Cuando los habituales elementos de análisis parecen fallar, hay algo que ayuda a contextualizar los fenómenos políticos: la geografía.
La geografía nos da un marco de comprensión que se relaciona con el clima, los suelos, la economía, la historia, y sobre todo con los seres humanos que en esa geografía conviven. .
Por esa razón trataremos de acercarnos brevemente a algunos aspectos geográficos y del pasado reciente que nos ayuden a contextualizar la compleja realidad política que hoy vive Ecuador. .
De las elecciones del 7 de febrero ha surgido un panorama claro en algunos sentidos y sumamente confuso en otros. Sabemos, por ejemplo, quién perdió: Lenin Moreno y lo que podríamos llamar, con un poco de generosidad, las “políticas pro-mercado” que llevó adelante.
Pero en este caso, conocer quién perdió no nos permite aventurar quién podría ganar, ni en alianza con quiénes, ni a qué precio.
Dos mapas diferentes pero similares
Veamos los siguientes mapas, aunque haciendo la salvedad de que reflejan situaciones diferentes (un balotaje y una primera vuelta). Por esa razón no son absolutamente comparables, aunque sí permiten advertir similitudes interesantes. Por cuestiones de espacio, no hemos considerado el territorio insular (Galápagos), que dada su baja población no incide en los resultados generales.
En el mapa de la izquierda, podemos ver los resultados de la segunda vuelta electoral de 2017, que se dirimió entre los dos candidatos triunfadores en primera instancia: Lenin Moreno y Guillermo Lasso.
Lenin Moreno fue en ese momento y por muy poco tiempo, el “heredero” de Rafael Correa, para pasar a ser, en cuestión de pocos meses e inmediatamente después de su triunfo, uno de los casos de transfiguración ideológica más sorprendentes de la historia del continente.
Durante su gestión, Lenin Moreno retiró cuanto le fue posible al Estado de la economía, endeudó al país con resultados similares a los que tuvo Mauricio Macri en la Argentina, deconstruyó la UNASUR, respaldó al Grupo de Lima en sus ensoñaciones de intervención militar en Venezuela, abandonó a Assange a su suerte, y logró que, antes de la Covid-19, la deuda pública se elevara en un 20%. En 2019, para complacer al FMI, debió enfrentar uno de los mayores alzamientos populares que vivió el país en décadas, tuvo desaciertos antológicos frente a la pandemia en 2020, y a sólo tres semanas de las elecciones del 7 de febrero -y cuando a Donald Trump le restaba sólo una semana de gobierno-, suscribió con los EEUU un acuerdo económico que haría sonrojar al peor de los ingenuos.
El otro participante de aquel balotaje, Guillermo Lasso, un ex-banquero volcado a la arena política, era y sigue siendo un abanderado del liberalismo económico, la cesión de soberanía a cambio de inversiones, y las desregulaciones laborales. Perdió en aquella instancia por poco más de dos puntos porcentuales, aunque durante los 4 años siguientes pudo ver, seguramente con el mismo asombro que el resto del país, cómo su oponente se transformaba en su alter ego y sufría (y le hacía sufrir a sus compatriotas) las consecuencias.
El mapa muestra la polarización obvia de un balotaje. Pero a eso se le agrega una circunstancia especial: la distribución del voto en dos zonas nítidamente contrapuestas. Esas dos zonas están separadas por algo que el mapa no nos muestra, pero que sabemos que está allí, determinando a la política: la cordillera.
El mapa de la derecha, en cambio, muestra los resultados electorales del 7 de febrero de de este año.
En esta oportunidad hubo 16 candidatos, 15 de los cuales eran hombres. Pese a la fragmentación de las propuestas sólo 4 tuvieron resultados dignos de mención. Esos 4 candidatos acumulan el 86% del total de los sufragios.
A uno de esos 4 candidatos, Guillermo Lasso, ya lo conocemos porque lo hemos visto en el mapa anterior. Su ubicación en el espectro político es claramente la derecha y ha obtenido esta vez algo más del 19% de los apoyos.
