El patriarcado no es una suma de actitudes antipáticas o de tradiciones culturales que dificultan el acceso de las mujeres a los puestos de dirección en las empresas, crea brechas salariales, posibilita que haya mujeres asesinadas sólo por serlo, o lleva a que algunos hombres festejen bromas que son auténticas tonterías.
Es todo eso, por supuesto, pero es mucho más. Es un sistema. . Es un entramado de valoraciones, creencias y privilegios que impregna todas y cada una de las actividades humanas y cuya peligrosidad no se expresa sólo cuando abusa del poder sino también, y sobre todo, cuando teme perderlo. Cuando por incopetencia o incapacidad se torna impotente.
Por esa razón, algunos fenómenos sociales deberían poder ser analizados no en forma aislada, como procesos independientes, sino tratando de desenredar los hilos perversos de esa trama que los une.
Migración e incapacidad de la casta patriarcal
En los últimos días de la era Trump y apenas iniciado el Año II de la pandemia hemos visto cómo, desde Honduras, se ponía en marcha una nueva caravana de migrantes que se dirigían hacia los EEUU, con la ilusión seguramente vana de que los gobiernos de Guatemala y México los dejen pasar, que la Covid-19, las bandas de paramilitares o las mil formas de la desgracia no les corten el camino, y que la nueva administración de Joe Biden les permita atravesar esa frontera mágica detrás de la cual los podría estar esperando un trabajo mal pago y la posibilidad de comer y hasta prosperar, si Dios quiere.
Son apenas un nuevo coletazo de esa tremenda ola migratoria que durante la década anterior huyó de la violencia y la miseria de los países del Triángulo Norte de Centroamérica (El Salvador, Guatemala y Honduras), una de las regiones más pobres y violentas del hemisferio occidental, hacia un norte que en la medida que ya no los necesita, les cierra y les seguirá cerrando las puertas, gobierne quien gobierne.
No es extraño que los hombres jóvenes y pobres se quieran ir de un país en el que no pueden trabajar y son condenados a vivir como parias o como delincuentes. No es extraño que las mujeres no quieran permanecer más tiempo en ciudades que tienen los índices de femicidios más altos del planeta. No es extraño que surjan caravanas de gente cuya desesperanza es sólo equiparable a su credulidad en países, como Honduras, gobernados por una casta de hombres incapaces, patriarcales y corruptos, sean del signo político que sean.
Honduras y las nuevas leyes del patriarcado impotente
Esa casta gobernante, que se muestra impotente para crear en el país las condiciones mínimas de sostenibilidad de su propia población, que se desangra demográficamente porque simplemente ha construido durante décadas un país inviable e invivible, está siendo capaz, sin embargo, de crear una nueva legislación de “escudo contra el aborto”, que tiene características que la hacen única.
Los legisladores de Honduras están impulsando una reforma constitucional en el Congreso que hará prácticamente imposible legalizar el aborto en el país. Ahora, pero también en el futuro. La medida, denominada “escudo contra el aborto” surge en respuesta al movimiento feminista de la “ola verde” que se extiende por toda América Latina y que recientemente logró su mayor victoria con la legalización del aborto en Argentina.
Honduras era hasta ahora uno de los cuatro países de América Latina que prohíbe el aborto bajo cualquier circunstancia, y el único que también prohíbe los anticonceptivos de emergencia, incluso en el caso de violación. La nueva medida, que probablemente se aprobará en pocos días, hará necesario que en el futuro al menos tres cuartas partes del Congreso se pongan de acuerdo si quisieran cambiar la ley actualmente vigente. Se eleva así el umbral de votos por encima de lo que normalmente es necesario para reformas constitucionales, y se lo lleva a un nivel que será virtualmente imposible de superar.
En 2017 se puso a consideración una reforma que habría despenalizado el aborto en caso de violación o incesto, cuando la vida de la madre está en riesgo, o cuando el feto es inviable. Pero solo ocho de los 128 legisladores votaron a favor.
El patriarcado como fábrica de niños sin futuro
La reforma constitucional propuesta ahora también excluirá la posibilidad de un fallo judicial o la aprobación de una nueva constitución, para revocar la prohibición.
Y eso, la generación de mecanismos a través de los cuales el Estado se apropia de los cuerpos y la capacidad reproductiva de las mujeres no sólo ahora sino para siempre, es lo que que hace que esta reforma sea típicamente patriarcal. No se trata de una decisión administrativa tomada en base a algún tipo de principio moral, sino de un acto de posesión absoluta. Sin límites temporales.
No importa que, como informa The Guardian las mujeres en Honduras sigan muriendo por intentar abortar introduciéndose monedas o clavos en sus cavidades vaginales. No importa que aumente el número de niñas de entre 10 y 14 años que son obligadas a dar a luz luego de haber sido violadas.
Importa sólo que la fábrica de niños patriarcal los siga produciendo aunque ni ellos ni sus madres tengan futuro.
Si los hondureños jóvenes se van y las hondureñas jóvenes desean irse y si para eso tienen que salir a caminar hacia el norte hasta donde el destino los lleve o hasta donde una bala o un muro de reglamentaciones e insensibilidad los detenga, el patriarcado impotente no intentará hacer algo para que se queden en su país, porque es mucho más sencillo apropiarse del cuerpo de las mujeres y las niñas y obligarlas a parir.