El predecible final de la apuesta disparatada e «ingenua» de Jason Kenney

Para quien no sea Premier de Alberta, la posibilidad de que un demócrata triunfara en las elecciones de los Estados Unidos de 2020, no podía ser igual a 0, porque eso es algo que ocurre en el 50% de las oportunidades.

Y cuando sobre fines de 2019 se conocieron las plataformas de los distintos candidatos del Partido Demócrata, si uno no era Premier de Alberta podía comenzar a sospechar que seguir apostando ¡e invirtiendo dinero público! en el oleoducto Keystone XL no era una idea brillante. .

Pero una vez que Joe Biden fue nominado, y una vez que Donald Trump comenzó tejer su propia derrota con su inusitadamente torpe manejo de la pandemia, y cuando finalmente tras las elecciones del 3 de noviembre las personas sensatas del mundo aceptaron que el ex-Vicepresidente de Barak Obama sería el Presidente N.º 46 de los Estados Unidos… ¿cómo pudo la ingenuidad de Jason Kenney llegar tan lejos como para creer que algo salvaría ese delirio tóxico por el que él y su partido lo habían jugado todo.

Por supuesto, todos lo sabíamos menos él. No habían pasado 6 horas desde que Biden asumiera la presidencia y ya estaba firmada la orden ejecutiva que cancelaba ese proyecto en el que el gobierno de Alberta creyó tanto que fue capaz de invertir (tirar) en él 1.5 mil millones de dólares.

Como dice el periodista David Climenhaga del AlbertaPolitics.ca en una nota del 21 de enero:

When U.S. President Joe Biden killed KXL yesterday, Jason Kenney lost the largest cash bet in Canadian history. U.S. President Joseph R. Biden’s swift action yesterday to revoke the permit to build the Keystone XL Pipeline has exposed Alberta Premier Jason Kenney to the world as a hopeless prat.

Fue una cancelación anunciada desde el mismo momento en que Donald Trump revirtió la decisión de Obama de que el oleoducto no se construyera. Y porque existía esa posibilidad es que los inversores privados del proyecto se retiraron a tiempo. Sólo Jason Kenney estuvo dispuesto a realizar esa apuesta desmesurada… con dinero ajeno.

Cualquier persona atenta a los devenires de la política norteamericana, a las críticas que se le hicieron al proyecto, a la creciente preocupación global por la crisis climática, a los precios del petróleo (que han transformado al petróleo de Alberta en una opción en la que los costos de extracción son mayores que los beneficios), y a las necesidades de la sociedad norteamericana de no seguir desconociendo los derechos de sus poblaciones indígenas, sabía que ese oleoducto pesadillesco era no sólo ambientalmente peligroso sino políticamente inviable.

El primer ministro de Alberta, sin embargo, el mismo día en que Joe Biden firmaba su Orden Ejecutiva frente a los ojos del mundo, celebraba una conferencia de prensa extrañamente sorprendida e insondablemente teatral, llena de quejas y agravios, en la que acusó de «traidor» al nuevo gobierno estadounidense y describió la decisión como un «puñetazo» y un «insulto dirigido al aliado y socio comercial más importante de Estados Unidos».

Como es obvio, las diatribas no estuvieron destinada a conmover o a amedrentar a Joe Biden sino, en primer lugar, a posicionarse frente a una base electoral filo-trumpista que creyó tocar el cielo cuando le anunció, hace algunos años, que él haría Alberta Great Again.

Y en segundo lugar a traspasar la responsabilidad hacia Justin Trudeaul, ya que en la misma conferencia hizo un llamado al Gobierno Federal para que imponga sanciones económicas a los EE. UU. 

I»t is clear that the Government of Canada must impose meaningful trade and economic sanctions in response to defend our country’s vital economic interests», dijo Jason Kenney como si a Canadá no le resultara suficiente con estar padeciendo las sanciones económicas chinas derivadas de affaire Huawey, y estuviera en condiciones de desafiar también a los EEUU.

La idea del Premier de Alberta parece haber surgido de las páginas del National Post, a partir de una nota de Jack M. Mintz que se puede leer aquí, lo que, por supuesto, no la hace menos absurda ni menos disparatada.

La respuesta del primer ministro Justin Trudeau a la decisión estadounidense y a su política de hechos consumados fue, por supuesto y como suele suceder, mucho más mesurada que la del Jason Kenney.

Pero fue también reveladora de que la crisis climática, las políticas medioambientales, y los acuerdos de París son para su partido más un tema de campaña o de apaciguamiento de su base electoral más joven cuando Greta Thumberg nos visita, que una procupación acuciante y real.

«Si bien acogemos con satisfacción el compromiso del presidente de luchar contra el cambio climático, estamos decepcionados, pero reconocemos la decisión del presidente de cumplir su promesa de campaña electoral en Keystone XL», dijo Trudeau, en una muestra paradigmática de diplomacia y turbación.

Afortunadamente, en política internacional se sabe que si alguien «acoge con satisfacción» algo que lo decepciona, no hay por qué preocuparse.

Justin Trudeau no intentará presionar a Joe Biden porque sabe bien que la decisión está tomada y que al menos por algún tiempo, permanecerá firme. Por otra parte, la asimetría entre las dos naciones hace que ese tipo de presión no sea una buena herramienta con la cual conseguir nada. Jason Kinney tendrá que ver cómo explica en su provincia que en lugar de promover la diversificación productiva cuando correspondía haya malgastado el dinero de los contribuyentes en una empresa fracasada. Y quienes en Canadá se preocupan por el retraso que el país tiene en la promoción de energías limpias, deberán (deberemos) dirigir la mirada hacia el proyecto Trans Mountain. Porque el ingenio y la voracidad de las empresas petroleras no tiene límites.

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