Pasé la mayor parte de mi vida en estado de negación. Hizo falta que se alinearan los planetas para que yo pudiera enfrentarme a mi identidad. Y uno de esos planetas era nada menos que Kryptón. .
Sole Zeta
Chica no binaria twitteando desde la clandestinidad. Escribo cosas. Filosofía y nerdaje.
Superman es parte de nuestra mitología contemporánea universal. No hace falta ser especialmente nerd para conocer la historia del bebé que evacuaron sus padres del moribundo planeta Kryptón y que llegó a la Tierra donde su origen extraterrestre le dio superpoderes. Todxs sabemos que vive una vida común y hasta aburrida como el periodista Clark Kent, pero que cuando el mundo necesita ser salvado, Superman sale al rescate con su caracteristico uniforme rojo y azul.
Algo relativamente menos conocido es que Superman tiene una tercera identidad: Kal-El, su nombre kryptoniano (no, no digo que sea un secreto ni muchísimo menos, guardianes de la pureza nerd, pero mi vieja no lo sabe). Pero Superman rara vez tiene chance de ser Kal-El. El único lugar donde puede vivir como kryptoniano es en su lugar más íntimo: La Fortaleza De la Soledad, su refugio kryptoniano en el Polo Norte.
La Fortaleza de la Soledad no es una casa. Ni siquiera es una base de operaciones diaria, como la Baticueva. Es, antes que nada, un museo de tecnología y artefactos kryptonianos, un monumento al extinto mundo natal de Superman. Y por eso es el lugar donde puede ser Kal-El, alejado simultáneamente de los ojos de la humanidad y de sus afectos humanos.
Se hace necesaria una nota sobre la traducción: en inglés hay dos términos que podríamos traducir como “soledad” en castellano. El primero, loneliness, es la soledad entendida como carencia de otras personas. Es algo cercano al sentimiento de abandono. Solitude, en cambio, es un término neutro: refiere sólo a la ausencia de otra gente, pero no a su falta. Este último es el término que utiliza Superman para nombrar a su fortaleza en su idioma original: Es un lugar donde va para liberarse de la presencia de otrxs.
A Superman no le falta afecto: tiene decenas de amigos y aliados. No es Batman, que tiende a alejar al resto del mundo con su personalidad abrasiva. Superman está feliz de ser el salvador del planeta. Sin embargo, aún así necesita un espacio de privacidad en uno de los rincones más remotos del mundo. En general ni sus aliados suelen conocer la Fortaleza: en la que tal vez sea la mejor historia sobre este lugar, Para el hombre que lo tiene todo de Alan Moore, sólo Batman, Robin y la Mujer Maravilla son invitados al cumpleaños de Superman en su refugio polar. Muy pocos elegidos pueden compartir ese espacio con el verdadero Kal-El.
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Muchas veces, cuando leemos historias de infancias trans, nos encontramos con niñes que desde que pueden articular palabras expresan su género sentido. No dudo ni por un segundo de que esto es cierto para elles. Pero mi vivencia personal es muy distinta.
Si fuerzo mi memoria, puedo recordar que mis Thundercats cambiaban de sexo por obra de unas botas de plastilina. Recuerdo mi decepción cuando en preescolar, jugando a la casita, no podía ponerme unos tacos que eran parte de la colección de disfraces (mi jardín tenía una política más que iluminada para 1990, nos podíamos poner cualquier prenda pero estaba prohibido sacarnos nada, incluyendo zapatillas, y las mías eran incompatibles con esos zapatos). Pero nada parecido a las historias de niñes que parecen tener una comprensión intuitiva de su realidad trans.
Así fue que pasé mi adultez temprana pensándome como crossdresser, un hombre que, por el motivo que sea, se viste de mujer. Sin embargo, mis experimentaciones estuvieron limitadas por realidades fácticas. Por años no tuve privacidad. Luego el limitante fue el dinero. Cuando eliminé esos dos problemas, el enemigo pasó a ser la logística: no me animaba a comprar ropa o zapatos en persona, todavía no existían las entregas a sucursal del correo, y no podía entrar al trabajo (donde mi mochila era escaneada cada vez que llegaba) con un par de tacos número 44. Después empecé a convivir con mi novia, y eso limitó nuevamente mi privacidad en casa.
Recién a los 35 logré que los distintos factores se alinearan. Tenía trabajo, la posibilidad de comprar online sin recibir los paquetes en casa, y tenía armado un pequeño estudio/home office donde podía guardar mis compras. Y ahí comenzó mi verdadera exploración.
Este estudio (donde estoy escribiendo, ya que estamos), fue mi Fortaleza de la Soledad. El único lugar en el mundo donde podía ser yo libremente, aunque sea un rato.
Soledad es un nombre polémico. Tiende a pensarse como un nombre triste. Pero creo que merece más amor. La soledad no es solo un estado de carencia: puede ser también una garantía de libertad y de paz.
Y si así funciona para Superman, no veo por qué no interpretarla de la misma manera.