Historia, símbolos y cultura en la «batalla por el alma de América» (2)

Vimos en la nota anterior de esta serie la importancia que tienen las imágenes y los símbolos en los escenarios en los que la política se nos hace visible, y para ello pusimos el foco en una de las imágenes que fueron “expulsadas” del despacho oval de la Casa Blanca el 20 de enero.

Será interesante ahora acercarnos a las imágenes que han hecho su entrada en sustitución de las salientes, y la primera dificultad que encontramos tiene que ver con la riqueza simbólica de las primeras en contraste con la simplicidad en incluso la pobreza de lo que representaban las segundas. .

Vale la pena detenernos en esto porque tiene que ver con las estrategias comunicacionales de quienes se están disputando “el alma de América”.

La doble presencia y la identificación

Al entrar Joe Biden a su nuevo despacho el 20 de enero por la noche, ya habían desaparecido de allí Jackson, Churchill y unas pequeña estatua de bronce de 1895, The bronco buster, que representa un vaquero doblegando a latigazos y golpes de espuela a un potro sin domar.

El retrato de Jackson, como vimos en la nota anterior, oficiaba de fondo de muchas de las fotografías oficiales. Pero el autor de la Indian Removal Act y del genocidio subsiguiente también tenía un lugar sobre la pequeña mesa que se ubica detrás del escritorio presidencial y en donde por lo general se colocan los retratos de familia. Allí, hasta el 19 de enero se podía apreciar una réplica de la estatua de Jackson que está situada en las cercanías de la Casa Blanca (que, dato no menor, durante las protestas de julio de 2020 algunos manifestantes intentaron tirar abajo después de escribir sobre su pedestal la palabra Killer).

En aquel momento, la reacción indignada en Twitter del ahora ex-presidente no se había hecho esperar: “Numerous people has been arrested for the disgraceful vandalism. “10 years in prison under the Veteran’s Memorial Preservation Act. Beware!

Si tenemos en cuenta que Andrew Jackson es, desde hace ya varias décadas, una figura culturalmente controversial, que evoca a un tiempo violencia, sujeción, expansionismo territorial y despojo, tanto su doble presencia como la importancia de los lugares de la oficina oval que Donald Trump (alguien que ni siquiera realizó el servicio militar cuando le correspondía) reservó para homenajearlo, hablan por si solos de sus deseos de identificación y describen su psicología profunda.

Un colonialista que va y viene

Otra figura emblemática que perdió su lugar en la escenografía presidencial fue Winston Churchill, alguien a quien hoy se identifica no sólo como uno de los artífices de la victoria sobre la Alemania Nazi en la Segunda Guerra Mundial sino como el respobnsable de asesinatos en masa en la India y defensor de las armas químicas en contra de las “uncivilised tribes” en las colonias.

Su busto había sido colocado allí por George Bush, fue luego retirado por Barak Obama, reinstalado por Trump, y vuelto a desplazar por Joe Biden el día 20 de enero. Los primeros ministros ingleses siempre tienen algo que decir respecto a estas idas y venidas y a esta “itinerancia de los símbolos”, pero esta vez Boris Johnson, jaqueado por la pandemia y el Brexit, no se ha mostrado sorprendido.

Pero a lo que queríamos llegar cuando aludíamos a la simplicidad y la pobreza simbólica de esas figuras que la administaración Trump había elegido para representar su concepción de “América” y que ahora fueron retiradas por el equipo de Joe Biden, es que todas ellas eran masculinas y tenían razgos comunes relacionados con la guerra, el colonialismo, la superiorida racial, la violencia y, sobre todo, la falta de piedad.

Cabe incluso destacar, como cuestión anecdótica que nos permita quitarle dramatismo a esta nota, que Donald Trump creía que el «Bronco Buster» que lucía con orgullo en su oficina, era en realidad Theodore Roosevelt, (que, dicho sea de paso, accedió a la presidencia en 1901 luego de destacarse en la guerra contra España, a la que había definido como “una guerra espléndida”).

La irrupción de la diversidad y la no-violencia

A simple vista, la puesta en escena simbólica que la nueva administración de Joe Biden ha desplegado en el despacho oval de la Casa Blanca, trasmite un mensaje de diversidad y de regeneración social y política bastante similar al que se puede percibir en la elección de quienes han pasado a formar parte del equipo de gobierno.

Obviamente, permanece el busto de Martin Luther King que había introducido en ese espacio Barak Obama pero ahora, y en consonancia con el reverdecer del feminismo y el activismo social, se le ha sumado un busto de Rosa Parks, la mujer a quien el Congreso de los EEUU nombró en 2005 “the first lady of civil rights and the mother of the freedom movement».

Si tenemos en cuenta que la elección de Kamala Harris como vicepresidenta respondió a la necesidad de incorporar diversidad racial y de género a la propuesta demócrata, que Rosa Parks complemente lo que ya simbolizaba M. L. King es más que natural. Pero hay algo más, que vale considerar: King es una figura ligada al activismo religioso, mientras que Parks está más cerca de lo que podríamos definir como “activismo secular”. No son pertenencias socioculturales opuestas: son tradiciones diferentes.