Los restantes son Xavier Hervas (16%), Yaku Pérez, (19%) y Andrés Arauz, la cabeza de la fuerza política que se plantea un regreso a las políticas de Rafae Correa (32%). Todos ellos se autoidentifican con algún tipo de izquierda y obtuvieron, si se se los suma, el 66% de la votación total.
Es interesante destacar esto porque en un escenario electoral clásico, ya sabríamos con seguridad quién triunfará en el balotaje del 20 de abril pero, como veremos, bien podría suceder en Ecuador todo lo contrario a lo que la razón indica.
Geografía, demografía y votos
Los mapas que estamos observando sólo muestran a los ganadores en cada una de las 23 provincias que conforman el territorio continental del país, en dos elecciones que, como veíamos antes, tienen características diferentes. Pero además, son dos elecciones separadas entre si por cuatro años de un gobierno desastroso a los que se sumó una pandemia brutal, y sólo uno de los candidatos de la primera elección lo sigue siendo en la segunda. ¿Por qué entonces el interés en compararlos?
En primer lugar porque el mapa con los resultados de la primera vuelta del 7 de febrero muestran un escenario casi idéntico al de un balotaje, y esto no es común. Sólo los resultados de 2 de las 23 provincias consideradas (Pichincha y Carchi) nos permiten sustraernos a la sensación de que esta primera vuelta de las elecciones de Ecuador no ha sido un balotaje.
En segundo lugar, porque nos permiten apreciar una realidad que muchas veces las cifras no muestran; el modo en el que la geografía y los estilos de vida de quienes la habitan, determinan la política.
Porque en este segundo mapa también podríamos señalar por dónde discurre la cordillera y dónde están las tres regiones básicas del Ecuador (Costa, Sierra y Amazonía) casi sin equivocarnos, con sólo ver que sus habitantes votan mayoritariamente opciones diferentes. Podríamos incluso señalar en el segundo mapa dónde está la capital, Quito, aunque no lo supiéramos.
No podemos ahondar en esos temas, pero bien vale tener en cuenta que cuando una persona introduce una papeleta en una urna de votación, se ponen en juego elementos que van mucho más allá que su racionalidad o sus intereses inmediatos, y conviene no perder eso de vista sin queremos entender la complejidad de las decisiones que enfrentarán a los ecuatorianos el próximo 12 de abril.
Geografía, pecados y pecadores en un proceso incierto
En esa geografía social y política que nos muestran ambos mapas vemos que las zonas del litoral y la sierra, las más desarrolladas desde el punto de vista económico y las más pobladas, hubo una mayoría favorable al correísmo en ambas vueltas de 2017 y, aunque disminuída, la sigue habiendo hoy. En un marco de fragmentación de las propuestas autodefinidas como de izquierda, un 32% no es un resultado ideal pero podría ser (teóricamente) un buen piso hacia el balotaje.
Veamos además que en las regiones en las que en el balotaje de 2017 había triunfado Guillermo Lasso, en 2021, vuelve a triunfar un adversario claro del correísmo… pero con un cambio fundamental respecto a la situación anterior.
Esta vez se trata de Yaku Pérez, el primer indígena en alcanzar una votación de ese calado, activista medioambiental y por los derechos humanos, abogado y miembro de la rama política de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), el partido Pachakutik. Yaku Pérez, alguien a quien las encuestas daban un mero 10% del total, se ha alzado con un apoyo que casi duplicó lo pronosticado y se ha transformado en una figura decisiva.
Sin embargo, lo extenso de su predominio cuando miramos el mapa, esconde una situación particular que le suma una complejidad adicional a la actual situación. Yaku Pérez ha triunfado en las provincias con menor desndidad poblacional del este del país. Guillermo Lasso, en cambio, ha conseguido la mayoría en una sóla de las 23 provincias continentales, Pichincha, pero se trata de la segunda más poblada del país, lo que finalmente lo ha ubicado como uno de los dos candidatos que particpará de la segunda instancia electoral.
