Las familias de niños pequeños que emigran a otro país, que van a pasar una larga temporada en el extranjero o que están compuestas por parejas mixtas en las que cada progenitor tiene una lengua materna diferente acaban haciéndose inevitablemente la misma pregunta: ¿Cuándo es el mejor momento para comenzar a enseñar un segundo idioma a nuestros hijos? .
Yelly Hernandez, Docteur en Sciences du Langage, Laboratoire MoDyCo, Université de Paris
Esta pregunta puede parecer puramente teórica, pero no lo es. En muchos contextos, se trata de un problema serio difícil de abordar. Porque influye la política de cada país hacia los extranjeros, lo que incluye aspectos sociopsicológicos, culturales e identitarios.
Asunto de familia, cuestión de Estado
Lo cierto es que cuando surge esta pregunta y se la formulan a los profesionales de la infancia (profesores, psicólogos, logopedas…), lo que están queriendo decir es: “¿Deberíamos colaborar para hacer que el cerebro de nuestro hijo desarrolle a lo largo de su vida un pensamiento rico y diferente o deberíamos limitar las capacidades de desarrollo de su cerebro para que crezca con un pensamiento único y exactamente igual al nuestro?
Es a partir de este punto que comienza la guerra lingüística… y a veces se convierte en un asunto personal.
A partir de ese momento, comienza la gran dicotomía, una especia de guerra lingüística, algo que se acaba convirtiendo en un asunto muy personal para las familias.
Las respuestas tipo
Los argumentos son variados. La opinión de los pediatras suele ser: «Eso es demasiado para un niño”. Mientras, los logopedas dicen: “Si su hijo no conoce el vocabulario básico que hemos creado en nuestras guías, tiene un problema ”. La mayoría de las veces, los padres se toman al pie de la letra la palabra de los profesionales.
Por otro lado, están las escuelas. ¿Qué está pasando con el sistema educativo? ¿Cómo se trata este asunto en un lugar al que los niños asisten a diario? En algunos países, el sistema escolar no aconseja, sino que impone, incluso ejerce una gran presión sobre las familias para disuadirlas de transmitir su lengua materna a los niños.
Los argumentos que se esgrimen suelen ser que el niño confundirá los idiomas, tendrá dificultades para asimilar los contenidos académicos, repetirá curso, tendrá un retraso en su aprendizaje, le abrirán expediente… Un escenario de pesadilla.
Como madre y lingüista, durante años he escuchado historias de otras madres que lamentaban haber alejado a sus hijos de sus propios idiomas y culturas, y testimonios de los que optaron por el disimulo, ocultando el bi o el trilingüismo de sus hijos a ciertas instituciones que consideraban reacias.
Desde planteamientos pedagógicos opuestos, la respuesta preferida de los educadores de mente abierta a la pregunta de cuándo es el mejor momento para enseñar a los niños un segundo idioma es “lo antes posible”, lo que, ciertamente, está avalado por la investigación. Sin embargo, aquí debemos tener cuidado con las palabras que usamos para designar este proceso.
Adquisición o aprendizaje
Desde un punto de vista lingüístico, el estudio del aprendizaje difiere completamente del de la adquisición. La adquisición del lenguaje del niño comienza tan pronto como el sistema auditivo envía datos al cerebro para que sean tratados. Por el contrario, aprender un idioma requiere la organización de mecanismos voluntarios que requieren mucho esfuerzo.
Un niño que esté expuesto a un segundo idioma a los dos, tres, cuatro o cinco años tendrá que hacer verdaderos esfuerzos para integrar el conjunto de estructuras que forman parte del nuevo sistema lingüístico. Este niño, no obstante, estará aprendiendo con más facilidad que un adulto.
¿Qué dice la ciencia?
- El estudio sobre la “reactividad cardíaca en el feto” (Lecanuet, Granier-Deferre, De Casper, Maugeais, Andrieu, Busnel, 1987) sugiere que desde los seis meses de la etapa fetal el cerebro ya procesa los sonidos del habla.
- Por su parte, un estudio sobre “los indicios de preferencia auditiva para los contornos prosódicos de la voz de la madre” (Mehler, Bertoncini, Barrière et Jassik-Gerchenfeld, 1978) muestra en el bebé preferencias relacionadas con la entonación y con el hecho de que se trata de la voz de su madre, cuando la voz materna se presenta en competencia con la de otra madre que habla con su bebé.
- Varios experimentos (Jusczyk, 1985) demostraron que los bebés con tres o cuatro días de vida pueden discriminar las voces y el modo de articulación que da identidad a cada fonema.
- El método de “succión de alta amplitud” (E. Siqueland et C. Delucia en 1969) revela que a partir del cuarto mes, el bebé ya puede diferenciar los fonemas de su lengua por su diferencia acústica: pa es diferente de ba, y también cuando “esta diferencia coloca estas sílabas en una parte y en otra de una frontera cercana a las variaciones fonéticas producidas por los adultos”.
- Los experimentos han demostrado que a los cuatro meses y medio, los bebés están más atentos a escuchar su propio nombre que el nombre de otros bebés, por el procedimiento de mirar hacia la dirección de quien los esté pronunciando (Mandel, Jusczyk et Pisoni).
- También a partir del cuarto mes, el llamado “procedimiento de preferencia de rotación de la cabeza” muestra que el bebé tiende a girar la cabeza hacia el lado en el que escucha un sonido que le es familiar.
- En este mismo contexto, el bebé también es capaz de discriminar el contraste entre dos sílabas (Werker et Tees).
¿Y qué sugieren estos resultados?
Pues que un niño que está expuesto repetidamente a más de un sistema lingüístico en sus últimos meses en el útero habrá adquirido más de un idioma de forma natural y sin esfuerzo.
Además, hay que tener en cuenta un factor muy importante: estos estudios se basan en experimentos realizados en fetos y bebés de los años ochenta… ¿Cómo funcionarán en el cerebro de los bebés de 2021?
Yelly Hernandez, Docteur en Sciences du Langage, Laboratoire MoDyCo, Université de Paris
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.