Lady Mary Wortley Montagu podría ser definida de muchas formas, pero para hacerlo brevemente, podemos decir que fue inteligentísima, curiosa, arriesgada intelectual y afectivamente y, por lo que atestiguan sus retratos, también hermosa, al menos hasta 1715, cuando acababa de cumplir 25 años. .
Y si estamos hablando de ella en esta serie destinada a comprender el modo en que los virus han cincelado nuestra historia es porque gracias a su curiosidad, don de gentes y decisión, penetró en Europa, en 1718, la idea que luego abrió las puertas al desarrollo de las vacunas.
Puedes encontrar la primera nota de esta serie con un click aquí.
Mary nació en 1689 en el seno de una familia aristocrática inmensamente rica en un siglo en el que la viruela había castigado a Europa de un modo particularmente cruel, llevándose aproximadamente medio millón de vidas cada año. Y ella, al igual que el personaje que visitamos en la primera nota de esta serie (Isabel II de Inglaterra) la había padecido siendo muy joven.
Su madre murió cuando Mary tenía tres años y vivió hasta los 9 con sus abuelos y tíos. A esa edad, se reunió con su padre, el duque de Kingston-upon-Hull, un hombre de reconocida cultura, exagerada frivolidad, y costumbres muy liberales para la época, que tuvo una influencia decisiva en el posterior desarrollo intelectual de su única hija.
El duque poseía una gran biblioteca y no le imponía restricciones a su acceso por lo que Mary la empleaba para aprender aquellas cosas que sus maestros le negaban: latín, estudios clásicos y filosofía. Ella misma, a temprana edad, comenzó a escribir relatos y poemas que describían el ritmo loco y la moral relajada de la alta sociedad británica.
Bella e ingeniosa, Lady Mary no tenía escasez de pretendientes, pero finalmente se decidió por Edward Wortley Montagu, un rico hombre de negocios y parlamentario once años mayor que ella, cuyo círculo de amistades incluía a alguno de los mejores escritores y artistas de Londres. Él valoraba, o aparentaba valorar sus dotes intelectuales, y pronto la pareja mantuvo correspondencia secreta a través de una serie de intermediarios leales. A su debido tiempo, Wortley entabló conversaciones matrimoniales con el padre de Lady Mary, pero rechazó los términos en los que éste había realizado su testamento por lo que las negociaciones matrimoniales se frustraron aparentemente sin remedio.
Sin embargo Lady Mary quedó tan espantada cuando supo con quién pensaba casarla su padre, que amenazaba con desheredarla si no obedecía su voluntad, que un día de 1712, cuando acababa de cumplir 23 años se fugó con Wortley, sin importarle que su padre la borrara de su testamento y le quitara todo su apoyo. Su futuro esposo era lo suficientemente rico como para compensar las pérdidas y para entonces ella contaba ya con una biblioteca propia.
Su marido, por lo que sabemos, no estuvo nunca demasiado interesado en ella ni en otras mujeres por lo que después del nacimiento del primer hijo le propuso abiertamente un arreglo que seguramente supuso para Mary una frustración pero también un grado de libertad que con el tiempo valoraría más que nada: ella viviría con él y cada uno haría con su vida lo que mejor pudiera (manteniendo el decoro que la época exigía).
El arreglo no era malo para una joven como ella, extremadamente bonita, buena conversadora y capaz de brillar allí donde estuviera. Tanto el rey Jorge como su hijo parecen haber competido por su cercanía y fue la envidia de la corte hasta que apenas tres años después enfermó de viruela. Mary pudo recuperarse pero su belleza, como en un eco de lo vivido años antes por Isabel II y durante casi 4.000 años por millones y millones de otras mujeres, quedó dañada para siempre, al punto que no se atrevía a mostrarse en público sin tapar su rostro con un velo de seda.
Su vida, sin embargo, tomó una nueva dirección repentinamente en 1717 cuando su esposo fue nombrado embajador en el Imperio Otomano con el propósito de negociar la paz entre los turcos y los austriacos. Allí Lady Montagú supo hacer amistades entre las mujeres de la alta sociedad turca y comenzó a ser admitida en las habitaciones en donde aquellas mujeres vivían apartadas del mundo masculino. De ese modo comenzó a valorar algo que no estaba para nada alejado de su propia experiencia: la libertad que vivían aquellas mujeres que, a pesar de estar recluidas, desarrollaban una independencia y un sentido de si mismas impensables para las mujeres inglesas de la época.
Mary fue la autora de algunos de los primeros relatos europeos de cómo las mujeres vivían realmente en Turquía, y creó un nuevo género de literatura de viajes, alimentando la necesidad por lo exótico que es algo así como la marca de fábrica de las sociedades coloniales, pero lo que cambiaría su vida (y en cierta medida haría posible la nuestra) fue haber presenciado algo verdamente notable que hacían aquellas mujeres y que al parecer no sólo ellas conocían.