Cuando Aline Marie, que había enviudado en el viaje, llegó al Perú en 1850 con el pequeño Paul en brazos, los presidentes eran elegidos y depuestos con una velocidad de vértigo. Se elevaban, se sostenían en ocasiones unos pocos meses… y caían con estrépito. Pero ella, seguramente, ya lo sabía.
Ese clima inestable de la política peruana y el hecho de con frecuencia fueran los mismos militares y aristócratas realistas quienes se habían trasmutado en las figuras dirigentes de la nueva república no era algo que a ella la pudiera tomar por sorpresa.
Lo conocía ya a través de los relatos desencantados de Flora, su madre, hija ilegítima de una de las familias más influyentes del Perú y, paradójicamente, una de las figuras más brillantes del recién nacido socialismo europeo.
Pese a esa inestabilidad y a la violencia que marcó aquellos primeros años de vida independiente de la nueva república, Aline y su marido Clovis Gauguin, un periodista del que no sabemos demasiado, habían decidido probar su suerte en aquel lejano rincón del mundo.
Francia acababa de experimentar las convulsiones de la Revolución de 1848 y la instauración de la Segunda República que se acercaba a un previsible colapso, pero en el Perú (confiaba Clovis) se le presentaba la oportunidad de hacer carrera en el periodismo político si sabía utilizar bien los contactos y el poder de la familia de Flora, los Tristán y Moscoso.
Clovis falleció en el viaje mientras atravesaban el Estrecho, y fue enterrado en algún lugar de Tierra del Fuego, por lo que Aline, al llegar a la mansión de su tío abuelo Pío en Arequipa, fue recibida con toda la consideración que merecía y su futuro quedó en manos de su nueva familia.
Pío era un patriarca y militar dueño de gentes y de haciendas. Descendiente de una estirpe en la que la nobleza española e italiana se entrelazaba con generales y almirantes, con papas y cardenales. Gente acostumbrada bendecir y a mandar.
Había sido derrotado varias veces por los ejércitos independentistas mientras fue leal al imperio, había sido el último Virrey español del Perú, resultó luego uno de los primeros presidentes de la república (Perú por entonces estaba dividido en dos regiones con gobiernos diferentes), y poseía por entonces una de las mayores fortunas de América. Y siguiendo la costumbre familiar el primo de Aline, José Rufino, sería elegido como vigésimo tercer Presidente pocos meses después de su llegada.
Así, con su madre alejada de las turbulencias de la vieja Francia y asistida continuamente por una esclava negra y un sirviente chino, la vida de Paul Gauguin transcurrió hasta los 6 años. En 1855, cinco años después de que comenzaran a vivir en aquel paraíso subtropical en el que no les faltaba nada, José Rufino Echenique fue depuesto por quien había ocupado la presidencia en el período anterior y Aline, en medio de todo aquel caos (y no sabemos bien por qué), decidió regresar a Francia.
Sus familiares en Perú se encargaron de que nunca recibiera la pensión que su tío abuelo le había legado, y trabajó como costurera hasta su muerte, a los 42 años. El hermoso retrato que su hijo pintó a partir de la única foto suya que conservaba y que se exhibe hoy en la Staatsgalerie de Stuttgart, la representa en aquellos años felices en Perú, mientras los presidentes se sucedían unos a los otros como si no tuvieran nada mejor que hacer.
Aquí dejamos a Paul Gauguin y a su madre porque nos hemos acercado a ellos sólo para recordar que la inestabilidad institucional del Perú no es algo que haya comenzado este fin de semana ni en esta última década, sino que ha sido como un maleficio que persigue al país desde sus inicios como nación y aún desde antes.
Aquellos polvos y estos lodos
Los primeros párrafos de la novela de Vargas Llosa, Conversación en la Catedral, están marcados en la conciencia de su país y de Latinoamérica. Aquella interrogante que su autor puso en boca de Santiago Zavala mientras miraba la Avenida Tacna «sin amor» ¿Cuándo se jodió el Perú?, estaba lejos de ser una pregunta retórica. Era la expresión de un sentimiento angustiante y recurrente.
Santiago Zavala se preguntaba aquello en los años ‘50 cuando su país vivía bajo una dictadura surgida a partir de un Golpe de Estado, pero también se lo podría haber preguntado durante períodos idénticos antes y después. O se lo podría haber preguntado hoy mismo, cuando la rapacidad, las torpezas y la falta de perspectivas de una casta gobernante a la que aparentemente sólo se le ocurre intercambiar periódicamente acusaciones mutas de corrupción e incompetencia (seguramente ciertas), ha alcanzado lo que quizás sea un punto de inflexión.
A diferencia de lo que ocurría en épocas de Aline, cuando los golpes de Estado eran una continuada serie de zarpazos entre familias aristocráticas igualmente voraces, o en el siglo XX, cuando la inestabilidad comenzó a estar asociada a proyectos de país contrapuestos y discernibles, la inestabilidad institucional del Perú en lo que va del siglo, con presidentes depuestos antes de terminar su mandato o perseguidos cuando han sido capaces de finalizarlo, con parlamentarios que se asocian para deponer y elegir presidentes pero que cambian de parecer o se traicionan con el paso de las horas, está más vinculado a las pequeñez y a la corrupción que parecen haberlo impregnado todo que a la política de partidos.
