El domingo 7 de febrero pudo haber sido para los haitianos una jornada acompañada de buenos recuerdos -dentro del clima de desolación y miseria en que la inmensa mayoría de ellos vive desde el día en que nacen hasta el día en que la muerte se los lleva. Pero no lo fue.
¿Te has preguntado si algo de eso tiene que ver contigo? .
Un 7 de febrero, pero de 1986, había caído la dictadura de los Duvalier, que desde el año 1957, con el consentimiento y el apoyo continuado de los EEUU, saqueó y vandalizó ese país del que ya quedaba por entonces bien poco.
De la primera experiencia republicana en América Latina, de la única revolución de esclavos triunfante de toda la historia, quedaba a mediados del siglo XX, muy poco. Habían transcurrido 150 años de agresiones militares, bloqueos, sanciones y super-explotación que zarpazo tras zarpazo hicieron imposible la institucionalización del país. De Haití había quedado sólo lo que el mundo occidental había dejado en pie: una economía de subsistencia y gente que se resiste a perder su humanidad a pesar de todos los esfuerzos que la comunidad internacional realiza para que la pierda.
Aquello fue lo que recibió Francois Duvalier tras las elecciones de 1957. Aquello fue lo que se dedicaron a destrozar primero el padre y luego su hijo a lo largo de casi 30 años. Y cuando finalmente Jean Claude fue derrocado por un levantamiento popular en 1986, aquello era lo que había. Un país arrasado que desde entonces ha debido pagar cada una de las miserables ayudas que recibe tras desastres naturales o crisis provocadas con vejaciones de todo tipo. Un país en el que, ahora que sobre las superficie no queda casi nada, empresas como las la Eurasian Minerals y la Newmont Mining Corporation arrancan el oro, la plata, el cobre y los metales raros que guarda el subsuelo.
Por esa razón, porque la historia se repite, el 7 de febrero, no fue posible en Haití recordar el fin de aquella dictadura porque en ese preciso momento había otra que se proponía continuar. Jovenel Moïse, un empresario que en 2015 había sido declarado triunfador en una elecciones boycoteadas por el 80% del cuerpo electoral, ahora reclama seguir en el poder más allá del fin de su mandato.
Moïse había sido propuesto en aquella oportunidad por Michel Martelly, el líder del Parti Haïtiene Tèt Kale. Martelly, un ex-cantante y dueño de locales de diversión en asociación con ex-jefes de policía y del ejército de la dictadura de Duvalier había participado de los golpes de Estado de 1991 y 2004 en contra del Presidente constitucional Jean-Bertrand Aristide. Más adelante, inmeditamente después del devastador terremoto de 2010, Martelly se presentó a las elecciones con una formación política, Repons Peyizan, que pese al apoyo tanto de Bill Clinton como de su esposa, la por entonces Secretaria de Estado de Barak Obama, Hillary Clinton, quedó relegada a un tercer lugar.
Sin embargo la OEA, con los votos decisivos de Washington y de Ottawa (que participó activamente en ese proceso), dictaminó que había existido un fraude y a resultas de ello y tras una segunda vuelta realizada sin la necesaria supervisión internacional, Michel Martelly asumió el poder en 2011.
Su gobierno se caracterizó por un manejo opaco de los fondos que el país recibía para la reconstrucción posterior al terremoto y por los escándalos de corrupción que salpicaron tanto a los integrantes de su gobierno como a empresarios extranjeros, por las contínuas protestas derivadas de la pobreza y la marginación creciente, y finalmente, en 2015, por los manejos fraudulentos que derivaron en la llegada al poder de Jovenel Moïse.
Moïse realizó reformas constitucionales en flagrante violación a la ley para posibilitar su permanencia en el poder, organizó bandas paramilitares similares a las tristemente célebres Tontons Macoutes, y culminó el camino seguido por su antecesor: una nueva edición la infamia que podríamos llamar «Duvalierismo extremo».
Importa destacar que como suele suceder en estos casos, ni Martelly ni Moïse estuvieron solos durante todos estos años. Y es doblemente importante, porque una parte del apoyo recibido por el gobierno que ahora se niega a retirarse, ha sido realizado con las vestiduras de la cooperación y la caridad, y ha sido realizado en nuestro nombre.
Como dice el periodiste Ives Engler en su nota The Dark side of Canada`s role in Haiti publicada en Candian dimension
Ottawa backed Martelly diplomatically and financially throughout his presidency, including when he sought to ensure a relatively obscure businessman replaced him. Since then, Canada has provided almost unquestioned support for Moïse. Ottawa has also ploughed tens of millions of dollars into the Haitian police and prison system in recent years, while promoting a police force that violently repressed anti-Moïse protests.
Indeed, the ghosts of dictators “Papa Doc” and “Baby Doc” Duvalier still haunt Haiti, yet Canada seems willing to support a return of their methods in the Caribbean nation.
It may be hard to imagine that Ottawa would promote the revival of such a notorious dictatorship. But it shouldn’t be. Ottawa enabled a young Jean-Claude Duvalier to take over after his father died, and Canada was among the leading financial contributors to Haiti throughout his 15-year rule.
Engler en su nota documenta ampliamente lo largas y continuadas que han sido las relaciones entre diferentes administraciones canadienses y los peores regímenes dictatoriales de Haití y termina de este modo:
«35 years later, not much has changed. After forcing Duvalier out, Haitians struggling for a more just and democratic society face a similar predicament. They not only have to contend with the power of their own ruling elite, but they are also up against Canada and the US.
Canadians of conscience should support those mobilizing in Haiti today against creeping Duvalierism. It is the least we can do to make up for the shameful role this country has played in that impoverished nation.»
Este 7 de febrero fue entonces para los haitianos y haitianas que salieron a las calles para hacer oir su voz de rechazo a un aprendiz de dictador que quiere seguir haciendo daño por tiempo indefinido, un día más de enfrentamiento no sólo a las fuerzas armadas y entrenadas para acallarlos sino, fundamentalmente, contra los poderes que desde la seguridad y la riqueza las sostienen (incluso en nuestro nombre).