En notas anteriores nos hemos acercado a varias de figuras emblemáticas que hicieron su entrada en el despacho oval desde el que Joe Biden intentará resituar a su país en relación al resto de las naciones y respecto a su propia historia. Para finalizar, y porque no todo podían ser rosas, nos preguntaremos por el sentido de la presencia allí de Harry Truman, un personaje estremecedor. .
Como vimos en las notas anteriores, tanto la llegada como la salida de bustos o retratos a un espacio de esas características implica la construcción cuidadosa de una escenografía que habla sin palabras y envía mensajes en silencio. Una escenografía que denota, da a entender, aplaca, sugiere, vincula o amenaza… con sólo elegir qué se recuerda y qué se prefiere olvidar.
Así, se entiende la anulación de la doble presencia de Andrew Jackson y se comprenden la permamencia de Martin Luther King, el ingreso de Rosa Parks, o la llegada y sobre todo la sugerente ubicación del busto de César Chávez que vimos en las tres primeras entregas de esta serie.
Desde el punto de vista simbólico esos movimientos de figuras históricas dan cuenta de una toma de distancia con las tradiciones supremacistas y esclavistas, el reconocimiento de quienes dedicaron sus vidas o las sacrificaron a la lucha contra el segregacionismo y la promoción de los derechos civiles y, en el caso de Chávez, se destaca la puesta en valor de los lazos que ligaron durante los años 60 y 70 del pasado siglo, a los activistas hispanos con el Partido Demócrata.
La interpretación de cuál es el mensaje que el equipo comunicacional del nuevo gobierno estadounidense intenta trasmitir (y a quiénes y con qué objeto) a través de la ubicación de diferentes elementos simbólicos en el despacho presidencial, no es una ciencia exacta, pero aunque no podamos sumar dos mas dos y decir que el resultado es 4, sí podemos llegar a conclusiones plausibles o al menos sí podemos buscar respuestas.
Y la pregunta pendiente, entonces, es ¿por qué Harry Truman? ¿Cuál sería el mensaje que se ha querido trasmitir, a quiénes, y con qué objeto?
Un hombre controversial en un momento clave de la historia
Harry Truman fue un político sin demasiado brillo, a quien hasta 1945 se tenía como poco más que un entusiasta del poker, las palabrotas y el bourbon, y cuyo única actuación recordable había sido presidir una exitosa comisión que investigó casos de corrupción en los años ’40.
Llegó a la presidencia de los Estados Unidos tras la muerte inesperada de F. D. Roosevelt pocos meses antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial y, en un lapso de menos de una década, transformó al último país en haberse involucrado en el conflicto, en el que mejor parado salía de él.
Cuatro meses después de haber asumido la presidencia, se hizo cargo de una decisión que configuró lo que hoy llamaríamos un acto de terrorismo (el que arrojó la mayor cantidad de víctimas de toda la h: el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre la población civil de dos ciudades japonesas en los días previos a la rendición de ese país, con un saldo de más de 200.000 muertos durante los minutos siguientes a los ataques y un número difícil de determinar de víctimas que a lo largo de los años siguientes aún sufrían sus secuelas.
Se adujo en aquel momento y (Harry Truman siempre lo sostuvo así) que gracias al shock sufrido por Japón (y por el mundo) tras la destrucción de Hiroshima y Nagasaky el 6 y el 9 de agosto de 1945, la guerra había concluido más rápidamente de lo esperado, y que gracias a eso se habían salvado las vidas de miles de soldados norteamericanos.
Sin embargo, investigaciones posteriores sostienen que Japón estaba preparando su rendición y que el ataque ruso sobre Manchuria que se produjo tres días después habría forzado esa rendición, por lo que el arrojar aquellas bombas habría tenido sólo objetivos geoestratégicos: demostrar que existía un arma nueva y que los EEUU estaban dispuestos a usarla sin que el costo en vidas estuviera incluído en el cálculo.
Dos meses antes Truman había sido informado de las características de aquella nueva arma y había escrito en su diario: «We have discovered the most terrible bomb in the history of the world. It may be the fire destruction prophesied in the Euphrates Valley Era, after Noah and his fabulous Ark.», lo que da la pauta de que no ignoraba los efectos que tendría su decisión pero sentía que el poder que tenía en sus manos lindaba con lo sagrado y lo místico.
Truman jamás mostró, hasta su muerte, remordimiento alguno. Ni siquiera dudas. Lo que sucede en el minuto 2:30 de la grabación de su famoso discurso da cuenta de hasta qué punto era moralmente impermeable.
Tras esa barbaridad y hasta el fin de su gobierno en 1953, cuando fue sustituído por el republicano Dwight Eisenhower, se desarrollaron una serie de herramientas tendientes a la consolidación de los EEUU como poder hegemónico global de las cuales vale la pena recordar al menos tres.
