Geopolítica de las vacunas (1): la debilidad autoconstruida y el deseo

Desde marzo de 2020 la pandemia ha estado acelerando cambios que ya estaban en proceso en nuestras sociedades, ha desnudado carencias donde creíamos ver virtudes, y ha creado realidades nuevas en las que jamás habíamos soñado. .

Desde el principio pareció que el estado de cosas que habrá de emerger una vez que hayamos superado la emergencia sanitaria será diferente al que antes conocimos, pero la magnitud de esos cambios era impredecible y aún lo es.

La humanidad, en ese contexto, ha logrado algo que parecía imposible tan sólo un año atrás, el desarrollo no de una vacuna sino de varias, y lo ha hecho en tiempo record, pero todo lo que ha girado alrededor de ese esfuerzo y todo lo que todavía queda por hacer antes de que se haya logrado un grado aceptable de inmundidad global, representa un desafío geopolítico para el que han habido muy diferentes enfoques.

Cada uno de esos enfoques tiene que ver no sólo con cuestiones sanitarias. Siendo la pandemia un fenómeno global por antonomasia, implica decisiones políticas que no atañen sólo a lo que sudcede dentro de las fronteras de cada país, sino que atraviesa las relaciones iternacionales hoy y sobre todo en lo que será el futuro.

Existen al día de hoy cuatro grandes polos de desarrollo de las nuevas vacunas, todos ellos en el Hemisferio Norte: EEUU (+UK), la UE, Rusia y China. Y existe un fenómeno que no se suele tener en cuenta: los polos de producción de vacunas, debido también a las tendencias globalizadores de las últimas décadas, están localizadas en países emergentes: los dos mayores ejemplos son India y China, pero también son países productores o potencialmente productores Brasil, Rusia, Sudáfrica, Argentina o México.

Esas complejas realidades no fueron tenidas en cuenta por los países desarrollados al momento de asegurar compras por anticipado. Canadá es uno de los ejemplos paradigmáticos, ya que si bien reservó dosis suficientes como para vacunar a una población 10 veces superior a la suya, concentró sus acuerdos en laboratorios del polo EEUU (+UK) y ha visto hasta ahora muy limitado su acceso a lo que necesita.

Tenemos entonces dos enfoques básicos y bien diferenciados.

1) EEUU(+UK) y la UE, que acumulan cerca de un tercio de los contagios globales, han optado por vacunar, prioritariamente, a sus propias poblaciones con sus propios desarrollos (Pfizer, Moderna y pronto Johnson&Johnson). La excepción, por el momento, es la vacuna desarrollada por Astra-Zéneca/Oxford, que no ha tenido aceptación en el mundo desarrollado y está siendo derivada hacia los países en desarrollo a través, sobre todo, del mecanismo COVAX.

2) Tanto China (que pudo limitar a un mínimo los contagios en los primeros meses de la pandemia) como Rusia, están desarrollando acuerdos con los países en desarrollo de Asia, África y América Latina y con algunos países del Este de Europa que están desconformes con la ineficiencia con que la UE ha manejado el tema.

Será interesante, para analizar un poco más en profundidad las derivaciones gepolíticas de ambos enfoques, acercarnos al punto de partida de la «carrera por las vacunas»: El Proyecto MP2 / WRAP SPEED

Wrap Speed y el enfoque bélico-nostálgico

En abril de 2020, ocupados como estábamos consultando las cifras de contagios y de muertes y los gráficos de actualización diaria de la Hopkins University, cada noticia que implicara una esperanza era bien recibida. De ese modo, se hacía difícil leer entre líneas y tomar conciencia de la falta de tacto y la mentalidad de quienes estaban a cargo de un proyecto que en sus inicios se conoció como MP2 Project. Proyecto Manhattan 2.

Sobre mediados de mayo ya alguien había notado que bautizar un esfuerzo para desarrollar la vacuna contra la covid-19 como si se tratara de una segunda fase del Proyecto Manhattan, que culminó con el desarrollo de las primeras armas de destrucción masiva, era de muy mal gusto y se lo rebautizó oficialmente como Wrap Speed.

David Lim, en el portal especializado Politico, recogía el 15 de mayo la conferencia de prensa en la que Donald Trump, con el acostumbrado telón de fondo de múltiples banderas y acompañado por un Dr. Fauci que aún no había caído en desgracia, anunciaba el Proyecto Wrap Speed. Se le había cambiado el nombre, pero realizar el odioso paralelismo resultaba inevitable:

That means big and it means fast,» Trump said, comparing the operation to the Manhattan Project, a program to develop an atomic bomb that employed more than 100,000 people.
They dubbed their project «MP2,» for a second Manhattan Project, after the race to create the nuclear weapons that ended World War II.

Durante la presentación del proyecto el ex-presidente manifestó que EEUU estaba dispuesto a colaborar con otras naciones para el desarrollo de la vacuna, aunque ese ánimo cooperador, si era verdadero, fue fugaz. Y se desvaneció totalmente una vez que se conocieron los montos que el gobierno estadounidense entregaría a los laboratorios seleccionados y el papel que las Fuerzas Armadas jugarían en el proceso.

