Todo hace prever que el 20 de enero los 20.000 guardias nacionales desplegados en Washington asegurarán que el primer día de la presidencia de Joe Biden transcurra sin los sobresaltos que se vivieron el día 6, pero ¿cómo evitará el nuevo presidente que esta imagen de la vieja Revista Puck sea un anticipo de sus futuras relaciones con América Latina? .
El despliegue de 20.000 miltares el día 20 parece exagerado. Lo sucedido en el Capitolio, de acuerdo a lo que hoy sabemos, tuvo más que ver con la poca diligencia demostrada por la policía cuando debió haber detenido a los invasores, que en la capacidad organizativa de la turba crédula -y no por eso menos peligrosa- que asaltó el edificio.
Poco a poco se han ido conociendo detalles de los sucedido y a nos ser que todo lo que va saliendo a la luz sea incorrecto, podríamos estar seguros de que la fiesta del miércoles 20 transcurrirá en relativa paz. Estará deslucida por la pandemia, no congregará multitudes, no habrá visitas extraordinarias ni entusiasmo desmedido, y en los alrededores habrá una presencia militar desusada y quizás tan intimidante como tranquilizadora, pero al menos habrá un gobierno y éste no estará en las manos de Donald Trump.
Se cerrará entonces el paréntesis que le siginificó a los EEUU colocarse frente a un espejo cruel, pero que le mostró con claridad muchas incómodas verdades.
El empresario y la realidad exterior
Ya los estadounidenses han comenzado a pagar la pérdida de tiempo que significó haber colocado el destino de un país a disposición de los antojos, los desplantes, y la ignorancia de un empresario de la construcción de piel teñida e hijos maleducados.
Y no se trata sólo de que han debido autopercibirse como diferentes a lo que creían ser, o de que han descubierto debilidades donde creían ser fuertes, o de que no han podido impedir que la polarización política los atravesara de lado a lado, o que no han mostrado hasta ahora un manejo mínimamente inteligente de la pandemia.
Eso es lo que les sucede en el interior, pero en el destino de cualquier país y esto es especialmente cierto para el caso de una potencia que aspiraba a ser hegemónica, lo que importa es lo que pasa fuera.
Hace pocos meses aquel acuerdo comercial entre las economías del Pacífico en el que EEUU había intentado infructuosamente que China quedara excluida, fue llevado adelante pero sin presencia norteamericana.
La Unión Europea acaba de firmar acuerdos comerciales con China ante la sorpresa de los asesores de Joe Biden que se preguntan por qué no fueron consultados.
Irán está dejando de ser percibido internacionalmente con los mismos tonos de espanto con que los mostraban Mike Pomeo y sus amigos.
La Unión Europea no parece estar dispuesta a seguir a los EEUU en otra aventura en Medio Oriente.
La Inglaterra del Brexit no será la poderosa aliada de otros tiempos.
El África subsahariana, tanto en sus perspectivas de desarrollo como en lo que tiene que ver con las vacunas contra la Covid-19 parece mirar decididamente hacia el este, sobre todo después de que Donald Trump definiera a algunos de sus países como “agujeros del culo”.
Y en América Latina, y a este punto nos interesaba llegar, todo es todavía confuso.
Las imágenes y su capacidad para crear la realidad
Se suele decir que los mejores momentos de América Latina han transcurrido cuando los EEUU están ocupados en otra cosa y en eso hay mucho de verdad. Desde los inicios de su vida independiente las distintas administraciones estadounidenses han tendido a asumir que vulgaridades como “patio trasero” son simplemente expresiones francas y abiertas de una realidad inamovible y hasta deseable. Y lamentablemente en nuestros países han habido siempre quienes piensan lo mismo.
Por eso, quizás entre las mayores interrogantes que se abren para América Latina a partir del 20 de enero están las siguientes:
¿La nueva administración será capaz de entender que sus vecinos del sur son una parte (compleja y valiosa) del ancho mundo y no algo que está ahí para el uso propio?
¿Les interesará buscar entendimientos y complementariedad o intentarán volver a percibirnos como territorios coloniales a los que se les dice con quienes pueden y con quiénes no pueden relacionarse política y comercialmente?
La imagen que acompaña esta nota pertenece a la revista ilustrada Puck y muestra lo que las elites estadounidense de finales del siglo XIX pensaban de nuestros países y el papel que el suyo debía jugar en el hemisferio.

Las imágenes de este tipo tienen capacidad performativa, es decir que no sólo representan una realidad, sino que son capaces de crearla. Son como augurios o maleficios cuyo efecto pervive mucho tiempo.
El gallo, sabemos quién es. Por si no lo reconocemos por sus facciones y su ropa, tiene estampadas la sigla US.
Los gallos menores que están encerrados en un cobertizo en una de cuyas tablas se lee Doctrina Monroe, son las por entonces potencias europeas, a quienes se les debe impedir el acceso carnal a las gallinas.
Las gallinas, flacas, desplumadas, ridículas e incapaces de cuidarse a si mismas tienen cada una sus nombres: México, Argentina, Brasil, Chile, Perú, Bolivia, Guatemala, Paraguay, El Salvador… Y vale la pena prestarle atención a dos de esas gallinas (que podrían ser también gallitos jóvenes a juzgar pos su actitud y por sus espolones) que tratan de pelear entre sí: son Venezuela y Colombia. Ya enfrentadas entonces, como ahora.
A lo largo de los últimos 150 años esta visión de la relación entre los EEUU y América Latina ha sufrido los lógicos cambios que determina el paso del tiempo, y ya nadie consideraría correcto un dibujo tan brutal. Pero la idea de posesión, la idea de abuso y control, la idea de minoridad, la idea de feminizar a quienes se desea mostar como inferiores, nunca ha desaparecido. Se transforma.
Y la gran pregunta es entonces, ¿podrá Biden, a su edad, mientras trata de recuperar en la escena internacional los preciosos años perdidos del trumpismo, y mientras resiste en el frente interno los avances del supremacismo, la extrema derecha y la pandemia, romper el maleficio de la Doctrina Monroe para desarrollar una relaciones con América Latina nuevas, productivas, diferentes?
¿Las elites norteamericanas habrán sido capaces de percibir, en lo que sucedió el 6 de enero, el eco de lo que ellas mismas, tantas veces, promovieron antes?