Negocios, geopolítica y pandemia. Los riesgos de desarrollar vacunas generando desconfianza

En los meses iniciales de la pandemia, una vez que en occidente aceptamos la idea de que la providencia no nos concedería inmunidad, fue tomando forma la carrera para determinar qué laboratorio y qué país elaborarían, con mayor rapidez, una vacuna segura, eficiente y capaz de generar inmunidad prolongada. Hoy ya conocemos la respuesta… pero es mucho más compleja de lo que nunca imaginamos. .

Desarrollar una vacuna en pocos meses requería conocimientos previos, capacidad de investigación y desarrollo, y la posesión de ingentes recursos que respaldaran el esfuerzo.

Y el retorno, se preveía, no estaría dado únicamente en términos de salud y vidas protegidas. Importaban, y mucho, las utilidades, el prestigio y, sobre todo, la capacidad de negociación y la influencia geopolítica que alcanzarían quienes se alzaran con el triunfo.

Quizás en aquel momento de los primeros meses de 2020 no se podía ver con claridad, pero a la luz de lo que sabemos hoy, es fácil darse cuenta de que quien lograra tener en sus manos la llave para terminar con la pandemia en su propio territorio y pudiera luego ofrecerla a los demás a cambio de lo que fuera, adquiriría también de un poder extraordinario.

Pero a diferencia de lo ocurrido con la carrera por el desarrollo de las armas nucleares en los años 40 y 50 del siglo pasado, la carrera por la vacuna contra el Sars-Cov.2 tuvo como característica principal la multiplicidad de actores, la diversidad de enfoques, y la simultaneidad de los resultados, que ha determinado que no esté claro aún quién ganó ni cual será su recompensa.

Los enfoques de partida fueron variados: desde el America First de Donald Trump (que planteó desde un principio que las subvenciones gubernamentales a las empresas farmacéuticas implicaban el compromiso de que se vacunara prioritariamente a la población de su país aún cuando eso generara problemas éticos, comerciales y políticos con sus propios aliados), hasta los intentos de la Organización Mundial de la Salud por establecer un fondo común internacional (COVAX) que posibilitará a los países más pobres el acceso a la vacuna .

La «vía Trump» va mal encaminada, como todo lo que tocan él y su séquito, y lo único cierto al día de hoy es que Estados Unidos no estará en condiciones de utilizar las vacunas para crear lazos de amistad con nadie.

Quizás la nueva administración -y esperemos que así sea-, pueda solucionar los problemas de distribución y abastecimiento que se avizoran, pero si en algún momento Donald Trump se vio a si mismo distribuyendo vacunas a la largo de un mundo exhausto y anhelante después de haber inmunizado a todos los suyos, la idea no prosperó. Aquella imagen del presidente tirando rollos de papel higiénico a los puertoriqueños después del paso del huracán María, no se repetirá.

El fondo COVAX por lo que se sabe al día de hoy, no ha recibido los apoyos esperados de los países que se habían comprometido con la iniciativa, por lo que se podría suponer que las vacunas que adquirirá serán las vacunas rusas o chinas, que serían las más económicas del mercado. También se podría sumar a esa lista la vacuna desarrollada por la Universidad de Oxford/Astra Zeneca, que habiendo presentado resultados no del todo alentadores, podría fijar sus ojos en el mundo pobre.

Entre esos dos extremos hubo una variedad extraordinaria de enfoques, que fueron desde el adoptado por Canadá, que parece haber reducido su estrategia a la adquisición de grandes volúmenes sin apostar a ningún acuerdo que implicara producción propia, hasta el de países como el Reino Unido o China, que realizaron asociaciones que incluyen terceros países (como México o Argentina) que se encargarán de llevar adelante parte de la producción final.

Esa multiplicidad de enfoques de cooperación en el punto de partida ha dado como resultado provisorio:

– Más de diez proyectos que dicen cumplir con casi todos los parámetros de eficacia y seguridad requeridos (aunque no está claro si todo lo que alegan es cierto) y que han solicitado las aprobaciones finales en sus respectivos países de forma casi simultánea.

– Una amplia gama (quizás demasiado amplia) de propuestas que van desde algunas cuyos requerimientos logísticos limitarán su utilización a las zonas urbanas de lo países desarrollados, hasta otras que son más adaptables a las condiciones de los países en desarrollo.

– Una situación de enorme disparidad en la situación sanitaria de los países que han desarrollado vacunas, lo que implica que algunos de ellos, como EEUU o el Reino Unido, se verán obligados a consumir internamente, durante varios meses, toda su producción o todo lo que sean capaces de adquirir,  mientras que China parece estar en condiciones de derivar la casi totalidad de su producción hacia el exterior.

– Una batalla comercial y comunicacional en la que es muy difícil discernir información veraz de manipulación desembozada (y un buen ejemplo de ello es el de las autoridades sanitarias inglesas atribuyéndose, en medio de un patriotismo de pub, la autoría de una vacuna alemana).

Esta competencia, que comenzó teniendo como objetivo la producción de una vacuna pero que hoy se ha transformado en una puja entre intereses económicos de una voracidad incalculable e intereses geopolíticos que tendrán una importancia determinante en los próximos años, está comenzando a tener efectos adversos precisamente en el terreno que más debe preocuparnos, que es ¿qué haremos con las vacunas si la desconfianza se viraliza?

Porque en éstos últimos días ha comenzado a hacerse evidente que el porcentaje de la población que es proclive a vacunarse (con obvias diferencias en diferentes regiones y países) no es el deseable, porque:

  • Es difícil discernir leyendo la prensa, qué es una noticia presentada con criterios periodísticos serios y qué es propaganda pura y dura.
  • Es dificíl entender por qué razones el porcentaje de eficacia de una vacuna puede cambiar en 24 horas sin que después pueda saberse cuál es la cifra correcta.
  • No es tranquilizador escuchar cifras de producción o de dosis que se entregarán aquí o allá y que esas cifras cambien casi a diario sin que se explique con transparencia la razón de esos cambios.
  • No le hace bien a la población de un país que se le diga que va a poder elegir entre diversas vacunas, pero no se le aclare si unas serán más eficaces o menos seguras que las otras, o si unas serán las que se pongan a disposición de los sectores de menos recursos, y otras estarán destinadas a quien pueda pagarlas, porque no es esa la forma en que se construyen las políticas de salud pública.
  • No es correcto que se hable de embarques o se muestren por televisión los lugares de almacenaje, pero no se conozcan los precios de lo se ha adquirido ni esté claro quiénes serán los primeros en recibir la inmunización.

Si todo eso es preocupante en sí mismo, lo es más por la desconfianza que puede generar, en momentos en los que tanta y tanta gente siente la inseguridad, el desconcierto y el recelo a flor de piel.

Lo que necesita una campaña de vacunación masiva para ser exitosa (y necesitamos todos, en cada rincón del mundo, que está lo sea), es confianza y que no se juegue con las expectativas y los temores de la gente.

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