Dos fantasmas (entre muchos otros) recorren hoy América Latina, desafiando toda idea de futuro digno. Uno, por supuesto, es el fantasma de la pandemia, extendiendo sus sábanas aún sin deshilachar desde el muro de Trump hasta Tierra del Fuego. Otro es el fantasma del Grupo de Lima, de cuyas cenizas tóxicas aún se podrían desprender agravios y torpezas. .
Un gas ingrávido, expansivo y deletéreo
De la pandemia podríamos pensar que ya esté todo dicho, pero se trata de un fantasma casi incorpóreo, multifacético y omnipresente, un gas como el que describía Leon Felipe en Las Coplas del Gran Conserje Pedro, ingrávido, expansivo y deletéreo, del que nadie sabría decir cuándo podremos liberarnos, ni a qué costo, ni con qué consecuencias.
El mundo tampoco lo sabe, pero el panorama es particularmente incierto en nuestro continente. En la última semana, de acuerdo a la OPS, más de la mitad de los muertos totales por Covid, se produjeron en Sudamérica. Estamos demasiado lejos (metafóricamente hablando) de las regiones del mundo que están compartiendo sus vacunas con los países en desarrollo, y demasiado cerca de las potencias “amigas” que hasta ahora nos las niegan pero querrán vendérnoslas cuando les sobren -o cuando tengan otras más efectivas-.
Brasil sigue siendo el único país de renta media que vota en contra de la liberación temporal de las patentes junto a EEUU, Canadá, Australia, el Reino Unido y la Unión Europea, pero aunque no padeciéramos esa vergüenza dentro de nuestra casa común, no parece que los países del norte global, que están monopolizando sus vacunas y trenzándose entre ellos como adictos para hacerse de algunos millones de dosis más, vayan a dar el brazo a torcer. Y eso incluye, lamentablemente, al país que muchos hemos adoptado como propio.
Tampoco en el tema vacunas Canadá se está comportando como un buen vecino. Compró más que ningún otro (contribuyendo a que los precios se elevaran), hace uso del mecanismo Covax (pensado para colaborar internacionalmente con los países pobres) y se niega a una liberación temporal de las patentes (con lo que posibilita que las industrias farmacéuticas continúen extorsionando al mundo).
En resumidas cuentas, si de las llamadas democracias occidentales y de su visión estratégica depende, seguiremos basando nuestras políticas sanitarias por algunos meses más en lo que puedan hacer China y Rusia, y quizá eso tenga en el futuro consecuencias geopolíticas y emocionales de importancia.
Y seguiremos mirando como algo inalcanzableo la capacidad que está demostrando Cuba para solucionar a su modo sus propios problemas. No fuimos capaces. Y no es que nos faltaran posibilidades; nos han sobrado Ministros de Economía formados en Harvard. Como cantó Eladia Blázquez en Sueños de barrilete, no sabemos si nos falló la fe, la voluntad, o acaso fue que nos faltó piolín.
Si no aparecieran nuevas cepas para las que haya que desarrollar nuevas vacunas, en algún momento de 2022 un porcentaje significativo de la población de nuestro continente podría haberse inmunizado. Pero no todo acaba ahí. Después estará el retroceso. Las sociedades averiadas y doloridas, los mercados ávidos y sin fronteras, los acaparadores de riqueza y poder tecnológico en una loca carrera por tener más, la elección de quiénes habrán de cargar con las injusticias y las privaciones cuando haya que rescatar lo que se pueda. No todo serán flores para nosotros en los próximos años.
El mundo está demostrando que a pesar de que en algún momento pensamos que la emergencia sanitaria global nos haría más solidarios y más concientes del valor de lo colectivo, la rapacidad y el afán de lucro siguen siendo los de siempre y la presencia seductora del fantasma de la pandemia parece erotizarlos.
Un fantasma vergonzante de cenizas tóxicas
El estallido juvenil de octubre de 2019 en Chile y sus derivaciones en términos de reformas previsibles, la escasa respetabilidad democrática de Colombia, donde mueren a diario opositores y líderes sociales, los fracasos reiterados de los sucesivos desgobiernos en Perú, el traspié del macrismo y la megadeuda en Argentina, la llegada al gobierno de México de Andrés López Obrador, el golpe de Estado de 2019 en Bolivia y su rápido desmenuzamiento, y un Brasil sumido en una torpeza y una maldad que eclipsa todo lo previsible, han dejado al Grupo de Lima (entre paréntesis, la mayor apuesta que haya hecho un gobierno canadiense en nuestro pobre continente en toda su historia) con escasas posibilidades de volver a la vida.
