8 mujeres extrañas (1) Artemisia Gentileschi: los colores de la rabia

El episodio de Susana y los dos ancianos llenos de lascivia que se acercan a ella dispuestos a violarla inspiró una y otra vez a los mayores artistas del Renacimiento y del Barroco… pero eso no debería extrañarnos. .

En esta serie de 8 Mujeres Extrañas que comenzamos como conmemoración del 8 de Marzo, Día Internacional de las Mujeres, nos acercaremos mensualmente a personajes cuyas vidas y obras no conocemos lo suficiente.

En esa historia, que forma parte del Libro de Daniel, Susana es una bella y virtuosa joven recién casada que es acosada por dos viejos sacerdotes mientras se baña desnuda en su jardín. Los dos viejos la amenazan con denunciar que la han encontrado con un amante si no se entrega a ellos, y la situación fue una oportunidad irresistible para que pintores de la talla de Tintoretto o Rubens ejercieran un cierto tipo de voyerismo que permitía contraponer un cuerpo femenino y joven con los rostros decrépitos de quienes la acosan.

Ofrecía además la posibilidad de jugar con expresiones, gestos, movimientos, telas translúcidas, cabelleras… Era, para el Barroco, la escena perfecta. Y tratándose de un relato bíblico, sus representaciones, aún las más cargadas de erotisimo, estaban justificadas.

Los meandros de la imaginación maculina

Tintoretto plasmó en la tela a una Susana recién salida del agua, que se seca cuidadosamente una pierna, todavía ajena al peligro que el espectador puede percibir, ya que los dos viejos de mirada lasciva la observan escondidos tras una cerca.

Rembrandt, por su parte, imaginó a una Susana que nos mira directamente a los ojos mientras uno de los ancianos tironea de la toalla blanca que la cubre. Parece más sorprendida por nuestra presencia que por lo que está sucediendo.

Alessandro Allori representó una Susana sonriente que disfruta el deseo irrefrenable de los viejos, a los que parece atraer hacia sus labios o su entrepierna.

Las Susanas de Rubens (porque pintó varias) parecen siempre indefensas y sorprendidas, como si no entendieran lo que tratan de hacer esos dos hombres que les ordenan hacer silencio mientras les quitan la ropa.

Son representaciones variadísimas, realizadas desde una perspectiva predadora y  signadas por un elemento que les es común. Hay ignorancia de lo que ocurre, sorpresa, incredulidad, indefensión y hasta actitudes provocativas (porque en algunas de esas representaciones masculinas Susana parece estar muy a gusto con el acoso de los viejos), pero falta el miedo auténtico.

Susana desde el punto de vista de la agredida

La Susana que Artemisia Gentileschi pintó con tan sólo 17 años es diferente a todas las demás. La técnica, el uso del color, la búsqueda de los excesos esteticistas del Barroco están allí, por supuesto.

Pero en sus ojos y en sus gestos no hay sumisión ni sorpresa. Es la imagen de alguien plenamente consciente de lo que sucederá. La mujer que sabe que su gesto de defensa será inútil y se tapa la cara para no ver la cara de los dos viejos que la agreden. Como destacó Mary Garrard en su obra Artemisia Gentileschi: The Image of the Female Hero in Italian Baroque Art, se trata de la primera vez en la historia del arte en que una agresión sexual nos llega a través de la mirada de una mujer, y se trata además de la perspectiva de una mujer que, aún adolescente, no sólo ha sido violada, sino que además ha sufrido tortura por haberlo denunciado.

Y si en esta Susana de su juventud Artemisia ya está dejando traslucir esa experiencia, en el resto de su obra irá creando (para sorpresa de una época en la que las mujeres no se expresaban y mucho menos a través del arte) una estética de la resistencia a los abusos sexuales y los abusos de poder. Una estética salvaje y vengadora, atravesada por la rabia.

