Hemos sugerido más de una vez en Diálogos que nuestras raíces, más que en lo hispano, se hunden y se nutren en la complejidad y la riqueza étnica y cultural de lo mediterráneo. Y en ese sentido La vida por delante, el último y emotivo film que protagoniza Sofía Loren y dirige su hijo, Edoardo Ponti, tiene mucho de lo que conocemos como nuestro y es un buen espejo en el cual mirarnos. .
Madame Rosa es una anciana judía pobre, ex prostituta, que ha estado internada en el campo de concentración de Auschwitz en su infancia. Una mujer golpeada, resistente, que en ocasiones toma a su cuidado a algún niño que ha quedado abandonado y a cambio de eso consigue pagar un alquiler que de otro modo ya no podría cubrir.
Momo es uno de esos niños. Senegalés, musulmán casi sin saberlo, indocumentado, resentido pero alegre, cuya madre ha sido asesinada por su padre por negarse a ejercer la prostitución.
Momo sobrevive tratando de que los servicios sociales no lo atrapen y mientras tanto roba o ayuda a un dealer de drogas poco exitoso, que extraña a un hijo que no puede ver y conserva una imagen de la virgen María en la cocina de su casa.
Lola es una trabajadora sexual gallega (que antes de serlo fue un boxeador de peso liviano), que confía en la vida y en lo que hace, y que en algún momento recibe una invitación de su padre, que quiere conocer a su nieto y de paso -quizás- reencontrarla, ahora que es mujer.
El Sr. Hamil es un tendero sirio musulmán amante de la lectura y dispuesto a dejarse ayudar por un ladronzuelo al que ni siquiera conoce, a cambio de que él le permita valorarlo.
El Dr. Cohen trata de mantener reconocible un tejido social que la pobreza y la exclusión deshilachan una y otra vez, pero está ya cansado.
Iosef aprende a leer en hebreo mientras espera, con el alma pendiente de un hilo, que algún día su madre, también implicada en el trabajo sexual, vuelva a recogerlo.
En esta trama de personas solas y dejadas de la mano de Dios y que van quedando al margen del progreso en un puerto mediterráneo que no se ocupa de ellas, de gente vieja que ya no puede con los dolores y las injusticias del pasado y niños sin documentos ni futuro, se entretejen porque sí cariños inmotivados, lealtades infrecuentes, simpatías que nacen de la necesidad, roles intercambiables y una humanidad desnuda y a flor de piel.
Y como parte de ese tejido de vínculos (que para todo el resto de la ciudad son las relaciones invisibles de personajes marginales) quien debía ser cuidado para que no malgastara su vida, deviene en cuidador para que quien debía velar por él atraviese la demencia y llegue por fin a la muerte con dignidad y a escondidas.
Una versión anterior de este film, ambientado en París y protagonizado por Simone Signoret hace 4 décadas se hizo acreedor a un Oscar a mejor película extranjera.
Esta versión, que no tiene la dramaticidad del neorrealismo italiano clásico, pero lo recuerda, quizás le de un último Oscar a una Sofia Loren octogenaria y magnífica, aunque seguramente no es eso lo que busca alguien que, como artista, ya lo hizo todo.