Quizás lo más significativo en la retórica que se utiliza para negar la posibilidad de que existan “paids sick days” en la provincia de Ontario, sea el uso monocorde y reiterativo de la expresión “taxpayers dollars”. ¿Será en la naturalización de ese concepto donde podríamos encontrar el origen del problema? .
Los “paid sick days” han sido reclamados por funcionarios de la salud provincial y por referentes políticos y de la sociedad civil una y otra vez, y tratándose Ontario de la provincia con el mayor número de casos de Covid-19 del país, la postura de Doug Ford refleja una incompetencia y una insensibilidad fuera de lo común.
Su respuesta el martes 16 para el programa matinal de CTV no deja lugar a dudas acerca de lo que el premier considera un argumento definitorio:
We aren’t going to duplicate and waste taxpayer’s money, double-dipping into their pockets … Why would I go, or any premier go, into the pockets of the taxpayers and say, by the way, since the federal program isn’t working that well, we’re gonna put a program, we’re gonna ask you for money? It’s unacceptable, it’s not prudent, it’s not fiscally prudent and it’s totally irresponsible for any government to do that.”
Bien mirada, no hay en esa respuesta la menor mención a la situación de emergencia que atravesamos ni la más mínima intención de negar la necesidad de lo que se reclama.
Tampoco aduce el Premier que ese dinero no exista. Su argumento se sostiene en un elemento que aunque nos pueda asquear, tiene una lógica interna imperturbable, basada en un concepto que en Canadá se maneja con una asiduidad desconcertante: los “taxpayers dollars”.
Un concepto que está además acompañado con la idea de que ese dinero está en los bolsillos de alguien hasta el momento en que un gobernante imprudente y pródigo introduce su mano donde no debe.
Si en realidad el dinero que el gobierno recibe siguiera siendo “dinero de los contribuyentes” después de que el gobierno lo ha recibido, la posición de Doug Ford y de quienes lo acompañan (que no son pocos) tendría algún sentido. Estarían, según ellos, administrando dinero ajeno y por esa razón, deben atenerse a reglas fiscales estrictas y cuidadosas.
“Darle” ese dinero ajeno a otras personas para que no trabajen, aún en el caso de que estén enfermas, es algo a lo que los conservadores de cualquier parte del mundo han sido y siguen siendo reacios. No se trata de un mero capricho sino de una ideología que hace del egoísmo un derecho y de la tacañería una virtud.
Se puede argumentar, como en realidad se hace desde los sectores más progresistas, que el dinero disponible es suficiente, que no se trata de una doble imposición, y que la necesidad es imperiosa y real. Y es verdad.
Pero para que esas tres razones adquieran contundencia real y funcionen como una alternativa al sentido común establecido, es necesario desmontar antes la idea de que ese dinero le pertenece a quien lo aportó.
En realidad, pagar impuestos no es algo que alguien hace por algún sentimiento caritativo especial sino que se trata de una obligación y una vez que un contribuyente ha hecho efectivo su aporte a las arcas públicas, el dinero ya no es suyo. Insistir en la idea de que se está gastando su dinero, sólo tiene sentido para quien, en virtud de su ideología, necesita negar lo público.
Porque ese dinero ya no es del contribuyente sino que es dinero público. Es dinero del Estado, que para algo existe. Es dinero que no se recauda para ser ahorrado. Por el contrario, es dinero de todos que debería ser utilizado, en especial en situaciones de emergencia, para asegurar que todos disfrutemos de derechos mínimos.
Dinero público y taxpayer dollars no son lo mismo. Son conceptos antagónicos y eso es algo que debería hacer carne en el discurso progresista, aunque por lo visto en Canadá no es algo fácil de conseguir.
La existencia ideal de los taxpayer dollars y la pretensión de que fiscalidad responsable equivale a no gastarlos justifica la existencia de gobernantes que en lugar de hacerse responsables por la sociedad cuyos bienes administran, se dedican a fingir que ahorran, como si fueran tenderos. El dinero público, por el contrario, requiere gobiernos dispuestos a invertirlo en el bienestar de sus mandantes.
Con dinero público se construye ciudadanía con derechos, con taxpayers dollars se atienden necesidades de los súbditos siempre y cuando los gobiernos lo estimen conveniente y sólo a condición de que el costo no sea demasiado alto.
Y cuando quienes desean oponerse a la ideología conservadora que está detrás del ¿razonamiento? de alguien como el Premier de Ontario utilizan acríticamente sus mismos conceptos, caen en una trampa de la cual después es muy trabajoso escapar.
En una próxima nota intentaremos distinguir las diferencias entre dos de las palabras que hemos utilizado: derechos y necesidades, porque también podrían útiles para comprender por qué existe Doug Ford.