Elecciones en EEUU: La desnudez del sistema y la irrupción de la ciudadanía

De los Golpes de Estado en los que los Estados Unidos han estado implicados a lo largo de su historia (y no han sido pocos) el que tendrá consecuencias más duraderas en sus instituciones será el golpe fallido y absurdo que está ocurriendo desde hace algunos meses en su propio territorio. . Nunca antes había sucedido algo así, la sorpresa nos tiene boquiabiertos, y es evidente que nadie sabe bien cómo desactivar el disparate.

Apenas un día después de publicada la versión original de esta nota, en el portal POLÍTICO, uno de sus principales editorialistas expresaba:

«The world has spent the past four years obsessing over President Donald Trump: his biography, his ideology, his speech, his tweets, his moods, his health, his hair. But what did the Trump era teach us about ourselves, and the country he was elected to lead?

Trump’s presidency has been a four-year war on many people’s assumptions about what was and wasn’t “American”—what a leader can call people in public, which institutions really matter, whether power lies with elites or masses. And it has forced serious arguments about what information, and what version of our history, we can even agree on».

De todas formas (y aunque cabe destacar que el 70% del electorado republicano cree firmemente que en su país se ha producido un fraude generalizado), es impensable que Donald Trump se salga con la suya y también es improbable que pueda prolongar el actual estado de cosas mucho tiempo más. Los intereses en juego y en riesgo son demasiados y a no ser que se decida a montar un show de pirotecnia bombardeando algún país del eje del mal, como Irán o Venezuela, el espectáculo, afortunadamente, habrá concluido en no mas de dos meses. (Aunque no estaría de más cruzar los dedos)

Luego el espectáculo seguirá, pero será otro espectáculo diferente. No está claro todavía ni el elenco ni de qué irá la obra, y aún no están en venta las entradas, por lo que es imposible siquiera imaginarlo.

Podemos sin embargo tratar de extrapolar lo visto en este último tiempo como un anticipo de lo que habrá de suceder, y en ese sentido es posible que lo más destacable sea la desnudez, o mejor dicho las desnudeces que hemos presenciado.

Seguramente hay pocas personas que durante estos últimos meses no hayan sentido una sensación de déjà vu infantil… Una sensación persitente de estar dentro de aquel viejo cuento de Andersen: «El traje nuevo del emperador».

Se ha desnudado, en medio del escenario y a la vista de quien estuviera con ganas de mirar, un sistema que hasta ahora se había presentado siempre ante su público como un ejemplo a seguir. De probidad, de madurez, de respeto al «american people» y todos los etcéteras imaginables.

Pero los famosos y alabados checks and balances y la separación de poderes han resbalado hacia el suelo y han quedado a la vista el desorden, la ineficiencia, el sectarismo, y el caos. La democracia ha dejado ver a través de sus velos rasgados la piel ajada de un sistema electoral diseñado hace docientos años para que los votantes (en especial los de color y los pobres) no cuenten o ni siquiera voten. El sistema de partidos se ha revelado como un corset que sostiene en el poder a gente muy parecida entre sí y que ni siquiera tienen proyectos realmente diferentes, pero ese mismo corset hoy constriñe a un electorado insatisfecho y desencantado que ya no lo soporta. Y la potencia de la most powerful nation on earth se resume hoy en ese sopor que hemos debido padecer a diario: un duelo infeliz entre dos adultos mayores que, en medio de una pandemia que ha arrasado a su país, le ofrecieron al electorado la posibilidad de enfrentar el futuro viajando hacia atrás.

Trump y su elenco de personajes olvidables ha cosechado la mayor votación de la historia de su partido ofreciendo el regreso a un pasado mítico de pleno empleo, porristas entusiastas y american dream. Joe Biden, muhcho más sensato y menos audaz, alcanzó también la mayor votación de un candidato presidencial demócrata, ofreciendo un regreso… a 2015.

Y no se trata, por supuesto, de decir que es todo igual, porque no lo es. Pero sobre todo porque no lo será.

Esta vez, el sistema que ha quedado al desnudo se vio necesitado de una movilización ciudadana sin precedentes y fue esa ciudadanía, la de un lado y la del otro, la que le dio interés y le dio sentido a un espectáculo que, de haberse repetido una abstención y una apatía similares a las que han sido habituales en los EEUU, habría resultado un fracaso a pesar de los desnudos y los escándalos – que le suelen dar a este tipo de show un atractivo adicional.

