecnia electoral, ni las camisas rosadas, ni las campañas por Tik Tok le serán de gran ayuda. Deberá mirarse en los espejos de Mauricio Macri y Sebastián Piñera pero quizá no tenga tiempo. La vara que estuvo demasiado alta para Arauz, estará demasiado alta para él.

Jaku Pérez, por su parte, se ha colocado a si mismo en una situación difícil de la que no le será sencillo escapar. Decía Juan Domingo Perón que los movimientos populares avanzan con sus dirigentes a la cabeza o con la cabeza de sus dirigentes… y será interesante ver qué hace él en el futuro para conservar en su lugar la suya.

El caleidoscopio está ahora en la sierra, en la ladera de un volcán. No importa tanto lo que vemos como la incertidumbre de lo que vendrá… y la política será más necesaria que nunca.

En nuestra próxima nota intentaremos ver de qué modo proporcionalidad, plurinacionalidad y nuevos sujetos políticos interactuaron el 11 de abril en otras dos complejísimas realidades cordilleranas: Bolivia y Perú.

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