Podríamos seguir desmenuzando estos mapas, tratando de hilar más fino, pero para terminar esta nota centrémonos en lo más grueso.
El mapa electoral del 7 de febrero de este año nos muestra que en todo Ecuador, con la sóla excepción de la zona en la que se ubica su capital, han triunfado opciones que podrían estar identificadas con lo que solemos denominar izquierda pero que, por muy diferentes razones, están enfrentadas entre sí, y esto es particularmente notorio con las dos mayoritarias.
El correísmo, que pudo haber alcanzado el 40% y haber triunfado sobre Lasso sin necesidad de balotaje, sufrió una sangría de votantes que en las últimas semanas se decantaron hacia Yaku Pérez y, en menor grado, hacia Xavier Hervas, una figura sin demasiado brillo pero con estartegias comunicacionales que lo acercaron a votantes jóvenes urbanos.
Con ese corrimiento del voto, Andrés Arauz está pagando, cuatro años después, por errores u omisiones de Correa como:
1) La reprimarización de la economía (un pecado que comparte con la casi totalidad de los gobiernos de izquierda latinoamericanos de la primera década del siglo),
2) El extractivismo y sus efectos negativos en el medio ambiente, que lo llevó a enfrentarse con las poblaciones indígenas y a perderlas (quizás definitivamente) como segura base electoral.
3) Una política alejada de la agenda de derechos que está caracterizando a las otras corrientes progresistas del continente (interrupción voluntaria del embarazo, derechos LBGT, etc.), lo que seguramente le restó votos en las clases medias y los sectores más educados del país.
4) Un protagonismo excesivo de los lideragos personales en detrimento de las instancias de decisión colectivas.
Por supuesto, la gestión de Rafael Correa entre 2007 y 2017 ha de haber tenido aspectos positivos, porque de otro modo no se explica que en un marco de hiper fragmentación de propuestas y tras una persistente campaña de desprestigio de su principal figura, la corriente que se identifica con él haya sido la más votada. Y que además le haya sacado más de 10 puntos a cada uno de los candidatos que le siguen.
Lo impredecible
En otras circunsatancias y en países con una geografía, una demografía y un pasado diferentes, podríamos esperar que Yaku Pérez y Xavier Hervas, que se han presentado ante el electorado con propuestas que ellos mismos han querido definir como de izquierda, estuvieran realizando ya pactos de gobierno con la fuerza política que les es ideológicamente más afín.
Sin embargo, entre denuncias de Yaku Pérez (hasta ahora no probadas) de fraude -que han ido desde un reclamo inicial por el segundo puesto, a un reclamo posterior por el primero- y movilizaciones de protesta que todavía no se sabe bien en contra de quiénes se realizan, parecería seguro que habrá un acuerdo entre los tres candidatos perdedores para desplazar a Andrés Arauz.
Si esa posibilidad se hiciera realidad, Ecuador tendría durante los próximos cuatro años un gobierno inestable. Un banquero, Guillermo Lasso, que obtuvo menos del 20% de la votación total y triunfó sólo en una de las 23 provincias continentales, debería gestionar el país con el respaldo parlamentario de un líder indigenista que tuvo un porcentaje casi idéntico al suyo pero distribuído en la mitad del país más postergada, y con los de un tercer candidato que no tiene detrás ningún partido. Es una antesala de conflictos en el seno mismo de la coalición que entre los tres pudieran formar.
La otra opción sería que una parte de la base social de Yaku Pérz decidiera no seguirlo en esa alianza sui generis y le diera a Arauz los votos necesarios para triunfar el 12 de abril. El resultado sería un gobierno también inestable, con mayorías parlamentarias claramente en su contra.
A propósito de esos temas, y espoleados por lo imprevisible del resultado, seguiremos reflexionando acerca de lo que podríamos esperar que suceda el 12 de abril, y te invitamos, desde ya, a hacerlo con nosotros.