En Bolivia se desnudan los errores de quienes en Canadá miran el mundo desde lejos

La prensa internacional y la anglosajona en particular (con excepciones, afortunadamente) no se molestó demasiado en entender o informar adecuadamente lo que estaba sucediendo en Bolivia aquel noviembre de 2019. Y gobiernos como el de EEUU, Brasil, Colombia o Canadá demoraron apenas horas en resolver que aquello era poco menos que natural. Y si no natural, al menos sí lo que correspondía. .

El New York Times, por ejemplo, el martes 12 de noviembre, un día antes de que Jeanine Añez se autoproclamara anunciándole al mundo erguida entre dos velas encendidas que estaba haciendo retornar a Dios al Palacio de Gobierno, le explicaba a su público:

Añez was fifth in the line of succession before Morales stepped down, but those above her — who were also members of the MAS party — resigned, clearing the way for her to become interim president.

Vale la penda detenerse en el modo en que el NYT encadenaba  los acontecimientos. 1) Morales había renunciado. 2) Quienes estaban en la línea de sucesión presidencial ¡oh casualidad! también habían renunciado. 3) Esas renuncias allanaban el camino para (y quizá se habían producido para posibilitar) que la senadora que ocupaba el quinto lugar, se hiciera con el gobierno de un país.  El país (eso no lo dice la nota pero su liviandad permite inferirlo) está lleno de indios pobres y seguramente necesitaba que las cosas fueran así.

Apenas 48 horas después, el jueves 14, de noviembre, la CBC ya estaba en condiciones de tranquilizar a los canadienses informándoles que:

Canada updated its position on the fluid and chaotic situation in Bolivia today, saying it would work with and support the caretaker administration of Jeanine Añez (…) Opposition member Añez appears to have consolidated her position as the country’s president after a revolt that overthrew longtime president Evo Morales, accused by many Bolivians of trying to steal victory through fraud in the presidential election of October 20.
In contrast to its swift recognition of the interim presidency of Venezuela’s Juan Guaido (Canada was the second country to take the step after the U.S. went first), Canada did not join the U.S. and Brazil in recognizing Añez on Tuesday night, or follow Colombia’s example when it did so on Wednesday.

En el primer párrafo se dan como naturales una serie de supuestos, como por ejemplo que si en un país latinoamericano «many» acusan a un gobierno de haber cometido un fraude, la «revolt» que lo derriba e instala uno nuevo estaría justificada… pero lo que más importa como construcción de la mirada que Canadá tiene sobre el mundo que les ajeno y sobre sí mismo es lo que sucede en el segundo párrafo.

Mientras los espectadores de la TV canadiense asistían a algunos segundos de imágenes de mujeres con polleras coloridas enfrentando desarmadas el ataque con gases lacrimógenos de soldados que tenían todo el aspecto de ser sus hijos, se les tranquilizaba anunciándoles que su país no había hecho lo mismo que cuando había reconocido, en enero de ese mismo año, a Juan Guaidó como Presidente Interino de Venezuela.

Aquello había sucedido apenas minutos después de que se recibiera la indicación del Dpto. de Estado de los Estados Unidos. Pero esta vez había sucedido algo diferente. Canadá no había reconocido la legitimidad del gobierno surgido de la «revolt» ni ese mismo martes, como Brasil, ni el miércoles, como Colombia. ¡La Ministra Chrystia Freeland se había tomado un tiempo prudencial y lo había hecho el jueves por la mañana! Podíamos respirar tranquilos y sentirnos bien.

Para entonces Jeanine Añez ya había acordado con los comandantes del Ejército y de la policía una amnistía por anticipado para quienes se vieran en la necesidad de asesinar opositores y aumentaba día a día la lista de muertos, en especial en las zonas con mayor porcentaje de indígenas, pero muchas personas de buena voluntad seguramente se habrán empeñado en creer en el mito siempre renovado de un Canadá justo y sobre todo inocente, porque el gobierno había celebrado ya, el 10 de noviembre, su propio rol en la urdimbre de aquella tragedia.

Canada commends the invaluable work of the OAS audit mission in ensuring a fair and transparent process, which we supported financially and through our expertise”.

Es extraño que en un comunicado oficial de un gobierno, en este caso Global Affairs Canada, se haya considerado necesario recordar que habían financiado la misión de la OEA que realizó un informe que, luego se demostró, no reflejaba la verdad.

No se trata de historiar ahora todo lo sucedido porque los historiadores ya lo harán y sobre todo porque tras las elecciones en las que aquel supuesto fraude quedó desmentido, hay errores (los errores de Chrysta Freeland, por ejemplo) que se explican solos.

No es ella la primera que se equivoca con respecto a América Latina ni será la última. Eso es lo que sucede cuando se mira desde muy lejos y desde muy arriba. Es fácil confundirse.

En ese sentido quizá lo suyo deba ser considerado como apenas una anécdota, y tanto ella como su gobierno ya lo han de haber notado cuando en Junio de 2020 volvió a fracasar la postulación de Canadá a ocupar un asiento temporario en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. ¿Podía la comunidad internacional confiar un espacio tan delicado a un socio cuya fidelidad a Washington es tan notoria y cuando su desconocimiento de la realidad continental es tan burdo? ¿Puede continuar el país ofreciendo un espectáculo así?

Hoy: una situación que es otra y la misma

Hoy la situación es otra porque Janinne Añez, aquella oscura senadora que conocimos por primera vez cuando su fanatismo religioso y su fervor anti-indígena la hicieron cabeza visible del grupo de golpistas que la colocó donde nunca debió estar, y dos de los generales que la acompañaron en la aventura, han sido detenidos para ser juzgados por haber violado la constitución del Estado Plurinacional de Bolivia y por una larga serie de otros delitos (entre ellas las masacres de Senkata y Sacaba en las que murieron decenas de personas).

Han sido detenidos con todas las garantías del estado de derecho, a solicitud del Poder Judicial, y bajo un gobierno que ha sido re-elegido recientemente por el 55% de la ciudadanía del país. Una cifra de apoyo electoral que en Canadá, donde un partido puede tener mayoría absoluta con el 35% de los voto, sería simplemente extraordinario.

Lo que no ha cambiado es la hostilidad de los sectores conservadores y supremacistas que protagonizaron los hechos que derivaron en el Golpe de Estado de 2019, y tampoco ha cambiado la actitud del único organismo internacional que respaldó el quiebre institucional, la OEA (el mismo organismo cuya actuación celebraba la ministra Freeland en el párrafo antes citado).

Su Secretario General, Luis Almagro, que no mostró el menor arrepentimiento por haber resultado la pieza clave en la tragedia de 2019, ahora intenta contribuir a la desestabilización del nuevo gobierno bajo la premisa de que Bolivia no tiene derecho a juzgar a quien violó la constitución de su propio país. Una atribución que recuerda las peores épocas de la colonialidad.

México, en su calidad de miembro de la OEA, ya ha condenado expresamente esta nueva injerencia en los asuntos internos de Bolivia por parte de un personaje que está empeñado en que la organización que dirije siga perdiendo representatividad y sentido. Lo lógico sería que Canadá deje de mirar lo que sucede en el mundo con los ojos de Bay Street, y tan decidido y veloz como fue para equivocarse, lo sea ahora para enmendar el error.

 

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