Pero aún así vale la pena no perderlo de vista como fantasma y como símbolo de algo que no debió haber sucedido. Doce países en el primer momento, once de ellos latinoamericanos, encontraron insuficientes los mecanismos de la OEA y del TIAR y se asociaron con un único propósito: intervenir en otro. Con sanciones, con el reconocimientos de autoridades no legítimas, y sin excluir, según se ocuparon de aclarar una y otra vez, las acciones militares que consideraran necesarias.
Eso, que se comenzó a vender como humanitarismo y no finalizó como conflicto armado regional porque sus organizadores eran incapaces de avanzar más allá de la retórica, no nos había sucedido nunca. Habíamos tenido episodios vergonzosos como la Guerra del Salitre, la del Chaco o la de la Triple Alianza. Hemos sido atravesados por un rosario de intervenciones estadounidenses más o menos explícitas. Pero el Grupo de Lima estuvo a punto de colocarnos en otra pantalla. La pantalla de las intervenciones «multiraterales» como las de Irak o Siria. Con un nivel de peligrosidad que sólo aparece cuando los ojos de la mala política enrojecen de codicia y se desencadenan las jaurías.
Y no llegaron a más quizá porque la pandemia se interpuso, pero de acuerdo al informe presentado en febrero por la relatora de Naciones Unidas Alena Douhan, hundieron en la ruina a una nación y la siguen privando de lo más mínimo.
Quizás la Ministra Chrystia Freeland, que comprometió su prestigio e intentó contagiarnos su entusiasmo en aquellos momentos en que estaban sobre la mesa “todas las alternativas” para el cambio de régimen en Venezuela, todavía lo tenga en agenda, pero aquel grupo de países que se habían comprometido a llevar ayuda humanitaria a Venezuela pero sólo supieron aislarla, amenazarla y empobrecerla más, se transformó en una vergüenza -como fue una vergüenza su inspirador, hasta el último minuto en que exhibió su vulgaridad en la Casa Blanca.
Y sin que esto signifique que deba respaldarse el gobierno de Nicolás Maduro, se hace necesario que Canadá enmiende ese error (o subsane esa torpeza) cuanto antes, para que ese pujo de colonialismo novelero deje de envilecernos e intoxicarnos a todos.
Jugó un pobre papel cuando se apresuró a considerar como legítimo un gobierno en Venezuela que el tiempo demostró que no lo era. Repitió el traspié cuando sólo 10 meses después interpretó como «triunfo de la democracia» en Bolivia, lo que era un evidente Golpe de Estado sangriento y racista. No termina de aceptar que su papel en la debacle haitiana es, por decirlo de algún modo, injustificable. Y eso, aunque pueda ser recompensado (¿?) como fidelidad por parte de nuestros vecinos del Sur, a la larga terminará aislando el país y desprestigiándolo aún más a nivel internacional.
Un tiempo de diálogos y desafíos post-pandémicos
En América Latina se abre a partir de ahora (tomando como punto de partida las elecciones en Ecuador y Perú que se celebrarán el 11 de abril) un período electoral abigarrado y casi continuo a lo largo del resto de este año, que se extenderá hasta octubre de 2022.
Estarán en juego las presidencias, los gobiernos regionales, o las mayorías parlamentarias de, entre otros, Ecuador, Perú, México, Chile, Argentina, Colombia y Brasil, todos ellos implicados de una u otra forma en lo que fue (y aún es) el Grupo de Lima.
Y habrá elecciones en Venezuela, de algún modo. Y las habrá además en Canadá, el único país extra-región que participó de aquella aventura desgraciada.
Es decir que en forma paralela al desarrollo de la vacunación (que como hemos visto será más lenta en el Sur global que en el Norte), y junto a los intentos de recuperación económica y social post-pandemia que implicarán para América Latina esfuerzos enormes, se abre un proceso de enmiendas o ratificaciones que definirán nuestro futuro.
Ese proceso, si se transita sin interferencias ajenas y en democracia, podría aportar a nuestros países más diálogo, más intercambios, mayor integración regional, y mejores perspectivas de futuro.
Pero también, en un conexto de tanto estrés socioeconómico, podrían reavivarse las cenizas del Grupo de Lima, con ese nombre o con otro… y Canadá podría recaer en ese escenario de colonialismo wannabe, menosprecio de lo que no conoce, sanciones, amenazas, rapiña, y apoyo a las derivas militaristas y autoritarias en los países que EEUU señale como «amenazas a su seguridad».
Si así fuera, la salida de la pandemia estaría subsumida en un desconcierto en el que los fantasmas de siempre continuarán ensombreciendo la tierra.
Ese es el desafío que allá, en nuestros países, pero también acá, en el norte de América, las y los latinoamericanos tenemos por delante.