Esa incapacidad de la llamada “clase política” para manejar los problemas que ella misma genera en medio de una pandemia que está lejos de ser superada, y con una opinión pública cuya indiganción se hace escuchar como quizás nunca antes, augura un final de época. Porque ya no se trata de responder ¿cúando se jodió el Perú?, sino de preguntarse ¿hasta cuándo?
Por ahora, la mirada de Aline (desconfiada, digna, esperanzada y llena de una decepcionada sabiduría) parece decirnos que hay que esperar.
¿Una luz (tenue) en el camino?
La elección de Francisco Sagasti como nuevo Presidente (el tercero en menos de una semana; el cuarto en menos de 4 años) en un país convulsionado y con la confianza en las instituciones minada como nunca antes podría ser un primer paso hacia ese final de época, pero ¿cómo saberlo y por qué creer?
Sus antecedentes parecen ser mucho mejores a los que enarbolaban varios de sus antecesores y eso ya es un avance significativo. A continuación, reproducimos algunos datos biográficos de Francisco Sagasti publicadosa por el portal argentino Página 12.
«Francisco Sagasti, nacido en Lima en 1944, estudió ingeniería industrial en la Universidad Nacional de Ingeniería, tiene una maestría en ingeniería industrial por la Pennsylvania State University, y es doctor en investigación operacional y ciencias de sistemas sociales en la Escuela de Negocios Wharton, de la Universidad de Pensilvania.
Ha sido profesor de la Universidad del Pacífico y de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), investigador principal emérito de Foro Nacional Internacional y asesor de organismos internacionales, agencias gubernamentales y entidades privadas en temas estratégicos.
Además, presidió el Consejo Directivo del Programa de Ciencia y Tecnología de Perú, fue participó en los consejos de varios organismos y fundaciones dedicadas al desarrollo tanto fuera como dentro del país.
Antes de ingresar a la política activa bajo la bandera del centrista Partido Morado, una organización de tintes liberales e ideas progresistas, Sagasti fue jefe de Planeamiento Estratégico del Banco Mundial y presidente del Consejo Consultivo de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo en las Naciones Unidas.
Además, fue profesor visitante del Instituto de Empresas en Madrid, de la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Pennsylvania, y de la Universidad para la Paz, en Costa Rica.
Muchos años antes, de 1972 a 1977, fue funcionario del ministerio de Industria durante el «gobierno revolucionario» de las Fuerzas Armadas, que presidieron, en dos etapas, los generales Juan Velasco y Francisco Morales Bermúdez, donde trabajó en temas de innovación e industrialización.
Posteriormente, de 1985 a 1987, fue asesor del ministro de Relaciones Exteriores Allan Wagner, y tras su paso por la División de Planeamiento Estratégico del Banco Mundial, fue asesor principal de los Departamentos de Evaluación de Políticas y de Relaciones Externas de ese organismo multilateral.
De 2007 a 2009 fue presidente del Consejo Directivo del Programa de Ciencia y Tecnología en las gestiones de los primeros ministros Jorge del Castillo y Yehude Simon, durante el segundo gobierno de Alan García, y ocupó el mismo cargo entre diciembre de 2011 y marzo de 2013 en las gestiones de Óscar Valdés y Juan Jiménez, en el gobierno de Ollanta Humala.
Ha publicado más de 25 libros en español e inglés, sobre tecnología e innovación, democracia y buen gobierno, y cientos de artículos académicos, además de haber sido miembro del consejo editorial de varias revistas internacionales, además de colaborador de revistas y diarios nacionales.
En 2006-2007, dirigió la serie de nueve programas de televisión «Abriendo Caminos», sobre los cambios económicos, sociales y políticos en el Perú contemporáneo.
Su posición ante la crisis
Desde que se desató la crisis política y social en su país, Sagasti fue un duro crítico de la actuación de las bancadas parlamentarias, ya que la suya votó en contra de la destitución de Martín Vizcarra que llevó a Merino a la jefatura del Estado.
«El Partido Morado lucha contra la corrupción, esté donde esté, pero respetando el debido proceso y manteniendo la estabilidad. A pocos meses de las elecciones un cambio de gobierno no resolverá nada y creará más incertidumbre», señaló en ese momento.
Luego de que el Congreso rechazara este domingo una primera lista para presidir el parlamento que encabezaba la izquierdista Rocío Silva, Sagasti se declaró «desconcertado» porque, según dijo, ese buscaba «un cierto equilibrio» frente a la crisis política.
Por ese motivo, el Partido Morado decidió impulsar una lista propia, mientras que Sagasti consideró que, tras lo sucedido en su país en los últimos días, «la ciudadanía no estaría dispuesta a aceptar un regreso» de Vizcarra al gobierno, una posibilidad que aún está en manos del Tribunal Constitucional.