Vale la pena repasar lo que Stat, un portal dedicado a brindar y analizar información relacionada a la industria farmacéutica informaba el 28 de septiembre acerca de lo poco que hasta ese momento se sabía de la Operación Warp Speed:

«The initiative — to accelerate the development of Covid-19 vaccines and therapeutics — lacks the scale, and the degree of secrecy, of the effort to build the atomic bomb. But Operation Warp Speed is largely an abstraction in Washington, with little known about who works there other than its top leaders, or how it operates. Even pharmaceutical companies hoping to offer help or partnerships have labored to figure out who to contact.

Now, an organizational chart of the $10 billion initiative, obtained by STAT, reveals the fullest picture yet of Operation Warp Speed: a highly structured organization in which military personnel vastly outnumber civilian scientists.

The labyrinthine chart, dated July 30, shows that roughly 60 military officials — including at least four generals — are involved in the leadership of Operation Warp Speed, many of whom have never worked in health care or vaccine development.

Operation Warp Speed’s central goal is to develop, produce, and distribute 300 million doses of a coronavirus vaccine by January — and the military is intimately involved, according to Paul Mango, HHS’ deputy chief of staff for policy. It has already helped prop up more than two dozen vaccine manufacturing facilities — flying in equipment and raw materials from all over the world. It has also set up significant cybersecurity and physical security operations to ensure an eventual vaccine is guarded very closely from “state actors who don’t want us to be successful in this,” he said, adding that many of the Warp Speed discussions take place in protected rooms used to discuss classified information.

The military’s extensive involvement in the development and distribution of a vaccine is a departure from pandemics of the past, but it is fitting for Trump, who has gushed about his love for “my military” and “my generals.” While the military was tangentially involved in public health crises like the H1N1 pandemic of 2009, some public health leaders have raised concerns about what they see as their marginalization during the pandemic.

One senior federal health official told STAT he was struck by the presence of soldiers in military uniforms walking around the health department’s headquarters in downtown Washington, and said that recently he has seen more than 100 officials in the corridors wearing “Desert Storm fatigues.”

La nota de Stat sigue en lo que debió ser en aquel momento un baño frío de realidad. La salud pública había caído en manos de gente especializada en temas bélicos.

El deseo y la debilidad

La lectura completa  de la nota, aunque ya mucha agua ha pasado bajo los puentes, nos permite hacer un paneo hacia atrás y percibir que el desarrollo de la vacuna en los EEUU no sólo se había transformado ya en ese momento en un objetivo geopolítico y militar, sino que se estaba agotando en eso: en el deseo de ser los únicos capaces, en el deseo de acumular lo mejor, la vocación por estar delante y prevalecer. Una sobredosis de tetosterona y palabrerío grandilocuente a la que ya su presidente nos tenía bien acostumbrados.

Ni siquiera estaba previsto de qué modo las vacunas que dos meses después estarían en circulación (o al menos eso se anunciaba) llegarían a la población del país, pero sí estaba claro que ni una sola dosis podría ser enviada hacia ningún país que la necesitara hasta que el último americano estuviera protegido.

Para el momento en que Stat comenzaba a preguntarse si todo aquello tenía sentido, ya hacía un mes y medio que Vladimir Putin había anunciado, el 11 de agosto, que su país había desarrollado una vacuna con éxito, pero su anuncio fue recibido con escepticismo por una prensa occidental que en ese momento estaba obsesionada con el envenenamiento de Navalny.

Por su parte China, el 12 de ese mismo mes, anunciaba la aprobación de una de las varias vacunas que se encontraban en Fase 3 y comenzaba a producirla de modo masivo, pero lo que por lo general escuchábamos en esta zona del mundo era que los resultados no eran confiables.

El mundo, mientras tanto, miraba con asombro los índices alarmantes de contagios y los centenares de miles de fallecidos, una confrontación política de una rispidez inusitada, un caos institucional creciente, espectáculos bochornosos protagonizados por una derecha ensoberbecida, y una debilidad institucional manifiesta. Y aunque lo que EEUU vivió entre noviembre y los últimos días de enero pueda parecer superado, lo que sigue estando en evidencia es la incapacidad que un país, que aún se piensa en términos de liderazgo, evidencia al momento de desarrollar políticas de cooperación internacional ciertas.

Porque no se trata sólo de la incapacidad material de cooperar. Eso sería comprensible y excusable, e incluso bienvenido si tenemos en cuenta el costo que la cooperación estadounidense ha tenido históricamente para quienes son receptores de su ayuda.

Se trata sobre todo de la falta de voluntad. Una falta de voluntad que ni siquiera reconce buenas vecindades o racionalidad elemental. Jen Psaki, la portavoz de Joe Biden, consultada acerca de la posibilidad de que EEUU comparta vacunas con Canadá y México, manifestó en rueda de prensa el 1º de marzo:

“The president has made clear that he is focused on ensuring that vaccines are available to every American. That is our focus.”

Lo preocupante del caso es la falta de perspectiva de un gobierno que no sólo no valora que esos dos países son sus principales socios comerciales sino que tampoco tiene en cuenta que será muy difícil alcanzar una inmunidad duradera en su país mientras no se alcance un grado similar de inmunidad en sus vecinos.

Se trata, en lo que a las vacunas se refiere, de una versión amable, menos grotesca,  pero igualmente narcisista del America First. Es la ceguera pura y dura de los que pretenden salvarse solos y construyen con entusiasmo su propia debilidad.

 

En nuestra próxima entrega: GEOPOLÍTICA DE LAS VACUNAS (2) – LOS EMERGENTES DE LA PANDEMIA.

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