Han irrumpido. Han querido expresar su voluntad millones de personas que normalmente no lo hacían. Se han comprometido, han opinado, se han movilizado, han ido hasta un buzón o han hecho una fila, han mostrado que creen en algo y que comienzan a valorar eso llamado política, que el propio sistema les ha enseñado que estaba mejor protegido en manos de especialistas

Podría preocupar que al votar ha quedado en evidencia que no tienen un proyecto común sino intereses contrarios y visiones contrapuestas, pero eso no sólo es natural sino que no es necesariamente malo.

Les ha pasado a los estadounidenses ¡y era hora! algo que los votantes en todo el mundo conocen bastante bien: se vota a favor de algo pero también en contra de otra cosa. No existe esa sociedad ideal de americans que tienen un gran objetivo común, un legado que los distingue del resto de los mortales, y un destino que Dios les ha marcado. No ejercen liderazgo: se los escucha y a veces se los acata porque son fuertes y saben ser brutales si les cuadra, y no por otra cosa. No tienen una misión especial que cumplir entre nosotros (el resto del mundo) y si se dedicaran a sus asuntos viviríamos más tranquilos.

Esa idealización narcisista que ha sido central en el relato autocomplaciente de ambos partidos, que insisten desde la fundación de la república en la existencia de un «destino manifiesto» que los vertebra y los unifica, ha quedado también el desnudo. No se vota para reafirmar y eternizar acuerdos y objetivos imperecederos, sino para contraponer y disputar formas de ver el mundo, y ahora lo saben. Y en aceptar eso consiste la ciudadanía responsable.

Esto que les pasa quizás sean los dolores del crecimiento y de la entrada al mundo adulto de las ciudadanías concientes y falibles. Lo que se aprende cuando se ha debido transitar sin miedo pero cuidadosamente sobre el filo agudo del conflicto.

Por supuesto, no se puede ocultar que la emergencia del «trumpismo» como ideología será algo con lo que los EEUU tendrán que lidiar en el futuro porque nada indica que sus cultores vayan a desaparecer cuando su mesías deje de decirles lo que desean oir.

Y no se trata de disculpar a esa gente ni de condenarla. Están ahí y seguirán estando. Pero no están desde ahora. Ya eran como son, con sus banderas en el porche y su convencimiento de ser mejores. No nacieron con Trump ni los había creado el Tea Party. Son el fruto de una larga historia y EEUU se tendrá que hacer responsable de encausarlos ahora que amenazan con irse de madre y luego, si es posible, mostrarles que la civilidad es otra cosa.

Quizás esa sea la tarea más ardua que deberá enfrentar el gobierno de Joe Biden y Kamala Harris si, como es deseable, el reality show montado por Trump finaliza en algún momento.

Deberán superar las consecuencias de la nueva pandemia y enmendar el mal que han heredado de las viejas instituciones cimentadas en la desigualdad y el racismo. Deberán revitalizar sus alicaídas alianzas internacionales sin llevarse a sus socios por delante. Deberán volver al Acuerdo de París, a la UNESCO o a la Organización Mundial de la Salud con ánimo de cooperar y no de prevalecer. Deberán aceptar que ya no están por encima de todo y abstenerse de hostigar al resto del mundo para imponer sus intereses. Deberán buscar el modo de acompasar el crecimiento con la sostenibilidad y hacer compatible de alguna forma el conservadurismo de su estructura partidaria con el giro hacia la izquierda de la base social que les dio el triunfo. Es decir, deberán asumir que después que has estado al desnudo, ya no hay nada que esconder y todo es diferente.

Pero deberán hacer todo eso junto a -y a pesar de- ese enorme porcentaje del electorado (ciudadanía al fin, republicana y demócrata) que aún cree en personajes prodigiosos que los protegerán del mal, vengarán sus agravios, y les harán caer maná y pop corn del cielo.

Convencerlos de que eso sólo ocurre en los grandes mitos fundantes, en el cine de Holywood, y en los comics, quizás sea el mayor desafío. Para ellos y para nosotres.

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