– Se impulsó un intervencionismo creciente en los asuntos de otros estados con la creación de la CIA.
– Se dieron los pasos iniciales de lo que durante décadas se conoció como Guerra Fría, primero con la intervención armada en Grecia y Turquía y luego con la creación del Plan Marshall, para que la recuperación económica de Europa impidiera la llegada al poder de partidos políticos afines a la Unión Soviética.
– Apoyó militarmente la separación de Taiwan de China al tiempo que las fuerzas armadas de su país se involucraban plenamente en la guerra desatada en Corea, sentando las bases para la posterior intervención en Viet-Nam, y creando un conflicto regional que tras 70 años aún no tiene solución.
Los misterios de un busto ¿inspirador?
Por supuesto, la gestión de Truman no se limitó a la inauguración de un nuevo superpoder extraterritorial. En política interna, por ejemplo, cabe mencionar reformas en las políticas de empleo, vivienda y seguridad social, en lo que fue una continuación del New Deal de F. D. Roosevelt. Además firmó, en 1947, la orden ejecutiva que dio nacimiento a lo que luego se conoció como «macartismo», aunque luego, justo es decirlo, lamentó todas las injusticias y arbitrariedades que se cometieron a su amparo.
Pero seguramente no fueron esas políticas domésticas, que no se destacaron por nada demasiado singular, las que el equipo de Joe Biden consideró inspiradoras cuando decidió introducir la figura de Harry Truman en el salón oval.
Fue en su período de gobierno cuando se desarrollaron e hipertrofiaron todos los elementos característicos del intervencionismo y el militarismo estadounidenses que, traducidos a la cultura popular, nos legó ese estereotipo que vemos en la imagen que hemos elegido para encabezar esta nota: el militar americano que debe abandonar su tierra de paz y democracia para proteger la libertad de los débiles e inocentes en cualquier lugar del mundo, venciendo, con voluntad y arrojo, a las huestes poderosas y oscuras del mal. Una imagen heroica que ya conocíamos en su versión «frontier man», pero que a partir de la década de los 50’s, toma por asalto las estanterías de libros baratos, las pantallas de cine y de TV de todo el mundo, y los discursos de patriotismo convencido con los que Américia se celebra a sí misma.
En un escenario como el de hoy, en momentos en que el nuevo presidente de los EEUU anuncia que su país vuelve para ocupar no un lugar cualquiera en la mesa de las relaciones internacionales sino la cabecera, y cuando sus más estrechos colaboradores retoman una retórica en la que la palabra «amenaza» se repite como un mantra a propósito de todo, es muy difícil creer que le elección del busto de Harry Truman haya estado motivada en razones puramente decorativas.
De mismo modo, sería muy difícil aceptar que se le colocó allí, como se ha especulado, porque él y Joe Biden se parecen por haber sido vicepresidente antes de haber llegado a la presidencia. No fue él el único… y a nadie se lo homenajea por haber llegado a ser presidente de modo accidental.
Los bustos de Rosa Parks y César Chávez en el despacho oval pueden ser leídos en una clave interpretativa que vincula sus vidas y sus acciones con lo que el gobierno de Joe Biden desea mostrar como parte de la identidad del Partido Demócrata, y de lo que ha anunciado que será su gestión en temas internos.
Están allí como elementos inspiradores en eso que se ha dado en llamar «Batalla por el Alma de América».
No parece lógico entonces que no pueda establecerse una clave interpretativa similar para explicar el vínculo entre la reaparición de Harry Truman en el despacho oval, y la problemática que EEUU enfrenta en el plano internacional. Porque allí también América cree que está en juego su alma o al menos su poder.
De acuerdo a un reciente artículo: Rethinking the US-China Fight: Does China really threaten American Power abroad?, Andrew Latham, catedrático de Ciencias Políticas en el Macalister College, reconoce: «The post-World War II international order, built to promote economic cooperation and avoid war, may not be able to withstand the stress of China’s mounting challenges from within. A war between the West and China is still a remote possibility, but perhaps not as remote as it once seemed.»
Vale la pena notar que el articulista nos habla de la amenaza china al «American power», pero luego, para hacer referencia a la posibilidad de una guerra, involucra a esa vaga entidad detrás de la cual su país suele escudar sus intervenciones miltares: «the West» o «the western hemisphere» (lo que, por supuesto, ¡nos incluye!!)
Quienes decidieron reinstalar el busto de Truman en el escenario presidencial -y por eso el gesto resulta preocupante- conocen su vida y sus hechos. Y conocen además hasta dónde podría llegar su país, mejor que nosotros.