Una sobreviviente hecha ícono de la no-violencia

El 1º de Diciembre de 1955 Rosa, en ese momento de 42 años, que ocupaba un asiento en la “Zona para Gente de Color” del autobús en que viajaba en la ciudad de Montgomery, se negó a cumplir lo que el conductor le estaba ordenando: que le cediera su asiento a una pasajera blanca. Como es obvio, pocos minutos después ya había sido detenida por violar las leyes de segregación racial del Estado de Alabama.

No había sido la primera en hacer algo similar, pero esta vez no se trataba de un gesto individual de hartazgo o desesperación. A juicio de la organización que Rosa integraba, la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), ella era la que mejor preparada estaba para enfrentar la prisión y el juicio posterior. Se habían propuesto transformar todo aquel proceso en un hito de la lucha no-violenta por los Derechos Civiles y en una muestra del poder de la gente cuando se organiza.

Como una de las pocas mujeres participantes en la NAACP, en los años ‘40 le había tocado participar en investigaciones relacionadas con linchamientos de hombres o violaciones de mujeres de su comunidad, y luego había complementado su formación como activista en un instituto especializado en temas de igualdad racial y derechos civiles. Y en 1945, en desafío a las leyes Jim Crow y a las trabas que existían para que las personas negras se inscribieran para votar, logró hacerlo después de su tercer intento.

En agosto de aquel 1955 Rosa Parks se había sumado a las protestas tras el linchamiento de Emmett Till, un adolescente asesinado brutalmente y tirado al río en Mississippi por haber silbado al paso de una mujer blanca. Y cuatro días antes de su negativa a ceder el asiento en el autobús había asistido a otra protesta, esta vez por la muerte de dos activistas de la comunidad negra, George W. Lee y Lamar Smith.

El juicio se demoró todo un año en los tribunales de Alabama, como solía suceder para que quienes desafiaban la leyes de segregación racial sufrieran el mayor tiempo posible, pero esta vez fue acompañado de un boycott de la comunidad negra en contra de los medios de transporte, lo que le dio al episodio la visibilidad nacional e internacional que buscaban sus organizadores. Un año después intervinieron los juzgados federales y dictaminaron que la segregación en el transporte público era inconstitucional.

Rosa Parks, que en aquel momento fue despedida de su trabajo y que recibió amenazas de muerte durante años, se transformó en un ícono de la lucha por los Derechos Civiles, continuó con su militancia durante 40 años más, trabajó como secretaria de un congresista demócrata y afroamericano de Detroit, y a su muerte, en 2005, fue la primera mujer en ser velada en el Capitolio.

En su autobiografía, refiriéndose a aquel episodio que la transformó en quien hoy ha pasado a formar parte de la escenografía presidencial en la Casa Blanca, había dicho: «I only knew that, as I was being arrested, that it was the very last time that I would ever ride in humiliation of this kind.

Nos pareció importante detenernos en la figura de Rosa Parks porque conociendo a la persona se puede calibrar mejor el tipo de mensaje que el equipo de Joe Biden intenta trasmitir, pero nos resta ahora, para terminar esta serie, hacer foco en dos de las inclusiones que podrían ser más significativas.

Los cambios de viento y los contrastes multidireccionales

César Chávez, el organizador de los trabajadores agrícolas de California y fundador de la United Farm Workers, ocupa ahora un lugar en la pequeña mesa en la que se encuentran los retratos familiares del nuevo presidente, ubicada directamente detrás del escritorio.

El contraste no puede ser mayor. Hasta el 19 de enero por la noche, entre las fotografías de Melania e Ivanka Trump o Jared Kushner, se alzaba la estatuilla ecuestre y guerrera de Andrew Jackson, el ex-presidente quien el paso del tiempo y las nuevas interpretaciones de la historia han transformado en un genocida. Unas horas después, en ese mismo lugar, el busto sereno y pensativo de un sindicalista hispano parece mirar con algo de curiosidad y actitud protectora a la esposa, los hijos y los nietos de Joe Biden.

Pero hay otro contraste, en el que también nos detendremos en nuestra próxima entrega. El contraste entre la no-violencia, el activismo social y la diversidad cultural y étnica encarnada en personajes como Rosa Parks o César Chávez, con la presencia, en el nuevo escenario del despacho oval, del busto de Harry Truman, el hombre que se hizo cargo del acto más brutal de la historia humana.

Nos referiremos a César Chávez en nuestra próxima nota y contaremos con su propia voz gracias a una grabación perteneciente a los archivos del programa Enfoque Nacional, de NPR, la National Public Radio, de los EEUU.

Y trataremos de aproximarnos también al hombre que dio la orden para que el 6 y el 9 de agosto de 1945 el infierno atómico se desatara sobre la población civil de dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, cobrándose más de un cuarto de millón de víctimas e iniciando el perído que conocemos como Guerra Fría. Porque lo intrigante de la inclusión de Harry Truman en el despacho oval de la Casa Blanca es ¿qué quiere decir?