La furia y el poder

Dos mujeres sujetan a un hombre sobre una cama. El hombre intenta aún apartar a una de ellas con un brazo que ha perdido toda su fuerza. En el rictus de sus labios vemos que ya sabe que toda resistencia será inútil. La mujer que está en segundo plano, de rostro imperturbable, aplasta el cuerpo del hombre y lo mantiene inmóvil. La otra, con una de sus manos tira del pelo del moribundo para que su garganta quede expuesta mientras con la otra, que empuña una daga lo decapita con la prolijidad y la saña de quien ha estado deseando mucho tiempo vivir ese momento. La sangre mana y se derrama sobre las sábanas mientras la hoja afilada avanza sin piedad. Mirándola casi se puede escuchar el sonido levísimo de la carne al abrirse.

Si bien la pintura está inspirada en un episodio del Antiguo Testamento en la que Judith, una bella viuda israelita mata al general asirio Holofernes, sabemos que tanto el hombre moribundo como quien lo desangra meticulosamente tienen otros nombres y sobre todo otras historias. Han sobrevivido dos pinturas casi idénticas de esta escena, como si su autora hubiera sentido la necesidad de recrearla como solemos recrear los escenarios de nuestras pesadillas. Artemisia no sólo se retrató a sí misma decapitando a este hombre, sino que lo hizo dos veces. Porque una, evidentemente, no bastaba.

Él hombre cuya cabeza está siendo arrancada de cuajo se llama Agostino Tassi y es un artista de segundo orden en la Italia del Barroco. Trabajaba en 1611 como empleado de otro pintor, Orazio Gentileschi en la decoración de un palacio romano pero un día, junto con otro hombre, Cuosimo Quoerli, penetró en la casa de Orazio y violó a su hija adolescente.

La mujer que lo decapita, idéntica a los autorretratos que de ella se conocen es -ya lo hemos dicho-, la propia Artemisia, que no sólo padeció la violación y la vergüenza consiguiente, sino que fue además torturada durante el juicio con un instrumento, la sibille, utilizado en la época para asegurarse de que una acusación como la suya, fuese verdad. La tortura para respadar la denuncia; un método ideal para que a las mujeres de la época no se les ocurriera denunciar a sus violadores.

La superación y la trascendencia

Artemisia Gentileschi, que había nacido en 1593, fue una de las primeras mujeres en desarrollar una carrera exitosa en el terreno de las artes plásticas. Las artes eran por entonces, y lo siguieron siendo prácticamente hasta nuestros días, actividades reservadas a los hombres. En el salvaje mundo del arte del Renacimiento y el Barroco, los artistas eran ricos, arrogantes, y podían hacer casi cualquier cosa que quisieran con total impunidad, como lo hizo Agostino Tassi. Pero además los gremios, entre ellos los de artistas, prohibían el acceso a las mujeres, por lo que les era prácticamente imposible aprender los secretos de la profesión.

Sin embargo Artemisia pudo formarse en el taller de su padre, superó el episodio de su violación y desarrolló una obra única no sólo por sus características formales (el uso de los colores, el valor que en su obra tienen los claroscuros, o la plasticidad y la vida de los movimientos) sino por su contenido autobiográfico y narrativo.

Pero además se destaca por algo que comenzó a llamar la atención hace muy poco tiempo y que merece ser destacado en esta serie de 8 Mujeres Extrañas que hemos iniciado: el rol que en sus pinturas juegan los personajes femeninos.

Han llegado hasta hoy casi 60 de las obras que Artemisia Gentileschi pintó entre 1613, a los 17 años y 1650, dos años antes de su muerte. Y en el 94% de ellas, las mujeres son protagonistas u ocupan un lugar de igualdad con los hombres.

Son mujeres autónomas que se adueñan de la escena. Mujeres llenas de determinación que llenan los espacios, no como figuras que están allí, pasivamente, para ser contempladas, sino como protagonistas autoconcientes y admirables… y, en ocasiones, antagonistas trascendentes y feroces.