¿A qué preferís agarraros? ¿Tenéis la ilusión de que esto acabará pronto y todo volverá a ser igual o estáis ya asumiendo una nueva vida partiendo de lo que hay? Yo no sé. Me agarro a aprender nuevas palabras, nuevos conceptos, a seguir los avances en la expresión verbal que hace mi hijo (tren-agua-pez-mío) mientras se escapa a pasos agigantados de su antigua piel de bebé. .
Quienes hacían buena crítica literaria, o teatral, o cinematográfica, o al menos aquell@s a quienes llegué a admirar, eran por lo general incapaces de separar la obra que comentaban de sus propias vivencias y de su bagage de conocimientos y emociones al momento de haber sido, ellos mismos, espectadores. .
Uno, por entonces, no leía las críticas por el interés que la novela o el film le suscitaran sino por el placer de saber qué diría tal o cual crítico. Pienso, por ejemplo, en Homero Alsina Thevenet, que sabía cómo lanzar a un adolescente como yo hacia los laberitos relacionales de Bergman sin que su erudición -que no escondía- empañara el ardor de lo que luego aparecería delante mío en la pantalla.
Aquello no era extraño cuando corrían los años ’60 y ’70 del pasado siglo porque como había dicho el filósofo francés Roland Barthes en su «La muerte del autor»: «el lenguaje que cada crítico elige no le cae del cielo, es uno de los diversos lenguajes que le propone su época, es objetivamente el término de una cierta maduración histórica del saber, de las ideas, de las pasiones intelectuales; es una necesidad».
Esa necesidad, ese «lenguaje que la época propone», se filtró hace pocos días en forma de milagro comunicacional en la crítica que la periodista española Silvia Naclares realizó de Pequeño Mundo Ilustrado, un precioso libro ilustrado de la escritora argentina María Negroni.
Se trata de una crítica atravesada por la pandemia, por el encierro, el sexo de la nueva normalidad, las series de TV, las frustraciones, las esperas, las incertidumbres, los coletazos de luz, los paseos cortos, o los niños que se encaminan hacia un mundo que no conocemos.
Una crítica, entonces, que más que cumplir con el aburridísimo deber de decir «lean esto», nos lleva a conocer no lo que la crítica leyó sino cuándo lo hizo y cómo lo vive.
¿A qué os agarráis? (fragmentos)
¿Yo? A los libros breves, llenos de fogonazos, como este de María Negroni, Pequeño mundo ilustrado un catálogo de cosas extrañas… ¿Qué guardáis en vuestra cámara de las maravillas para tirar en estos tiempos convulsos y tediosos? Yo guardo series donde no hablen en inglés (no sé, me empaché), sesiones de electrónica grabadas tiempo ha, sagas literarias tan largas como este trance. ¿A qué os agarráis? ¡Necesito ideas!
(…)
Cada día me siento más una medusa abisal, atravesando, como Gary Oldman, «océanos de tiempo», pero en versión aburrida. Me agarro al menú de la escuelita de mi hijo (al menos sé que allí come requetebién). A no engancharme a los gráficos, a las curvas de incidencia acumulada. También me agarro mucho al móvil…
(…)
¿Y vosotras? ¿Os agarráis mucho al móvil? ¿A las broncas en redes? ¿Sentís a veces que vivís más allí que «fuera»? Seguro. Me agarro a coincidir con algunas de mis compañeras de coworking para compartir un café con las ventanas abiertas y apostadas cada una en una puerta. Y reírnos, si hay suerte. Y cuidarnos. Esa es mi cumbre de vida social semanal. Mi cumbre de salud.
(…)
Me agarro a quedar con alguna amiga en algún parque…. Me agarro a engancharme a alguna novela que no me deje soltarla. A cumplir con los encargos de trabajo. A llegar a fin de mes. A reírme al menos una vez al día. A encontrar nuevas autoras. A preparar buenas clases. A pasear como si no fuera saludable, como si fuera divertido. A mantenerme en movimiento para no hibernar más de la cuenta.
(…)
¿A qué preferís agarraros? ¿Tenéis la ilusión de que esto acabará pronto y todo volverá a ser igual o estáis ya asumiendo una nueva vida partiendo de lo que hay? Yo no sé. Estamos en un espacio liminal. Me agarro a aprender nuevas palabras, nuevos conceptos, a seguir los avances en la expresión verbal que hace mi hijo (tren-agua-pez-mío) mientras se escapa a pasos agigantados de su antigua piel de bebé. A engancharme a algún salseo de la prensa rosa. A cosas inconfesables me agarro. A masturbarme con diligencia, como en esa serie sueca que estaba bien pero tampoco pude terminar. Me agarro a que ya no recuerdo cuándo fue la última vez que vino alguien a casa, ni que pisé la biblioteca.
(…)
Y luego, ¿qué hacéis cuando se han acabado las tareas, cuando ya no hay más likes en ninguna red, cuando está todo entregado? ¿Todas las series vistas? ¿Los niños dormidos? Aquí va: una nueva publicación. «Enciclopedia portátil del asombro. Diccionario de maravillas», dice la descripción del libro-catálogo maravilloso de María Negroni que no me quiero terminar. Busco fotos de la autora. Le pregunto cosas sobre ella a Google. Me dice que es porteña, que es mayor, una señora…. Releo el índice, me quedaría allí a vivir. Un libro de lugares, de sucesos históricos inverosímiles a los que fugarse. Un libro que no se acaba, justo lo que necesitaba para agarrarme definitivamente. Y, ustedes, vosotras, ¿a qué os agarráis?